7/08/2010

De votos y política...


Ganó el voto útil (obviamente)

Octavio Rodríguez Araujo

Reivindico el voto útil (una vez más y sabiendo que es políticamente incorrecto, como muchas cosas que suelo decir) por una sencilla razón y para que no se hagan ilusiones los partidos: con muy pocas excepciones, si las hubo, nadie votó por la ideología, los principios y programa de un partido en particular. La gente que en su derecho es de derecha debe sentirse confundida, ya que los partidos obviamente pertenecientes a esta corriente son el PAN, el PRI, el PVEM y el Panal. ¿Por cuál votar si en general se presentaron enfrentados siendo casi iguales? Y la gente que se identifica con la izquierda debe tener problemas de ubicación partidaria, pues el PRD, el PT y Convergencia no sólo se han desdibujado ideológicamente, sino que hicieron alianza, en algunos casos, con el derechista PAN y hasta con el Panal de la señora Gordillo (la misma que hizo alianza con Fox y su esposa y que le dio votos a Calderón en 2006).

Vuelvo a citar a Jacqueline Peschard sobre el voto útil. Tengo para mí que no podríamos entender los resultados de las elecciones del domingo pasado sin tomar en cuenta la mejor definición que conozco de dicho sufragio. “El ‘voto útil’ –escribió Jacqueline en El Universal (27/6/06)–, es en realidad un voto estratégico que implica sacrificar la opción con la que un elector se identifica por razones ideológicas, por lealtad partidaria o por simple simpatía hacia un candidato, en aras de impedir el triunfo de otro contendiente. Se trata de un voto reactivo, más en contra que a favor, que privilegia cierto objetivo electoral, por encima de la opción de preferencia”.

Con una pequeña adaptación a la realidad que vive el país, el otro contendiente fue, en general y como en los comicios intermedios de 2009, Felipe Calderón Hinojosa. En los casos de Puebla y Oaxaca, el otro contendiente estuvo personificado por los sátrapas que todavía gobiernan estos estados: Mario Marín y Ulises Ruiz.

La desacreditación que se ha ganado a pulso Felipe Calderón le reportó ventajas al PRI. Con los datos existentes en este momento (martes 6 de julio), el tricolor ganó nueve de 12 estados en los que hubo elecciones. Perdió Sinaloa, Oaxaca y Puebla, y esto es un decir, porque hace unas semanas Malova era priísta, pero su partido no quiso hacerlo candidato; el joven Moreno Valle, hijo de quien fuera gobernador de Puebla y uno de los secretarios de Díaz Ordaz, también fue priísta y ahora panista con el singular apoyo de Elba Esther Gordillo (como bien lo ha señalado Hernández Navarro). Gabino Cué es, de alguna manera, caso aparte: ha querido estar bien con Calderón y, al mismo tiempo, con López Obrador. En Tlaxcala, el mismo González Zarur (PRI-PVEM) ha reconocido que su triunfo obedeció al voto de castigo contra el PAN, es decir, gracias al voto útil. En Zacatecas fue un voto contra Amalia García y también por la división de los perredistas en la entidad. En Durango, la elección todavía está por definirse de manera clara, pero es probable que allá el PRI también se imponga.

El caso de Baja California podría ser emblemático. Aunque la abstención fue de las más altas (que para una elección local no fue exagerada), lo que es un hecho es que la gente ya no quiere al PAN que la gobernó por alrededor de dos décadas, sin contar los triunfos panistas que el gobierno federal no le reconoció antes de 1989. Fue un voto reactivo contra Calderón y su partido.

Los que juntaron todos sus recursos imaginables para debilitar al PRI con miras a la contienda de 2012, sufrieron una decepción. Y ésta se debió, en mi modesta opinión, a que no tomaron en cuenta el voto útil como explicación irrefutable de los datos que el Programa de Resultados Electorales Preliminares (PREP) nos ha presentado hasta ahora. No es el PRI el que ha ganado, mucho menos Peña Nieto con los fantasmas que lo persiguen (Atenco y Paulette, entre otros desatinos, como secundar a sus candidatos en Oaxaca y Puebla), sino un partido que después de haber estado en tercer lugar (2006), aprovechó los yerros de Calderón, comenzando con su guerra contra el crimen organizado, para presentar una opción apenas diferente, apoyada en recursos amplios y en su ventaja más grande que le ofrecieron el PRD y sus aliados en charola de plata: ser el único partido con posibilidad de ganarle al PAN, es decir, a Calderón, lo que en tiempos de voto útil no es nada despreciable. Los perredistas, que eran la primera fuerza electoral en 2006 –salvo que se demuestre que ganó el PAN–, se hicieron harakiri al deslindarse de López Obrador, al llevar a Jesús Ortega a su dirección (con el conveniente apoyo del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación) y al gobernar mal donde han tenido oportunidad de gobernar bien.

