5/07/2011

Por un México justo y en paz


Miguel Concha

Este es parte del lema de la inédita –por venir desde abajo y desde el sufrimiento y frustración de las víctimas de las instituciones gubernamentales del país– Marcha por la Paz con Justicia y Dignidad que en silencio llega esta tarde a Ciudad Universitaria.

La otra: ¡Alto a la guerra!, explica con agudeza la exigencia de la sociedad frente a la espiral de violencia en que de manera inconsulta e irresponsable se le ha envuelto por el crimen organizado y los poderes institucionales y fácticos que han secuestrado a México. Y por fin la otra: ¡Estamos hasta la madre!, expresa con contundencia en el argot nacional el hartazgo a que nos ha llevado la falta de respuesta de las autoridades frente a un cambio integral, propio, respetuoso de los derechos humanos, imparcial y eficiente de lucha contra la delincuencia, incluida la de cuello blanco.

En silencio, no porque se quiera acallar a los miles de ejecutados, desaparecidos, secuestrados, lisiados, vilipendiados y huérfanos –delincuentes o no– que ha dejado esta guerra en los últimos años, y cuya presencia y memoria se quiere justamente rescatar, sino porque, como dice el poeta, activista por la no violencia y defensor de los derechos humanos, Javier Sicilia, el dolor que se ha infligido a las víctimas y sus familiares es antinatural, y por lo mismo no se puede decir. En silencio, como él también dice, porque la violencia de los criminales ya no puede ser nombrada, y porque el sufrimiento que provocan tampoco tiene un nombre y un sentido. El silencio, entonces, como señal de protesta, como grito de alarma a toda la ciudadanía por la nación desgarrada, y como reclamo a las autoridades, la clase política, los empresarios, los sindicatos, las iglesias, contra su insensibilidad, indiferencia, egoísmo y silencios.

No se trata, pues, de los silencios impuestos con los mecanismos de violencia de los autoritarismos y del imperialismo, sino del silencio digno que aglutina, que propicia la escucha de los otros y la reflexión común, que unifica en propósitos fundamentales para reconstruir la convivencia y el tejido social, y, sobre todo, para decir: ¡Ya basta, ya no podemos seguir así!

Un silencio, en fin, porque ya hay muchas palabras que se lleva el viento, y mucho ruido que a nada conduce, cuando lo que se requiere urgentemente son hechos, resultados, no acciones que nos sigan llevando más a la tragedia. Como afirmó Pietro Ameglio en el último número de la revista Proceso, “el silencio es un arma moral y no violenta que habla; no es el ‘silencio de los sepulcros’, sino el grito de indignación de los vivos que luchan para que no haya más sepulcros inútiles. No se trata de un silencio pasmado, aterrado, sino activo, de lucha. Es un silencio incluyente, que une, que ayuda a escuchar y a organizarnos, a tomar conciencia de la catástrofe o emergencia nacional en que nos hallamos, una señal de luto por el piso de sangre de 40 mil muertos sobre el que todos caminamos en México”.

Por ser una población cada vez más discriminada y criminalizada en nuestra sociedad, y porque por su condición y circunstancias actuales la mayoría de ella engrosa las filas de la migración, el crimen organizado y las víctimas de esta guerra, las juventudes de México son el actor privilegiado en la convocación de esta marcha. Máxime cuando a finales de abril muchos de ellos y ellas, provenientes de nueve entidades de la República, ya habían respondido en un Encuentro de Jóvenes ante la Emergencia Nacional, que reconocen ser parte de un momento histórico adverso y profundamente violento, resultado de las acciones de un sistema neoliberal que impulsa una guerra que rechazamos, porque es contra nuestros barrios y comunidades, contra nosotros y nuestros familiares, contra todas las generaciones de este país.

Por ello da gusto que en estos días cientos de jóvenes, sobre todo de universidades e instituciones públicas, han estado trabajando con entusiasmo en y por esta marcha que nos involucra a todos, a través de sus redes sociales por Internet, las radios comunitarias, sus organizaciones civiles y colectivos, y sus movimientos estudiantiles. Para ello han estado estableciendo logística, preparando y brindando alimentos, atención médica, llevando a cabo producciones artísticas e intervenciones comunitarias y, sobre todo, haciéndose escuchar por quienes los han olvidado y hecho a un lado en el compromiso de construir un México diferente.

Y ya que para un cristiano y católico practicante, como Javier Sicilia, la Iglesia ha sido también aludida como uno de esos actores sociales importantes, visiblemente omisos o remisos en este compromiso ético, da también gusto que la Conferencia de Superiores Mayores Religiosos de México se haya sumado oficialmente el primero de mayo a la marcha y a la exigencia de basta ya de tanta violencia y crueldad, vengan de donde vengan; basta ya de tanta sangre derramada, basta ya de corrupción e impunidad. Y que se haya unido a quienes están reclamando la participación activa y vigilante de la ciudadanía, como el principal medio para crear caminos de futuro y esperanza para nuestro querido México. Para ello, este nuevo esfuerzo no puede quedarse, como antes, en mesas de diálogos y pactos estériles, sino trascender a un diálogo ciudadano, plural, serio e incluyente de la perspectiva integral de los derechos humanos, que obligue a poner fin a la impunidad y a garantizar la seguridad para la sociedad, no para los gobiernos y sus poderes fácticos.

