5/01/2014

Una niña feliz


OPINIÓN

   CRISTAL DE ROCA


CIMACFoto: César Martínez López
Por: Cecilia Lavalle*
Cimacnoticias | México, DF.- 

“¿Qué querías ser cuando eras niña?”, me pregunta una sobrina mientras busca en su tableta electrónica un juego que me quiere enseñar.

Viajo, entonces, varias décadas atrás y recuerdo. A su edad yo jugaba a ser maestra.

Recuerdo que sentaba, a los pies de mi cama, a mis muñecas y a cuanta fauna de peluche poesía. Colocaba al frente un pequeño pizarrón que mi abuela me había regalado y, desde la altura que me proporcionaban unas zapatillas de plástico rojo, daba mi clase a mis imperturbables estudiantes.

Sí, yo quería ser maestra. También quería ser grande.

Me parecía que las personas grandes tenían una libertad que a mí me parecía fantástica. Podían ir y venir a su antojo. Podían decidir. Podían…

Y ahora que lo recuerdo, la primera vez que me sentí “grande” fue el día que puse un pie en la Universidad. Cierro los ojos y puedo mirarme, en pantalón de mezclilla, tenis, con un par de libretas en la mano, parada frente a la explanada universitaria, sintiéndome absolutamente libre.

Detengo mis recuerdos. De pronto caigo en la cuenta que ya soy mi anhelo. Soy grande. “Muy grande”, según mi sobrina. Soy libre. Todo lo libre que pueden ser las mujeres en mi país en este instante. Y mi pasión por la docencia se resuelve cuando doy talleres, cursos, conferencias.

Soy una mujer privilegiada, sin duda. Y eso no deja de tener cierto sabor amargo.

Porque, en realidad, soñar y tener las posibilidades para hacer realidad tus sueños no debería significar un privilegio, sino un derecho que puedes ejercer a plenitud porque todo el escenario te favorece.

Hoy veo a muchas niñas en serios problemas. Algunas sobreviviendo en medio de una guerra. Algunas sobreviviendo mientras defienden su derecho a estudiar. Algunas sobreviviendo mientras escapan de un matrimonio pactado. Algunas sobreviviendo a distintas violencias.

Hay algunas otras niñas a quienes ser felices les será muy complicado, porque les han hecho creer que así como son, son inadecuadas, inaceptables.

Algunas que a su corta edad hablan de cirugías estéticas. Algunas que van tras un ideal de belleza rígido y siempre inalcanzable. Algunas que anhelan ganar concursos de belleza. Algunas que quieren estar en pasarelas con cuerpos esqueléticos. Algunas que son entrenadas para ser objetos decorativos.

Mi sobrina quita de su tableta el dedo que movía con la maestría de una directora de orquesta, y fija la mirada en mis ojos esperando mi respuesta.

Le digo que quería ser maestra. Y entonces me lleva a su cuarto y me enseña su pizarrón. Le digo que también quería ser grande. “¿De este tamaño?”, me pregunta y estira sus brazos como queriendo alcanzar el techo.

Le digo que quería aprender a leer. Y me enseña uno de sus cuentos.

Le digo que quería ser libre. Entonces se detiene frente a mí y me mira a los ojos. “¿Qué es eso?”, pregunta. Es hacer lo que deseas –contesto–, hacer lo que te parezca valioso.

Mira un momento a su derredor y me dice: “Entonces yo ya soy”.
La abrazo y pienso en lo mucho que tenemos que trabajar aún para que todas las niñas del mundo puedan decir eso.

La abrazo y pienso en las muchas niñas que hoy tienen las condiciones para sentirse libres. La abrazo y me siento una niña feliz. Y eso no deja de tener un cierto sabor triste, por las muchas que hoy no lo son.

Apreciaría sus comentarios: cecilialavalle@hotmail.com.

*Periodista y feminista en Quintana Roo, México, e integrante de la Red Internacional de Periodistas con Visión de Género.

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