Cuando los valores políticos de los partidos no convencen a nadie, entre otras razones porque no se corresponden con la realidad de sus acciones, no hay ideología que defender… en las elecciones. Gana el pragmatismo con el que se sacrifican principios y la gente vota reactivamente contra los poderes instituidos, igual se trate del nacional que de los locales. Y, a propósito, ¿ahora sí se refundará el PRD o seguirá cargando a cuestas su desprestigio acumulado y aumentado en estas elecciones?

La prelectoral de la poselectoral

Soledad Loaeza
Las elecciones federales del pasado domingo resultaron menos desestabilizadoras de lo que se temía. El contexto de violencia en que transcurrieron no tiene precedentes, aunque en algunos casos, por ejemplo en Chihuahua, afectó la participación, en otras entidades que viven el asalto de las bandas de narcotraficantes los porcentajes de electores que asistieron a las urnas alcanzaron niveles normales. Estos datos son motivo de satisfacción porque apuntan hacia la determinación de los ciudadanos de defender sus derechos políticos contra quien sea que intente de alguna manera cancelarlos.

En términos de actitudes y tendencias de los votantes, el proceso electoral también es importante porque ofrece elementos de reflexión a propósito de la elección presidencial de 2012. Los líderes del PRD y del PAN ya anunciaron que no irán en alianza en esos comicios. Pero tal vez hablaron demasiado pronto, sobre todo si tenemos en cuenta la perseverancia y la capacidad persuasiva de políticos como Manuel Camacho, que llevan buen tiempo trabajando por la construcción de un frente unido de oposición. No sólo eso. En el trienio que ahora inicia, el PRI tiene la oportunidad de avanzar en las preferencias electorales si sus elegidos se desempeñan con eficiencia y honestidad; si los porcentajes que lo favorecen son grandes, sus opositores habrán de reconsiderar la posibilidad de lanzar un candidato único. Pero esta estrategia se topa con las diferencias programáticas que separan todavía a las izquierdas del PAN, así como con los gigantescos egos de los aspirantes: López Obrador piensa volver a la carga, pero, a diferencia de lo que ocurrió hace cuatro años, ahora tendrá que enfrentar las dudas que despierta su liderazgo incluso entre muchos de sus antiguos seguidores, así como el surgimiento de alternativas dentro de las mismas izquierdas, por ejemplo, Amalia García o Marcelo Ebrard, quienes cuentan con un capital político propio. (Y no faltará el chistoso que le señale a López Obrador que estaría infringiendo el principio de la no-relección) Además, nadie imagina que Santiago Creel, Javier Lozano o Gerardo Ruiz Mateos estén dispuestos a renunciar a sus pretensiones presidenciales a favor de López Obrador, o de quien quiera que fuera el candidato de las izquierdas.

Más allá de conjeturas a propósito de una candidatura presidencial única del antipriísmo, el proceso electoral reciente es un buen punto de partida para que los partidos examinen su desempeño, su imagen pública, reconsideren sus estrategias y discutan las plataformas que impulsarán dentro de dos años. Por ejemplo, los descorazonadores resultados que obtuvo el PRD, en particular la derrota en Zacatecas, debería ser una lección para las izquierdas locales y nacionales, pues con todo y la gubernatura en sus manos, según el PREP, el partido obtuvo casi la mitad de votos que recibió el PRI (23 por ciento frente a 44 por ciento). Incluso si sumamos los sufragios emitidos por el PT, que hubiera podido presentarse en alianza con el perredismo de no ser por el conflicto de la gobernadora García con su predecesor Ricardo Monreal, el partido en el poder habría sido derrotado.

