Alberto Aziz Nassif

En primer lugar, el salario hay que entenderlo como una pieza clave del modelo económico. Desde que se adoptó el patrón del Consenso de Washington —a mediados de los años ochenta— México hay sido un alumno muy aplicado que ha mantenido, prácticamente por decreto, el salario bajo. La forma mexicana de insertarse en la globalización ha sido mediante la mano de obra barata, y la estrategia productiva del país se ha orientado a la exportación. La economía mexicana tiene una serie de desequilibrios entre salario y productividad, entre exportaciones y mercado interno. Un país de 120 millones de habitantes —con un gran mercado interno—, supondría una estrategia de salarios con poder adquisitivo. Sin embargo, la ortodoxia ha llevado al país en la ruta contraria, lo importante es el mercado externo y una consecuencia es que los salarios permanezcan bajos, a pesar de que sí ha subido la productividad.
En segundo lugar, la estrategia que ha deprimido los salarios desde el sexenio de Miguel de la Madrid, ha sido posible no sólo como una política económica del PRI y del PAN, sino también como resultado de una destrucción de los contrapesos necesarios para enfrentar esa política. No hay fuerzas sociales organizadas, un sindicalismo fuerte, que defienda el salario. En México las agrupaciones corporativas fueron el pararrayos del ajuste neoliberal, en donde los trabajadores pasaron de ser actores en un pacto tripartito, a ser un cascarón vacío sin fuerza. Por eso el gobierno y los sectores empresariales pueden decidir el valor del trabajo sin ningún problema, y sin tomar en cuenta a los trabajadores que no tienen ninguna representación real, salvo excepciones.
En tercer lugar, como una consecuencia del modelo económico y del debilitamiento de los trabajadores, tenemos —como lo han documentado muy bien Bensusán y Middlebrook— menos huelgas, menos salario, menos representación de trabajadores y más concentración del ingreso, más precariedad laboral y más informalidad.
En cuarto lugar, hay otras experiencias que han logrado subir los salarios, mantener la inflación bajo control y tener equilibrio entre exportaciones y mercado interno, como lo hizo el gobierno de Lula en Brasil, que logró un mayor reparto de la riqueza y equilibrio en sus cuentas externas. Uno de los mayores obstáculos para subir los salarios en México tiene que ver con el dogma ideológico que manejan a su conveniencia los tecnócratas de Hacienda y de Banco de México, que se turnan entre gobiernos del PRI y del PAN, y los líderes empresariales que están felices de tener sindicatos a modo o contratos laborales de protección, esos que únicamente simulan lo que debería ser un contrato, que son la mayoría en México.
No se trata de hacer una consulta popular, como propone la derecha panista, o tomar la decisión de subir el salario, como dice el jefe de Gobierno de la capital, se trata de establecer un cambio en el modelo económico y reconstruir los equilibrios para una sociedad en donde el 60% de la mano de obra está en la informalidad y el salario es uno de los más bajos de América Latina. Se trata de reconstruir fuerzas sociales que puedan defender el valor del trabajo; se trata de romper con los dogmas neoliberales y ver que en México ha crecido la productividad, pero no el salario. En fin, se necesita reformular la política económica, pero eso no lo harán los gobiernos de la derecha, PRI y PAN, que están felices con su alianza histórica para seguir vendiendo al país y mantener salarios de hambre, como lo han hecho desde el salinismo, porque ese es su ADN.
@AzizNassif
Investigador del CIESAS
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