12/26/2011

Los Insignificantes



Daños colaterales
Por:

Ayer dejaron un lugar libre para ellos. “El recuerdo, como una vela, brilla más en Navidad”, dijo Charles Dickens. Y para los familiares de los 30 mil desaparecidos es importante tener cerca a los ausentes.

También pensaron en ellos, los familiares de los 60 mil muertos; asesinados, masacrados, mutilados, acribillados… Los 20 mil niños huérfanos pensaron en sus padres. Y los 250 mil desplazados recordaron su vida antes de esta guerra.

Este segmento de la población y quienes les apoyamos, quienes les abrazamos desde nuestra labor cotidiana, quienes nos hemos comprometido con su causa, quienes alzamos la voz a su lado, quienes estamos decididos a acompañarles siempre, hacemos nuestro su dolor.

Las víctimas de la narcoguerra, han sido, son y serán los insignificantes de esta administración. Son y serán los microscópicos. A este sistema político no le interesan, ni al Estado ausente en su tragedia; mucho menos al sistema judicial, carente de mecanismos para protegerles, compensarles, repararles sus pérdidas y daños.

Las víctimas de la narcoguerra son también los invisibles. No forman parte de las estadísticas; tampoco sus nombres y apellidos están inscritos en papel alguno. Al contrario, el gobierno se empeña en esconderlos debajo de la alfombra.

Las víctimas de la narcoguerra estaban y están bajo tierra, en una fosa común; asesinados a mazazos como los migrantes de San Fernando, Tamaulipas; con el tiro de gracia como los de Durango; o una bala en la nuca como los de Sinaloa; mutilados como los de Acapulco; desechos en ácido como los de Guerrero; incinerados en un campo de exterminio como los de Ciénega de Flores o Doctor González, Nuevo León.

Las víctimas de la narcoguerra, caen día a día elegidas por el azar; en las balaceras de las calles, en los levantones de Veracruz y Guadalajara para luego ser arrojados en una céntrica avenida bajo el estigma de Zetas, de narcos, de delincuentes.

Las víctimas de la narcoguerra, se retuercen de dolor en los Centros Clandestinos de Detención operados por el Ejército y la Marina, mientras les administran poco a poco, lentamente la tortura del día; gritan y lloran en las mazmorras bajo las técnicas de tablazos, flamazos, toques eléctricos en genitales, violaciones con bates de béisbol, mutilaciones…

Las víctimas de la narcoguerra, trabajan a marchas forzadas en los campamentos de los cárteles de la droga. Fueron secuestrados en las carreteras, al salir de sus trabajos, en la calle, en sus negocios, en sus casas y ahora saben que tarde o temprano morirán y quedarán enterrados en medio del desierto, en un campo perdido, en una fosa, sin cruz; sin nombre, sin flores…

Las víctimas de la narcoguerra, suman miles y miles de mujeres y niñas raptadas para incrementar el mercado sexual. Son esclavas de los narcos, de los capos y vendedores de droga que encontraron en sus cuerpos una mina de oro para explotar.

Las víctimas de la narcoguerra, son también los feminicidos invisibilizados, las miles de mujeres mutiladas, decapitadas, descuartizadas, que han sido asesinadas con el componente de género, con la inquina al origen, el desprecio más primitivo.

Las víctimas de la narcoguerra, son pequeñas, tan pequeñas que no cuentan, que no son importantes. Sus asesinatos no caben en las estadísticas oficiales. Las ONG’s calculan 1,500 niños asesinados, pero el Estado insiste en esconderlas.

Las víctimas de la narcoguerra, son los heridos, entran a los hospitales donde les amputan, les suturan sus heridas, les intentan salvar. A veces, salen; a veces no. Pero los hospitales desbordados no tienen suficientes médicos, suficientes medicinas, ni material necesario. Y eso también es ocultado.

Las víctimas de la narcoguerra, tienen un número colgado en un dedo del pie. Son los NN, los sin-nombre que esperan tres meses a ser reclamados en un anfiteatro. El gobierno acumula más 10 mil muertos sin identificar, porque no existen bancos de datos para cruzar información a nivel nacional y porque esos muertos; como los otros, los nuestros, no les importan.

Las víctimas de la narcoguerra son y serán en el gobierno de Felipe Calderón, los nada, o los nadie, como dice Eduardo Galeano: “Los nadie: los hijos de nadie, los dueños de nada. Los nadie: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos. Que no son, aunque sean. Que no hablan idiomas, sino dialectos. Que no profesan religiones, sino supersticiones. Que no hacen arte, sino artesanía. Que no practican cultura, sino folklore. Que no son seres humanos, sino recursos humanos. Que no tienen cara, sino brazos. Que no tienen nombre, sino número. Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local. Los nadie, que cuestan menos que la bala que los mata”.

Vivimos en un país militarizado, sumido en las violencias del narco y del Estado; en la barbarie de ambos. Vivimos en un tiempo de canallas, de miserables y déspotas gobernantes; ladronzuelos, sinvergüenzas de cuello blanco. Vivimos entre dirigentes con las manos manchadas de sangre. Vivimos entre mafiosos que roban y expolian los recursos naturales del país, vividores del presupuesto, rateros de caudales públicos. Vivimos mezclados con hambreadores que pasan por empresarios. Vivimos entre corruptos que se reparten el bienestar social. Vivimos en un gobierno generador de pobreza, con 70 millones de pobres, 28 de ellos alimenticios. Vivimos la era de la impunidad endémica, del crimen organizado instalado en las más altas esferas del poder. Vivimos el final del sexenio más sangriento de la historia reciente de México. Vivimos la última Navidad de Felipe Calderón como inquilino de Los Pinos.

La esperanza, sin embargo, no ha muerto, no la han logrado asesinar las balas de un bando y del otro. Es la aliada principal del Movimiento de los Insignificantes, de los pequeños, de los nadie, de los nada; de los que no cuentan, de los invisibles. De esos ilusos, idealistas, soñadores, utópicos que piensan que pueden cambiar el mundo o por lo menos, nuestro pequeño mundito.

Y estamos decididos a no claudicar; a continuar en la lucha bajo la luz resplandeciente del amor, la solidaridad, la tolerancia, la redistribución de la riqueza, el respeto a los derechos humanos, la dignidad, la equidad… Buscamos otro México donde habite la paz con justicia social. Somos muchos y cada día seremos más.

Tarde o temprano lo lograremos.

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