1/17/2019

Migración: los riesgos para México

La Jornada 

Al grupo de unos 2 mil migrantes que salió el martes de San Pedro Sula, en Honduras, con el propósito de llegar a Estados Unidos a través del territorio mexicano, se sumó ayer una nueva caravana procedente de la capital salvadoreña. Esta nueva expresión del éxodo que experimentan las naciones centroamericanas ocurre en momentos en que se intensifican las proclamas xenófobas del mandatario estadunidense, Donald Trump, de cara a la elección presidencial del año próximo, en la que el magnate neoyorquino intentará conseguir un segundo periodo en la Casa Blanca, y para lo cual necesita exacerbar el chovinismo de los sectores que todavía le son fieles y extenderlo a otras capas de la ciudadanía.
Otro elemento de contexto que debe destacarse es el hecho de que la mayor parte de los participantes de las caravanas que cruzaron México a finales del año pasado aún no ha conseguido ingresar a Estados Unidos y permanece en nuestro país. No hay elementos para suponer que a la próxima oleada que está por llegar a nuestra frontera sur le espere una suerte distinta, y esta perspectiva coloca a las autoridades y a la sociedad en la necesidad de planificar medidas de atención inmediata para los visitantes y acciones para hacer posible su estadía a mediano plazo.
Ciertamente, unos pocos miles de extranjeros no plantean un desafío económico ni social insuperable para una nación con más de 120 millones de habitantes –y muchos más, si se le suman los millones de mexicanos que viven y trabajan en Estados Unidos–, pero todo hace pensar que estas caravanas seguirán arribando en el futuro próximo, al menos en tanto no cambien sustancialmente las condiciones sociales y económicas en el llamado Triángulo del Norte centroamericano, y en tanto se mantenga la fobia antimigrante en la Casa Blanca, hoy convertida en política oficial, muchos más extranjeros van a quedar varados en México. Esta conjunción podría colocar a nuestro país ante la obligación de gestionar una verdadera emergencia humanitaria en su territorio.
Es claro que las instituciones gubernamentales no sólo deben procurar las condiciones que garanticen la integridad y la dignidad de los viajeros, sino también formular planes de contingencia para asimilar a muchos de ellos. Es posible hacerlo: debe recordarse la experiencia exitosa de los años 80 del siglo pasado, cuando decenas de miles de guatemaltecos que huían de la atroz dictadura militar imperante por entonces en su país fueron acogidos en el sureste mexicano.
Por otra parte, la sociedad y el gobierno de México deben adelantarse a un riesgo acaso mayor: el de una agudización de la xenofobia. Cabe recordar que en esa travesía masiva se manifestaron una vez más los sentimientos de solidaridad, hospitalidad y generosidad que caracterizan a la sociedad mexicana, pero hubo también abundantes brotes de lo contrario: en las redes sociales y en las calles de Tijuana, muchos sacaron a relucir un nacionalismo del todo distorsionado y un racismo vergonzoso para protestar por la presencia de los centroamericanos. No pocos expresaron consignas y argumentos literalmente calcados de los que ha usado Trump para denostar a los mexicanos, tales como que los extranjeros nos quitan nuestros trabajos o son delincuentes.
En suma, México debe prepararse en muchos aspectos para recibir a los centroamericanos que huyen del hambre y de la violencia. Se requiere, además de un programa de recepción coyuntural, de políticas para ofrecerles trabajo, vivienda y servicios y, no menos importante, de una campaña educativa para minimizar el racismo y la xenofobia que anidan en diversos sectores de nuestra sociedad.

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