Superada la rabia inicial y las denuncias de traiciones internas, los protagonistas de este desaguisado tendrían que analizar cuerdamente cuáles fueron las facturas que les pasaron los zacatecanos. Sólo así estarán preparándose para una elección presidencial que, de mantenerse el retroceso del perredismo, las pugnas internas de las izquierdas y su incapacidad para formular un programa de gobierno medianamente interesante, puede ser el sueño realizado de los promotores del bipartidismo en México.

Para Acción Nacional, los resultados del domingo son un respiro, porque no fueron el carro completo que se veía venir y que hubiera ensoberbecido a los priístas de tal forma que se hubieran vuelto intratables. Ya lo son, pero de haber conquistado todas las gubernaturas habrían elevado a precios prohibitivos su apoyo a las políticas del gobierno, o simplemente su participación en los procesos institucionales. El PAN en alianza triunfó en tres estados políticamente importantes: Oaxaca, Puebla y Sinaloa. Lo primero es que no puede olvidar que llegó en alianza con otras fuerzas políticas, y sería un error que, en Puebla o en Sinaloa, intentara pintar todo de azul, como ha hecho en el gobierno federal y ahí adonde ha llegado. Si lo intentara siquiera, solamente estaría alimentando la desconfianza que ya despierta su imparcialidad en los procesos electorales. Sería una catástrofe que en los comicios presidenciales de 2012 se reprodujera el contexto polarizado de 2006, y que la sospecha dominara la sucesión presidencial, entre otras razones, porque las imágenes y actitudes negativas, por ejemplo, en relación con el IFE, tendrían un efecto acumulativo que podría destruir nuestra accidentada experiencia democrática.

El PRI es un partido ganador, pero menos de lo que esperaba, y también tiene lecciones que extraer del proceso del domingo. En primer lugar, que en esto de la democracia ningún partido tiene la vida comprada, que los aliados de hoy pueden ser los adversarios de mañana, y que, pese a su generosidad, muchos electores no olvidan y tampoco toleran a políticos del corte de Mario Marín y de Ulises Ruiz.

La política no es pura geometría

Adolfo Sánchez Rebolledo

Días después de los comicios, deslavado por los discursos triunfalistas de la última hora, prosigue el debate sobre el significado de los resultados y sus enseñanzas. Quién más, quién menos, los líderes, sobre todo los aliancistas, interpretan lo sucedido en estas importantes elecciones locales bajo el halo de un proceso histórico (cuándo no) que vendría a confirmar un cambio de mayor calado tras el vertiginoso ascenso electoral del PRI en 2009. Los jefes del PAN y el PRD se congratulan por la derrota de este partido en Oaxaca, Puebla y Sinaloa, así como por las buenas votaciones alcanzadas en otros estados, al grado de que incluso críticos de las alianzas, como Alejandro Encinas, coinciden desde la izquierda en que lo más importante es que se frenó el intento de restauración autoritaria del viejo régimen (El Universal, 6/7/10), aunque el PRI mantiene la mayoría de los gobiernos, continúa siendo la primera fuerza en el país y la catastrófica derrota del PRD en Zacatecas, atribuible por entero a sus propios errores, impide sacar conclusiones apresuradas en cuanto al futuro de la izquierda. Reconózcase, en efecto, que la táctica de las alianzas salió bien librada, aunque sea muy pronto para juzgar quiénes son los verdaderos ganadores. Como sea, hay una discusión en el aire que abarca un catálogo de temas y problemas que no se resuelven sin un análisis más fino. Enumero, sólo como ayuda de memoria y sin un orden preciso, algunos de estos asuntos

–Los partidos actuales –incluidos el PRI, el PAN y el PRD– están desfasados de la realidad. Pertenecen al pasado y han evolucionado poco durante los años finales de la transición. Por ello su ciclo está cerca de agotarse. El divorcio entre la ciudadanía y los políticos se expresa, entre otras cosas, por la incapacidad de las formaciones partidistas para representar la diversidad de fuerzas que están dispuestas a competir, las cuales, o ya no caben en ellas y a cada elección las desbordan, o discurren al margen de sus estructuras. Tiene razón Mauricio Merino cuando escribe: Dirán lo que quieran, pero no fueron las alianzas las que catapultaron a los candidatos que ganaron sus elecciones, sino éstos quienes, tras plantarle cara al partido del que salieron, obsequiaron a las oposiciones del PRI triunfos que les vinieron como balones de oxígeno. Un castigo a los abusos del PRI (El Universal, 7/710). La reforma política que está pendiente debería abordar en serio la transformación del actual sistema de partidos, no para disolverlos en circunstanciales alianzas ciudadanas, sino para abrirlos al pluralismo verdadero, sin concesiones espurias derivadas del uso del registro como si se tratara de franquicias comerciales, pero sin negar a las minorías el derecho a la representación.

