10/02/2012

Calderón: ¿reconocimiento del fracaso?


 José Antonio Crespo

Ante las Naciones Unidas, Felipe Calderón pronunció un discurso sobre seguridad que a muchos extrañó, pues les pareció un viraje de 180 grados. Y es que hasta ahora había rechazado de manera tajante que se modificara o revisara el esquema prohibicionista hacia las drogas, una de cuyas más claras expresiones estratégicas fue la que él siguió durante su administración. Había insistido en que lo único que cabía hacer con los cárteles era combatirlos frontalmente con toda la fuerza del Estado (aunque en México tendríamos que decir que se les combate “con toda la debilidad del Estado”). Ahora se unió a los presidentes de Guatemala y Colombia para cuestionar la viabilidad del modelo prohibicionista, coincidente con varios ex presidentes latinoamericanos. Claro que lo hace responsabilizando fundamentalmente a los grandes países consumidores de droga, a los que acusa de no hacer lo que podrían para combatir ese mal, reduciendo el consumo y deteniendo el flujo de armas y dinero. Y que, en virtud de ello, habría que explorar “las opciones regulatorias o de mercado”, por lo cual propuso que la ONU “haga una valoración profunda de los alcances y de los límites del actual enfoque prohibicionista en materia de drogas”.

Llama la atención el discurso, pues de alguna forma es un reconocimiento implícito de que su propia estrategia, derivada del esquema prohibicionista y llevada al extremo, ha sido un fracaso. De lo contrario, su discurso habría sido algo como: “La estrategia aplicada por mi gobierno ha demostrado los avances y logros que pueden obtenerse manteniendo la prohibición de las drogas y combatiendo frontalmente a los cárteles que la producen y comercializan. No caigamos en la tentación de buscar opciones distintas a ello, que favorezcan la ampliación del consumo de los narcóticos que ponen en riesgo la salud y la vida de nuestros jóvenes. Continuemos sin vacilar por la ruta trazada que, como puede verse en México, tiene todo para alcanzar el éxito”.

Nada de eso. De hecho, para llegar a su propuesta de explorar opciones “regulatorias o de mercado”, reconoce lo que muchos especialistas señalaron al arrancar su estrategia, y que llevarían a una segura derrota de su estrategia: las enormes ganancias derivadas del mercado negro, que “han exacerbado la ambición de los criminales y han aumentado todavía más el masivo flujo de recursos hacia sus organizaciones”, dice Calderón, todo lo cual —advertían los especialistas— permite a los cárteles penetrar policías, corromper al sistema de justicia y comprar al sistema penitenciario, al menos en los países como México, que, como admite Calderón, no tienen ni “un Poder Judicial poderoso”, ni “policías imbatibles”. Y en efecto, haber desplegado la estrategia en tales condiciones equivale a declarar una guerra convencional tras constatar que los cañones están oxidados, no hay gasolina para los tanques y la pólvora está mojada. Bajo tales circunstancias, ¿de dónde surgía la idea de que se podía ganar, o al menos avanzar significativamente? De la fantasía, cuando no de la irresponsabilidad.

Y es que, evaluando cada uno de los objetivos planteados para esta estrategia (recuperar control territorial por el Estado, detener la criminalidad, desmontar a los cárteles, reducir el consumo de drogas y, más tarde, disminuir la violencia), en realidad los resultados fueron nulos, cuando no contraproducentes. La incógnita que flota en el aire es qué política seguirá Enrique Peña Nieto. De continuar esencialmente con la actual, y de no variar la tendencia prevaleciente desde el sexenio de Fox (que arrojó 9 mil bajas) y de Calderón (con sus al menos 60 mil), pues andaríamos hablando de al menos 400 mil muertes en 2018. Peña tiene que dar un viraje fundamental si quiere reducir la violencia.

MUESTRARIO. Tuve el gusto de tener como alumno a Alonso Lujambio en varios cursos en el ITAM. Como muchos otros de sus profesores han señalado, fue siempre un estudiante de excelencia. De ahí surgió una amistad que se mantuvo incólume hasta ahora. Nuestras diferencias políticas —si bien eran más las coincidencias— no llegaron jamás a poner en riesgo ni esa amistad ni el afecto. Fue congruente con sus convicciones democráticas, lo que no suele abundar en la clase política. Su partida me recuerda aquello de que es natural —aunque doloroso— que los maestros (o padres) se vayan antes que uno, pero es anómalo que lo hagan los alumnos. Un abrazo afectuoso a Tere y sus hijos.

cres5501@hotmail.com
Investigador del CIDE

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