5/03/2014

Cachiporristas de El Salvador: cuando el cuerpo de las mujeres es de dominio público


Carmen R. Argueta

El Salvador es un país con un alto grado de violencia, machismo y visión androcéntrica. Su nivel de agresión hacia las mujeres llegó al grado de ubicarlo en el primer lugar por el mayor número de feminicidios en el mundo en 2012. Cada año aproximadamente 25.000 mujeres reportan maltrato y violencia sexual. Sin embargo, existe otro tipo de violencia de la cual aún no existen datos ni estadísticas que reflejen su impacto en la sociedad salvadoreña: la violencia simbólica. En particular, aquella en la que se legitima el cuerpo ‘femenino’ de la mujer como objeto de atracción, es decir, como objeto de dominación masculina. El ejemplo de las ‘cachiporristas’ (mujeres que portan una cachiporra y maniobran con ella en desfiles, conocidas también como ‘majorettes’) en los desfiles cívicos del Día de la Independencia es un buen termómetro de la situación.

En la celebración de cada 15 de septiembre participan niñas menores, adolescentes y mujeres jóvenes (todas estudiantes) para desfilar coreografías, acompañadas de un bastón que hacen girar con sus manos. Si bien hasta aquí no se describe ningún problema, por otra parte, se presentan ante un público –cuyas primeras filas son lideradas por el sector masculino armado de cámaras fotográficas y de video– usando pequeños y ajustados trajes (algunos con pronunciado escote), que cubren apenas la cuarta parte de sus piernas, y botas hasta la rodilla de tacón. En fin, todo un espectáculo dedicado especialmente a ellos, pues son los más interesados en capturar y ver el mejor ángulo de las piruetas hechas con las piernas de las ‘cachiporristas’, más que para conmemorar al evento.

FotografíaCachiporristas. Anonimo1

Desde esta descripción, se podría decir, las mujeres se han convertido en objetos de dominación por los hombres, pues es a quienes principalmente se satisface con la exhibición de sus cuerpos, tomando en cuenta el contexto de machismo actual del país que ya se mencionó. De esta manera, las mujeres son valoradas por su cuerpo ‘femenino’ y el resto de cualquiera de sus habilidades o cualidades son ignoradas de forma automática desde el imaginario colectivo.

Por cuerpo ‘femenino’ se entiende aquí como aquel que es aceptado y premiado por la sociedad salvadoreña, primordialmente por los medios de comunicación y publicidad; es decir, aquel con atributos voluminosos (como pechos, piernas y caderas) de estatura media a alta, cuerpo delgado, cabellera larga, entre otras características, está dentro de los estándares de belleza establecidos por el colectivo. En este sentido, en la celebración las únicas admitidas, salvo algunas pocas excepciones, son jóvenes y menores que cumplen con este perfil.

Es evidente que no todas encajonarán en él; sin embargo, me atrevo a afirmar que lo que se busca con estos requisitos es agradar a la población espectadora que acepta ese estándar de belleza, en especial los hombres.

¿Una tradición autóctona?

Esto se ha legitimado históricamente desde la sociedad y el Estado. El uso de ‘cachiporristas’ en un desfile cívico es una muestra de ello. Sin embargo, se ha normalizado tanto que hasta se le acoge como una tradición autóctona. Imaginarse una festividad sin ellas resulta algo inaudito, particularmente para la mayor parte de la población masculina, incluyendo a las menores y jóvenes que se sienten orgullosas de formar parte de este elemento.

Sobre el tema de su autenticidad, el antropólogo Pedro Ticas afirma que el problema no está en las personas que participan en el acto, sino en el acto mismo pues sus componentes: música, danza y expresiones corporales que no se definen claramente, no encajan entre sí como una pieza esencial de un posible ritual holístico de aquel; por tanto, no logran hacerlo algo culturalmente propio. Esto lo termina por justificar a partir de que hay elementos urbanos y rurales que forzadamente se le han entremezclado, así como también la música, en su mayoría, no está ligada directamente al acto, debido a que es tomada de cualquier invención popular extranjera, lo que conlleva a que no confiera a la danza ninguna expresión autóctona que refleje rasgos de la identidad nacional. Y, además, explica Ticas, ésta no contiene ningún orden progresivo de imágenes ni símbolos que puedan dar explicación cultural al acto.

Nunca antes el Estado salvadoreño se había cuestionado la existencia del elemento ‘cachiporristas’. Hasta el año 2010, se realizaban todos los preparativos para el desfile cívico, incluyéndolas, con total normalidad. Sin embargo, en julio del mismo año, se dio el anuncio, por parte del Ministerio de Educación, que dicha actividad estaba en camino de ser prohibida. Esto debido a casos de trata de personas y explotación sexual en contra de jóvenes ‘cachiporristas’ en institutos nacionales del país, los cuales habían sido denunciados por el Instituto Salvadoreño de Desarrollo de la Mujer (ISDEMU).

