7/08/2020

Modelo y génesis


Luis Linares Zapata
¿Cómo se formó el modelo que impulsa el actual gobierno? ¿Cuáles son los principales ingredientes que lo determinan? ¿En qué radica su novedad? A casi dos años de haber llegado al poder fincado en una indisputable, por legítima y mayoritaria elección, es tiempo para una reflexión que conteste estas interrogantes. Bien se puede iniciar la exploración diciendo lo que no es. No es un esquema prestablecido por teóricos anteriores que se adaptó. Tampoco se afilia a concepciones que, ya experimentadas, fracasaron en su desarrollo posterior. Es, eso sí, una penosa elaboración que fue tomando forma en el transcurso de años. Exigió un continuo ir y venir entre observaciones prácticas interactivas y cotidianas, exposición de ideas en discusiones dilatadas, contrastadas con vigor.

Para algunos críticos superficiales este modelo se nutre de las ya vetustas posturas universitarias (UNAM) de los años 60 y 70, tiempos en que dominaban, en ciertas escuelas, ideas de una izquierda sin trapío y reciedumbre. Muy influenciada por hechos heroicos, la mayoría fallidos. O por la degradación al tratar de importar eso que llegó a nombrarse socialismo real (Unión Soviética).

Se puede asentar, con firmeza, que el nuevo modelo en vigor es el efecto, en muchos de sus contenidos, valores o aspiraciones, del trajín y el abierto trabajo de un personaje: Andrés Manuel López Obrador. Pero lejos está de ser su centro inapelable. Él es, por ahora, su intransigente motor eficaz. Visto de esta manera, también puede decirse que no está acabado ni muestra, todavía, muchos de los rendimientos que se le solicitan. Como todo modelo que aspira a inducir una profunda transformación de la realidad prevaleciente, el tiempo, en su elástica trayectoria y composición, es y será el factor decisivo. Tiene mucho de ir juntando programas alrededor de un núcleo básico característico de la izquierda: la cuestión social. Pero también se radica en la estricta separación del mando político respecto de grupos de presión.

El propósito justiciero que emerge como su delineador se junta con la pretensión de asentar, de inmediato, los sostenes para una sociedad igualitaria. En su constante trasegar por la República, en la visión y la voluntad de AMLO se arraiga el núcleo destructivo de la actualidad nacional: la terrible desigualdad imperante y su pareja indisoluble, la disolvente corrupción. Desigualdad que comprueba no sólo entre las distintas clases de individuos, sino también entre las vastas regiones del país. Y eso lo impulsa a imaginar los medios compensatorios de esta flagrante y actual realidad distorsionada: enderezarla se planta entonces como tarea, al inicio, socavadora. Vienen en seguida las prioridades. Primero surge la imperiosa e impostergable, por justa, distribución de los ingresos y las oportunidades, invirtiendo enfoque y apoyos, al empezar por los marginados de abajo. Segundo, diseñar los programas estratégicos que soportarán el impulso a estados, secularmente rezagados, por olvido o por no amoldarse a las peticiones del retorno del capital. Recursos que siempre se les escatimaron siguiendo convenenciera norma de ventajas instaladas.

Pero la juntura de varios o todos estos programas –modos de actuar– no se dio tampoco al azar sin pulimento. Requirió de inacabables discusiones con numerosos y destacados actores –intelectuales y activistas– del próximo pasado. Ellos y otros formaron, con reconocible voluntad, un conjunto de asesores dispuestos a emplear talento y empeño en la depuración de la tarea. Fueron años de pláticas, propuestas, discusiones, desacuerdos y acuerdos que moldearon, desde una perspectiva intelectual, muchos de los rasgos definitorios del modelo. Algunos de estos participantes fueron individuos con sólida formación académica con respetable obra de sustento. Otros aportaron sus historias de funcionarios destacados. En otra ocasión se podrá recordarlos, por nombre y apellido, porque lo merecen.

Ensamblar programas, valores y objetivos no es tarea sencilla, por más empeño que se ponga al asunto. Máxime que se trata de contrariar lo obsoleto en muchísimos aspectos e innovar en cruciales aspectos para la consistencia y congruencia general del modelo, sus partes, tiempos y contenidos específicos.

La urgencia transformadora no ha podido evitar una inmensa variedad de acciones atropelladas que no abonan a conciliar métodos, costos y sistemas, con normas y propósitos. Ingredientes indispensables que aseguren consistencia y eficientes resultados. Muchos de los programas fueron pensados en general y se les insufló fuerte dosis de honesta voluntad, pero que, en su aplicación, deja espacios de necesaria reparación. Una vez asegurada la prevalencia de la centralidad política y continuando con el empuje y hasta la celosa vigilancia presidencial, llega también el tiempo de dejar fluir la tecnificada operación diaria.

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