5/04/2011

El chico que miente

Foro de la Cineteca
Carlos Bonfil
Foto
Fotograma de la cinta venezolana

Memorias del deslave. A partir de un hecho trágico, la hecatombe de lluvias torrenciales que sembró la devastación en el estado Vargas, en Venezuela, a finales de 1999, la realizadora Marité Ugás propone en El chico que miente un largo road movie iniciático por el litoral central del país.

El protagonista es un chico (Iker Fernández) de 13 años que abandona el hogar familiar en la zona de desastre para buscar a su madre, desaparecida en la tragedia cuando él tenía cuatro años, y de la que conserva recuerdos muy vagos que su fantasía juvenil se encarga de precisar y aderezar caprichosamente, con base en invenciones y mentiras, en relatos urdidos con gracia e ingenio espontáneos, a la manera de un pícaro juglar que va refiriendo sus historias del deslave a los pescadores de la costa.

La directora elige, de modo no muy afortunado, narrar la historia alternando dos temporalidades: el presente de la búsqueda del niño y el pasado en que con languidez se refieren aspectos de su vida al lado del padre sobreviviente, poco después del desastre.

El procedimiento narrativo pronto se vuelve artificial y mecánico, interrumpiendo innecesariamente el brío y la agilidad que tienen los encuentros del niño con los lugareños. El primero de estos contactos lo tiene el protagonista con una pareja de ancianos, y es sin duda el episodio más logrado de la cinta. En la comunicación franca y desenfadada del niño con la anciana hay ecos de los diálogos e intención dramática presentes en la cinta brasileña de Walter Salles Estación central (1998), sin que la directora venezolana consiga mantener el tono humorístico y sensible que se avizoraba entrañable.

Es posible que la intención de presentar una galería de personajes pintorescos, hasta cierto punto emblemáticos de la compleja realidad social venezolana, resulte demasiado ambiciosa para el contexto intimista en que con fortuna se sitúa la historia en un primer momento. Hay apuntes críticos, como la alusión a las condiciones de vida de las víctimas o refugiados del deslave, que no cuajan del todo por la manera episódica en que irrumpen en el relato, sin derivaciones más sustanciosas.

Oscilando así entre el relato picaresco intimista y la radiografía de la nación y sus habitantes costeños a poco tiempo de la tragedia natural, la película deja tantos cabos sueltos, alusiones y contextos tan fragmentados y aproximativos como la propia retórica torrencial del chico que miente y que tantas versiones cuenta de un mismo hecho hasta desdibujarlo por completo. A la idea atractiva de buscar la verdad a través de los delirios verbales del embuste le sobran los momentos planos y desangelados que refieren la relación del niño con su padre.

La limitación central de la cinta se precisa: hay demasiada vida en el presente del pícaro nómada para detenerse más de lo necesario en los grises escombros del pasado.

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