“El ojo del hombre necesita colirio para ver”, dijo el alcalde de San Salvador

Por supuesto, la polémica no pudo faltar ante dicha posibilidad. Los diferentes sectores de la sociedad, incluyendo la Iglesia y funcionarias y funcionarios públicos, debatieron sobre si era correcto o no eliminar la presentación de ellas en los desfiles. La secretaria de Inclusión Social, Vanda Pignato, por una parte, se posicionó sobre la necesidad de quitarlas bajo el argumento de que la práctica denigraba la imagen de la mujer y, en ese sentido, se convertía en una utilización indebida de la misma en las fiestas nacionales. Al contrario, el en ese entonces alcalde de San Salvador y actual candidato por la presidencia del país, Norman Quijano, justificó “la necesidad” de mantenerlas porque “el ojo del hombre necesita colirio para ver”, legitimando de esa manera el uso del cuerpo femenino de la mujer como un objeto de consumo visual para los hombres.

FotografíaCachiporristasAnonimo2


El feminismo lógicamente presionó para que se hiciera efectiva su supresión; no obstante, un buen sector de la población masculina se hizo presente, por ejemplo en las secciones de comentarios de los periódicos que difundían la noticia en la web, para protestar ante tal iniciativa. Al parecer, este grupo tenía total convencimiento sobre ‘el papel’ que le corresponde a la mujer en la sociedad, reivindicando así el ‘lugar’ de ellos en la misma como los poseedores del dominio.

El sociólogo Pierre Bourdieu, quien analizó la dominación masculina, es decir, la violencia simbólica, afirmó que a las mujeres se les convierte en objetos simbólicos, cuyo ‘ser’ es percibido y tiene como efecto colocarlas en un estado permanente de dependencia simbólica. En ese sentido, existen por y para la mirada de los demás en cuanto sean ‘objetos’ atractivos, acogedores y disponibles. Por tanto, se espera de ellas que sean ‘femeninas’: sonrientes, simpáticas, sumisas, entre otras cualidades. Esta supuesta ‘feminidad’, dice Bourdieu, termina por ser una forma de complacencia en relación a las expectativas masculinas “reales o supuestas, especialmente en materia del incremento del ego”. Como consecuencia, esta relación de dependencia respecto a los demás, y no solo hacia los hombres, tiende a convertirse en esencial para las mujeres.

El sociólogo llama por “heteronomía” –experiencia a la que están condenadas las mujeres en el marco de una sociedad de dominación masculina– al principio de la práctica como el deseo de llamar la atención y de gustar. Esto mismo podría explicar la razón por la cual las menores y jóvenes se entusiasman con la idea de participar en los desfiles como ‘cachiporristas’.

En lo que respecta a la resolución sobre su prohibición, ningún argumento a favor de ello fue suficiente como para hacerlo efectivo. En este sentido, la legitimación de la violencia simbólica, es decir, el uso del cuerpo de las mujeres como consumo visual siendo dominado por hombres, se vio patentada por el Estado salvadoreño.

La legislación salvadoreña

La primera vez que se vio el concepto de ‘violencia simbólica’ en el marco político de El Salvador fue a través de la ‘Ley especial integral para una vida libre de violencia para las mujeres’, vigente desde el primero de enero del 2012. En ella se define este tipo de violencia como el conjunto de “mensajes, valores, íconos o signos que transmiten y reproducen relaciones de dominación, desigualdad y discriminación en las relaciones sociales que se establecen entre las personas y naturalizan la subordinación de la mujer en la sociedad”. No obstante, hasta la actualidad se desconocen mecanismos y herramientas que puedan permitir denunciarlo en caso de sufrirlo, pues ¿cómo se podría demandar al Estado salvadoreño por permitir que menores y jóvenes exhiban sus cuerpos en desfiles cívicos, a enteradas cuentas de la situación de vulnerabilidad a la que son expuestas? De hecho, en la ‘Ley de Protección de la Niñez y Adolescencia’ el artículo 47, referido al honor, imagen, vida privada e intimidad, prohíbe el uso de la imagen y cualquier actividad que pueda afectar la dignidad e intimidad de las niñas, niños y adolescentes, pero tampoco es evidente su aplicación en este caso, pues niñas menores y jóvenes siguen presentándose en desfiles como ‘cachiporristas’.

Finalmente, se puede decir que la lucha para las feministas de El Salvador es larga y dura, pues el discurso político salvadoreño hasta la actualidad continúa legitimando y haciendo posible la violencia simbólica hacia las mujeres, en espectáculos públicos, publicidad y medios de comunicación, así como en la familia y otros espacios. Quizá no necesariamente la solución ideal a esto sería prohibir la presentación de las ‘cachiporristas’ durante los actos cívicos, como se pretendió hacer en su momento. Bastaría, posiblemente, con hacer significativas modificaciones en ella, como la inclusión de hombres, por ejemplo, y el cambio de vestuario por uno que disminuyan la exposición del cuerpo a la violencia, tomando en cuenta el contexto machista en el que vivimos mientras se trabaja para erradicarlo.

No obstante, ninguna de estas acciones tendrá su efecto sin la promoción de una mejor educación en respeto, igualdad y equidad de género dentro de la sociedad salvadoreña.

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