5/01/2014

Ah, mexicanos. (En fin.)



Yo, aquel suspirar…
Tomás Mojarro 

Que la dependencia alimentaria de muestro país ha aumentado de modo alarmante, acusa la nota periodística publicada de la semana anterior, y que esa dependencia alimentaria se deriva del abandono en que los sucesivos gobiernos han mantenido al agro y la creación de un mercado que concentran y acaparan las grandes empresas. Total, que tales achaques provocan la insuficiencia de la producción nacional. Todo esto, y mucho más, es México. Mis valedores:

Leí la noticia y fue entonces cuando, a propósito, me decidí a relatar para todos ustedes la historia de mi tía Gabriela, una sota moza de tierra adentro y mediana edad a la que un domingo de aquellos fui a visitar al manicomio. Mi tía la de las zarcas pupilas…

Después de su amor malaventurado y la separación de aquel marino danés de nombre impronunciable, mi tía Gabriela regresó al caserón familiar y a la familia de muy noble estirpe,  pero en su diario vivir dentro de unos muros antañones que olían a pétalos recién macerados evidenciaba que había quedado irremisiblemente dañada del mar y sus marineros, y fue así como de los peñascales de mi Zacatecas se volvió a fugar. La tía Gabriela desapareció, y en mucho tiempo de la soñadora de mala ventura no volvimos a saber ni su rastro. Y es que la malquerida, buscando de puerto en puerto al danés de impronunciable nombre  que ella repetía en sueños, pasó de Tuxpan a Veracruz, y de ahí a Coatzacoalcos, a Salina Cruz, a aquel remoto Puerto Peñasco, buscando durante doce, quince años, al perdido amor. Y vaciando en los mares el resto de su fortuna…

- Tú sí me entiendes, ¿verdad? Siento que tú me comprendes porque estás chiflado como yo, pobrecillo niño viejo. ¿O viejo niño, tal vez? ¿Qué edad tienes? ¿No sientes que tú y yo andamos viviendo de más y en un mundo ajeno? Como que habitamos en vidas hurtadas a sus legítimos dueños, ¿no lo percibes a medias de esta tarde de domingo? Ay, ay, que lo dijo el poeta: “Tanta vida y jamás”. Tú sí me entiendes, ¿verdad que tú sí me entiendes..?

Las zarcas pupilas se le rasaron. Una gota exprimida del ánima se deslizó mejilla abajo. En un pecho que fue de cimas y era de simas, el suspirar. Yo, el deseo de salir de aquel rinconcillo remoto del jardín trasero del manicomio, y un impulso de recomponer la figura, que se me desencuadernaba, y salir huyendo. Porque yo digo, mis valedores, ¿habrá dolencias más pegadizas que locura y tristuras? Dios, yo con estos mostachos y haciendo pucheros…

- Tú sí entiendes que yo, buena amante del mar, nunca iba a poder vivir en nuestro Zacatecas, ¿verdad? Demasiada tierra, demasiados peñascos. ¿Sabes, hijo? En ciertas noches de fantasías en brama hasta mi duermevela arribaba el barco aquel cargado de marineros, y atracaba en un puerto en penumbra, y mi amoroso danés bajaba la escalerilla al encuentro de mis brazos, y me subía a bordo, y esto era pasarnos la infinita noche tocando puertos de nombres exóticos y atracar en muelles fantasmales,  y en barrios penumbrosos acompañar a mi danés entre rones y negras de pechos empitonados que llevan pelambre color azafrán. Todo en mis sueños, lástima.

Y escucha, porque tú, chiflado también,  sí me entiendes: duelen los sueños más que la realidad porque son mucho más crueles, ya que ellos no se prestan a la ilusión, como la realidad. ¿Oyes allá, lejos? Como trenes que se despiden, ¿Estás oyendo, Tomás..?

Yo, a modo de respuesta, sólo agaché la cabeza. Suspiré. Qué más…

(El final de este desventurado amor, mañana.)

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