4/26/2015

El amor es extraño



Carlos Bonfil
Crepúsculo en Manhattan. Luego de casi 40 años de vida en común, la pareja sentimental que forman George (Alfred Molina) y Ben (John Lithgow) deciden aprovechar las reformas legislativas locales y contraer matrimonio. El amor es extraño (Love is strange), quinto largometraje de Ira Sachs (Married life, 2008), todo un cronista de relaciones conyugales, inicia con la celebración del evento en una fiesta a la que asisten amigos homosexuales de la pareja, y familiares y conocidos marcadamente gay-friendly. Este clima de concordia y abierta tolerancia cosmopolita pronto se disipa cuando George, maestro de música en una escuela privada católica, es forzado a renunciar a su empleo por la falta imperdonable de haber hecho pública una orientación sexual que la institución conservadora había tolerado durante años siempre y cuando se mantuviese reprimida.
La nueva precariedad impuesta (desempleo de George y pensión modesta de Ben, su esposo septuagenario), obliga a la pareja a vender su departamento en Manhattan y a buscar, cada uno, un refugio temporal en casas de amigos y familiares benévolos. Esta súbita separación, luego de largos años de una armonía doméstica compartida, aunada al desamparo material y la vulnerabilidad de la edad avanzada, trastorna por completo el horizonte de la pareja conyugal que contemplaba una vejez libre de contratiempos mayores. La discriminación los señala y ubica irremediablemente en una categoría social que creían superada, la de parias sexuales obligados a solicitar una parcela de hospitalidad cuando un privilegio de la madurez habría sido la conquista de una seguridad mínima.
Lo interesante en El amor es extraño es la manera en que Ira Sachs y su guionista Mauricio Zacharias hacen de los miembros de esta pareja los catalizadores de la calidad en las relaciones afectivas de las personas que les rodean y acogen. Su breve estancia en casas ajenas exhibe los límites de la generosidad espontánea, las contradicciones morales del núcleo de amigos liberales, y las crisis domésticas que afectan el equilibrio anímico de los adolescentes. El extraño amor al que alude el título de la cinta no sólo es un calificativo de la relación de la pareja protagónica, sino también, y en mayor medida, de la calidad de los afectos que ellos dos reciben por parte de familiares y amigos. La cinta es de igual modo una mirada melancólica y agridulce a la vejez, al margen de cualquier orientación sexual, y a la brecha entre quienes contemplan, con frágiles certidumbres, un porvenir abierto, y quienes, con inquietud más intensa, advierten ya la cercanía del desenlace final.
Esa vulnerabilidad de la vejez en los marginados sexuales –apenas distinta de la de sus pares heterosexuales– el cine hollywoodense la describió con una acidez cercana a la caricatura en La escalera (The staircase, 1969), de Stanley Donen, cinta protagonizada por Rex Harrison y Richard Burton en un duelo magistral de lacerante auto escarnio. Era la época en que el cine veía a la incipiente comunidad gay como una suerte de espectáculo circense tan divertido como lamentable.
Los tiempos han cambiado sustancialmente y lo que ahora ofrece Ira Sachs, cineasta homosexual, casado con pareja masculina, es un relato en parte autobiográfico sobre lo que significa haber dejado atrás una cultura de la vergüenza (referencia de George y Ben en un viejo bar gay a militancias de otros tiempos), para asumir, con el resto de los mortales, un grado similar de fragilidad y de entereza frente a las comunes inclemencias de la edad y las dificultades de la comunicación y la entrega afectivas. Es éste un poco el sentido de la pedagogía indirecta a la que recurre George tanto con su alumna de música (lecciones también de tolerancia) como con el adolescente Joey, quien, primero con hostilidad y luego con una empatía confusa, asiste al desamparo de la pareja protagónica, tan extrañamente cercano al que él mismo vive en su relación con sus padres.
Ante este arsenal de vendavales y reveses afectivos, la tentación de naufragar en el melodrama era muy grande. Por fortuna, el realizador evita la tentación con un uso inteligente, si acaso abrupto, de las elipsis narrativas. No considera necesario enfatizar, en ciertas escenas, una carga dramática de sí ya fuerte, y opta por trazos mucho más finos y sutiles en el diseño de los personajes y sus relaciones conflictivas (formidable escena de Joey llorando en el descanso de una escalera). La música y la pintura son aquí expresiones artísticas que completan la crónica sentimental neoyorkina. El amor es extraño es a la vez retrato generacional y comedia costumbrista de nuevos tiempos más tolerantes, también constancia de que la diversidad y la generosidad en los afectos triunfan, en definitiva, sobre las patéticas estrecheces del prejuicio.
Se exhibe en salas comerciales y en la Cineteca Nacional.
Twitter: @Carlos.Bonfil1

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