Carta en busca de destinatario
Enrique Calderón Alzati

En los últimos días he recibido copias de algunas cartas dirigidas a Felipe Calderón, escritas por diferentes articulistas, personajes de otros medios de comunicación y por personas del público en general, preocupadas por los serios problemas que aquejan al país, para pedirle que haciendo a un lado lo que ha venido realizando hasta ahora, rectifique y ejecute algunas acciones, como mejorar la educación, dar marcha atrás en su guerra irresponsable supuestamente contra el crimen organizado, garantizar la seguridad de la población, acabar con la corrupción y otras cosas más, con las cuales estando de acuerdo, me parecen verdaderas pérdidas de tiempo, en virtud de la escasa capacidad y sensibilidad del actual gobernante para escuchar y responder a peticiones y demandas específicas, por sencillas o importantes que éstas nos parezcan. En otras naciones, y quizá en otros tiempos de nuestro país, estas conductas eran totalmente válidas y muestras de la sensibilidad y responsabilidad política de la población.

Existe un dicho de nuestras abuelas muy sabio al respecto: es como pedirle peras al olmo. Sin embargo, la idea de hacer peticiones me parece correcta, porque constituye una manera muy clara de expresar los deseos, preocupaciones y protestas de la sociedad en busca de una respuesta, por ello he preparado también esta carta, sólo que con la idea de enviarla a un destinatario diferente; de hecho, a varios posibles destinatarios, porque en realidad no sé en este momento cuál es el bueno, aunque sí puedo decir de manera genérica que se trata de todos aquellos hombres y mujeres que en este momento piensan o desean llegar a la Presidencia a finales del próximo año. El texto de la carta es el siguiente:

Muy excelentísimo señor(a):

Sabiendo de su interés por dirigir los destinos de este país, quisiera pedirle que antes de seguir adelante en este propósito, se pregunte usted la razón que lo mueve a buscar este cargo, y que si ello se debe a razones de prestigio, del deseo de ser muy importante, de poder mandar para imponer la visión que usted considera mejor a las de otros posibles aspirantes, se piense mejor las cosas. Igualmente, si en ello hay un interés de lograr acumular riquezas que le permitan cubrir sus aspiraciones personales, o usted siente que existe un grupo de personas poderosas que le están apoyando con la idea de que les permitirá obtener beneficios económicos para realizar determinadas acciones, es tiempo de hacerse a un lado, porque al final del camino todo lo que habrá logrado es contribuir a seguir deteriorando el país como han hecho todos sus antecesores recientes; sus logros se reducirán a vivir en un infierno de complicidades y de frustraciones ante lo que se podría hacer y no se hizo, en virtud de los compromisos adquiridos. Claro que usted puede pensar que eso no les ha pasado a los gobernantes anteriores, que luego de sus pésimas e incluso delictuosas actuaciones andan allí tan campantes, como Fox o Salinas, por citar un par de ejemplos. Pues sí, esto es cierto, pero se lo estoy diciendo a usted antes de que el poder que aspira lograr se haga realidad y termine enfermándole, convirtiéndole en un cínico o en un esquizofrénico que construye sus fantasías para aislarse de la realidad; piense, por ejemplo, en el estado lamentable e infeliz del señor De la Madrid, o del igualmente triste fin del señor López Portillo.

No, lo que el país que usted espera gobernar necesita es algo diferente; requiere un líder carismático, que constituya un ejemplo para todos, que sin ataduras ni compromisos con intereses mezquinos pueda señalar el camino a seguir, que sea capaz de convocar a la nación entera a lograr objetivos concretos y significativos en tiempos razonables, que haga sentir a todos los mexicanos que podemos salir del marasmo en que nos encontramos, que aspire a guiar a su pueblo para rencontrar la senda que traemos perdida desde hace ya mucho tiempo, que se sienta capaz de restañar heridas y terminar con odios, aun hacia aquellos que han dañado seriamente al país con sus mezquindades y deseos de lograr ganancias absurdas a costa de anular los intereses de los demás, no con un simple borrón y cuenta nueva, sino con la aplicación respetuosa de la ley (lo que no se ha hecho por décadas). Si usted piensa que esto no es posible, entonces no es el personaje que México necesita.

Por ello, le pido que reflexione si usted sería capaz de actuar como Mandela, para iniciar un proceso de reconstrucción nacional de un país lastimado por la violencia; si cuenta con la sabiduría para definir un pacto económico como el definido por Franklin Roosevelt para superar la crisis económica en que hemos estado metidos; si usted tiene una trayectoria pública y una voluntad como la de Lázaro Cárdenas para restablecer la soberanía nacional, si siente un compromiso real en torno a mejorar las condiciones de vida de los mexicanos, enfrentándose con sabiduría y autoridad a los intereses más mezquinos que operan en México; si tiene la visión de largo plazo como para convocar a la puesta en marcha de un proyecto educativo que nos permita lograr lo que otras naciones, como Finlandia, en unas pocas décadas. Si este es el caso, adelante, sería bueno que los mexicanos lo supiésemos desde ahora, pero si usted no ha pensado en todo esto, o no considera que es importante, mi petición es que se haga a un lado para dejar el camino a alguien más acorde a nuestras necesidades.

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