La visita de Dilma a México
El
quinto encuentro entre Dilma Roussef y Enrique Peña confirmó que la
distancia entre México y Brasil no se expresa solamente en los
kilómetros que separan a ambos países, en las diferencias culturales o
futbolísticas. Habría que agregar la desconfianza mutua entre los dos
gigantes de Latinoamérica, consecuencia de sus diferentes estrategias
geopolíticas. El saldo de la visita de Dilma a México es prácticamente
nulo; más allá de los discursos y las buenas intenciones, los dos
países no están en condiciones para conformar un bloque económico que
impulse el crecimiento económico de la región.
Las razones de
la desconfianza entre dos países que concentran el 62% del Producto
Interno Bruto (PIB) de Latinoamérica tienen que ver principalmente con
la relación comercial que sostienen con los Estados Unidos. Mientras
que México está amarrado comercialmente con su socio norteño, Brasil
sigue profundizando sus relaciones comerciales con China y Europa y al
mismo tiempo fortalece su comercio con Argentina, su socio principal.
En otras palabras, Brasil considera de importancia estratégica
diversificar sus relaciones comerciales -sobre todo con Asia-
manteniendo al mismo tiempo su liderazgo en el MERCOSUR y su presencia
en el grupo BRICs. Por su parte, el gobierno mexicano puso todas sus
fichas en su pertenencia al Tratado de Libre Comercio de América del
Norte (TLCAN) con el argumento de que su cercanía con el mercado
estadounidense lo catapultaría al primer mundo. Después de más de un
cuarto de siglo, el TLCAN ha empobrecido a la mayoría de la población
mexicana pero le ha reportado enormes ganancias a un pequeño grupo de
empresarios que, con el enorme poder adquirido, demandan hoy una mayor
profundización de las relaciones comerciales con EE. UU.
A lo
anterior habría que agregar que los desencuentros entre Brasil y México
no se circunscriben a la competencia entre sus industrias automotrices
o a las diferencias culturales. Los gobiernos panistas no fueron
precisamente admiradores de Lula ni mucho menos del Partido dos
Trabalhadores (PT) lo que enfrió las relaciones bilaterales. Además,
los EE. UU. -y por ende el gobierno mexicano- se sintieron amenazados
por el surgimiento de organismos regionales como el ALBA, diseñados
para impulsar el intercambio comercial entre los países sudamericanos,
incluyendo, claro, a Venezuela y Bolivia, ejes del mal para la
plutocracia yanqui.
A su vez, Brasil comprendió que la firma
del TLCAN, a fines de la década de los ochenta, canceló todas las
posibilidades de estrechar relaciones comerciales con México. Por si
fuera poco los presidentes panistas, sobre todo Calderón, prefirieron
estrechar relaciones diplomáticas con Colombia y Perú, con miras a
formar un bloque que junto con los EE. UU. funcionara como contrapeso
al MERCOSUR, ALBA, etc. y que de manera simultánea sirviera de
contención a las ambiciones de China.
¿Entonces a que vino
Dilma? En primer lugar a explorar las posibilidades de inversión en
materia petrolera. Petrobras debe estar interesada en las oportunidades
creadas por la reforma energética, como cualquier empresa del ramo.
También le interesa ampliar el acuerdo de complementación económica
bilateral (ACE53); dicho acuerdo comprende actualmente 800 productos
con preferencias arancelarias pero se contempla la posibilidad de
ampliarlo a 6000 productos. La cereza en el pastel de la visita fue la
firma del Acuerdo de Cooperación y Facilitación de Inversiones (ACFI),
primero de su especie firmado por Brasil, que sin dejar de representar
un avance en las relaciones comerciales no constituye ni de cerca un
golpe de timón para modificar significativamente el estado actual de
sus relaciones comerciales.
Así las cosas, la visita de Dilma
a México no rindió los frutos anunciados en la prensa nacional ni mucho
menos alteró su estrategia geopolítica, máxime cuando recientemente el
primer ministro chino Li Kequiang anunció en Brasil un paquete de
inversiones de 50 mil millones de dólares para la región sudamericana.
Por su parte, tampoco Peña tiene intenciones de atenuar su dependencia
política y económica con los EE. UU. aunque esto signifique mayor
pobreza y violencia social para las mayorías que dice representar. La
cancelación de las obras del tren rápido entre Querétaro y la ciudad de
México así como el fracaso de la construcción del Dragon Mart en
Yucatán no dejan lugar a dudas de que nuestro país seguirá siendo una
colonia yanqui pero sobre todo una cuña fundamental para impedir la
construcción del sueño de Bolívar en la región Latinoamericana.
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