– Las coaliciones ensayadas hasta ahora ayudan poco a la maduración democrática de la ciudadanía, pues los partidos coaligados se unen y compiten sin cuestionar el contenido de la política que está en juego. Al privilegiar el tacticismo sobre toda otra consideración programática, la lucha se centra en el nombre, en la imagen del candidato (dependiente en buena medida de los recursos a su disposición), sin cuestionar la situación prevaleciente y sin fijar la responsabilidad que corresponde a cada uno de los protagonistas ideológicos, deviene una operación pragmática, cuando no oportunista, si no se fija con precisión su carácter acotado y excepcional. En el caso reciente, las alianzas se justificaron como un mecanismo para la sobrevivencia ante el avance del PRI, sin mayor legitimidad que el discurso contra la restauración (o la alternancia anticaciquil) que desde el PAN se ha venido perfilando a trancas y barrancas, tras la luna de miel con el priísmo en las instituciones nacionales. De la crisis ni una sola palabra. ¿O se dirá también que Yunes en Veracruz habría puesto punto final a 80 años de autoritarismo o que en Durango, o en Sinaloa, es de esperarse un golpe de timón respecto a la política en curso?

De los grandes pendientes sociales se trató muy poco, aunque hubo, eso sí, cientos de acusaciones por el trasiego ilegal de los recursos sociales en manos de los gobernantes. Salvo en el caso oaxaqueño, donde existía el antecedente electoral de la coalición y el precedente de la lucha popular contra el gobierno de Ulises Ruiz, y en Puebla, donde el desprestigio del gobernador Marín, aunado a los apoyos recibidos por el candidato opositor, inclinaron la balanza a favor de la oposición local, la oferta aliancista se redujo en ciertos casos a sustituir unos nombres de priístas por otros, a construir un escenario de confrontación alejado en buena medida de los intereses de la población, atemorizada por la inseguridad o pesimista ante la falta de empleo, omisiones que si a nadie más preocupan deberían estar en el eje de los planteamientos de la izquierda.

– Como se anticipaba, la victoria de las alianzas en por lo menos Oaxaca, Puebla y Sinaloa ha dado un gran respiro al presidente Calderón, al PAN y al PRD y, bajo ciertos casos, favorece la reanudación de la lucha cívica y social. Sin embargo, la propuesta de unir a los opositores al PRI (como en otras épocas) se presenta ya como el camino a seguir en otros ámbitos de la vida nacional, y no sólo el electoral. Una ola de dialoguismo acrítico nos invade como si todo esto no fuera parte de la sucesión adelantada en la que nos hallamos inmersos (la otra cara del peñanietismo) y ya no hubiera cuentas que ajustar con el gobierno y los poderes que lo sostienen. Para la izquierda es imperioso dejar atrás el simplismo que no ve diferencia alguna entre el PAN y el PRI, distinguiendo entre la esfera de la política, la ideología y el poder real de los grandes intereses, pero tan importante como eso es no dejarse arrastrar por la promesa de que es inútil mantener un sello de identidad, basado no sólo en la geometría política, sino también y sobre todo en los planteamientos racionales que dan sentido a su acción.

– Para la izquierda, la cuestión es vital: se trata de saber cuál es el papel que juega la confrontación izquierda/derecha, si es que éste tiene alguno en su visión, definir cuál es la naturaleza de sus diferencias con los demás partidos y resolver de una buena vez el tema de la unidad en los distintos frentes partidistas, cívicos y sociales donde hoy actúa por separado. Nada perjudica más a la izquierda que la confusión actual, el desprecio por el adversario y la división entre quienes se reclaman parte de un mismo proyecto humano pero pelean como enemigos mortales. Si ese debate no se produce pronto y en buena lid las perspectivas, habida cuenta los antecedentes y lo visto en estas elecciones en términos de abusos y acciones sucias, habrá que esperar a que una nueva generación vuelva a armar el rompecabezas.



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