5/06/2020

Profeta apocalíptico



Hace dos días habría cumplido años. Nuestro mayor profeta, Carlos Monsiváis, tiene casi ya una década de haber fallecido. Al decir que tenía dones de profeta no me refiero a que hiciera vaticinios sobre acontecimientos por venir, tampoco visiones vedadas a los demás y solamente asequibles a él. Más bien a su capacidad de saber leer los tiempos, sacar lecciones de esa lectura y anticipar posibles desenlaces.
Carlos leyó asiduamente la Biblia. Siempre aclaró que su traducción preferida era la Biblia del Oso, cuya primera edición es de septiembre de 1569. La tradujo al español, del hebreo y griego, Casiodoro de Reina, ex monje agustino convertido al protestantismo. Reina salió de España para huir de la Inquisición y tras 12 años de exilio pudo completar la traducción bíblica. Monsiváis leyó desde la infancia la versión antigua, la revisión de 1909 que puso al día términos en desuso pero conservó la elegancia del trabajo hecho por el traductor original.
Uno de los libros bíblicos más citados por el profeta de Portales fue el Apocalipsis. En ocasiones mencionó explícitamente la última sección del Nuevo Testamento, en otras implícitamente recurrió al imaginario apocalíptico y el mismo fungió como palimpsesto sobre el que Carlos plasmó crónicas acerca de la Ciudad de México.
Para lectores de la Biblia era reconocible la actualización o metáfora monsivaisiana del Apocalipsis. La fascinación literaria de Monsiváis por el segmento final del Nuevo Testamento lo llevó a relaborar en varias ocasiones un texto que primero tituló Patmos esquina con Eje Central (https://www.nexos.com.mx/?p=4934). Patmos es la isla desde la cual Juan escribió el Apocalipsis, en los años finales del primer siglo. Por su parte, el émulo joanino redactó el neoapocalipsis en San Simón número 62, a pocas cuadras de la estación del Metro Portales.
Aquí las primeras líneas de Patmos esquina con Eje Central: Bienaventurado el que lee, y más bienaventurado el que no se estremece ante la espada aguda de la economía, que veda la entrada al dudoso paraíso de libros y revistas, en estos años de ira, de monstruos que ascienden desde el mar, de blasfemias y de dragones a quienes seres caritativos filman el día entero para que nadie se llame a pánico y se les considere criaturas mecánicas y no anticipos de la feroz desolación. El paralelismo con el escritor de la primera centuria de nuestra era es manifiesto, y es mayor conforme avanzamos en la lectura de la visión de Carlos respecto de la monstruosidad de la capital.
El rescritor, así conocido por su obsesión de corregir, ampliar y revisar constantemente lo redactado a mano, extiende el artículo de Nexos y lo incorpora como capítulo final de Los rituales del caos (1995). Cambia el título por el de Parábola de las postrimerías. El Apocalipsis en arresto domiciliario. La urbe se va ampliando y asimila todo en este proceso, en el cual la constante es el tan acelerado crecimiento geográfico y la explosión poblacional que la macrópolis, visiona Monsiváis, ya llegaba por un costado a Guadalajara, y por el otro a Oaxaca.
El recurso apocalíptico para describir la singularidad de la ciudad es, nuevamente, evidenciado por Monsiváis en un largo escrito publicado en el suplemento literario y cultural de La Jornada. Aquí entrelaza datos devastadores e imágenes esperanzadoras de la metrópoli. Por medio de cuatro ángeles (noticiarios del Apocalipsis) que revelan datos y cifras del gigantismo capitalino, el cronista traza un panorama desolador en algunos puntos por el deterioro de la vida cotidiana de sus habitantes. Lo azaroso de la convivencia en la ciudad (la escatología urbana prodiga imágenes del Apocalipsis privatizado, o secuestrado en los domicilios), su martirio consuetudinario para millones de todas maneras sigue atrayendo multitudes: Y debido al funcionamiento imprevisible de la urbe, o a la certidumbre secreta (utopía urbana es sobrevivir a diario en la catástrofe, es multiplicar familias en los resquicios del trazo apocalíptico), todos se quejan pero pocos se van, y no por una banalidad como el arraigo, sino tal vez por un motivo metafísico como el presentimiento del Juicio Final (https://www.jornada.com.mx/1999/04/04/sem-monsi.html).
Monsiváis, es bien sabido, era ávido lector. En la mejor tradición protestante ejerció el sacerdocio de la lectura, puso sus hallazgos y análisis al servicio de la colectividad. La voraz lectura de libros y revistas le aportó a la matriz cultural en la que se formó instrumentos para leer la realidad y vislumbrar en ella transformaciones socioculturales embrionarias que después se asentaron en el país. Él percibió con agudeza cómo reivindicaciones que inicialmente movilizaban a pequeños grupos iban ganando conciencias en la sociedad mexicana. Sobre el tópico es aleccionador su Entrada libre: crónicas de la sociedad que se organiza (1987). ¿Qué cambios germinales podemos ver por la pandemia del Covid-19?

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