Para que una marcha, parte de un movimiento democrático, adquiera un carácter legendario, concurren la legitimidad de las demandas, la fuerza moral de sus dirigentes y la presencia de sus miembros como sujetos sociales, imbuidos de convicciones profundas y propiciatorias de la energía individual para cooperar con otros en la realización de las acciones, tareas, e inclusive sufrimientos frente a una clase política proclive al autoritarismo.
Pienso, por su contenido estrictamente relacionado con la democracia, en la marcha de Luis H. Álvarez de 1956; las del Movimiento Estudiantil de 1968, por las libertades democráticas; la realizada por la democracia universitaria el 10 de junio de 1971; en la marcha de las 100 horas de 1987, encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas, o en el Éxodo por la Democracia, encabezado por López Obrador en 1988.
O bien, la anunciada “Marcha por la Dignidad”, de Salvador Nava, en 1991, suspendida con la destitución del gobernador Fausto Zapata, a 15 días de haber asumido; en las marchas por la Democracia del 12 y el 16 de julio de 2006; las del Movimiento #yosoy132 en 2012, que reclamaban principalmente democracia electoral, pluralidad en medios, y que en el período poselectoral se extendieron hasta el 1 de diciembre de ese año, denunciando fraude.
Cierto es que podrían enlistarse muchas otras, por la democracia o por motivos relacionados con otras demandas democráticas, como la violación sistemática de derechos fundamentales, laborales, ambientales, de la tierra, entre muchos otros.
Pero he querido referirme a estos casos para apuntar una diferencia central con la denominada Marcha #111111xMexico, cuestionada, ridiculizada y menospreciada en las redes sociales como la #MarchaFifí (fifí es una voz que rechazo, porque suele imponer un sesgo de clase para deslegitimar a quienes articulan un legítimo ejercicio político, pero son incómodos a las posiciones de López Obrador), que tuvo una fachada democrática y, sin embargo, llevó las agendas de los sectores más conservadores y antidemocráticos de México.
El reclamo fue por la operativamente deficiente consulta ciudadana sobre el cambio de proyecto aeroportuario para el centro del país. Y hemos de aceptar que el argumento era audaz, porque intentaba no pasar sólo como la defensa de un megaproyecto de infraestructura. Pero no lo lograron.
Y no lo hicieron porque en esa marcha había personalidades como Juan Daboub, uno de los principales agentes anti-igualdad en México, cuando la igualdad es principio de la democracia; porque en sus filas se colaron las peores expresiones de la discriminación y la xenofobia en contra de pobres y migrantes.
Y con su precoz afán opositor, planteaban la renuncia del presidente electo que ganó, les guste o no, con la mayor legitimidad de la historia, tanto por respaldo popular como por procedimiento electoral.
La Marcha #111111xMexico se desautorizó sola, porque su motivación estaba en aquello que retóricamente decía reclamar: la simulación democrática. Decirle “Marcha Fifí” es convertir en expresión empática lo que en realidad fue: el pretexto de la ultraderecha, el soterrado fascismo, encuentro de los conservadurismos más rancios, a los que hay que evidenciar en su farsa, denunciar en su vileza, rechazar por sus aspiraciones retrógradas.