6/05/2016

Ariel de Oro



Carlos Bonfil
La Jornada
Ariel de Oro para el cine invisible hecho en México. Para el que continuamente es desplazado en nuestro país por los blockbusters hollywoodenses y la chatarra fílmica local de inspiración televisiva. Para ese cine supuestamente de minorías, triunfador en festivales y desconocido en casa. Luego de recibir el Ariel de Oro por su larga trayectoria artística, durante la pasada ceremonia organizada por la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematograficas, el cineasta Paul Leduc puso el dedo en la llaga y, de modo sorpresivo, pulverizó al discurso institucional que hasta el momento había venido celebrando la buena salud del actual cine mexicano. Lo hizo con las mismas cifras y estadísticas proporcionadas por el Estado. Aunque la tremenda disparidad entre los logros que proclama el discurso oficial (un récord de 140 películas producidas el año pasado) y la inocultable realidad que desmiente a ese triunfalismo (el notable descenso del número de espectadores que eligen ver cine mexicano), haya sido ya señalada en los medios, lo novedoso en esta ocasión es que esa paradoja escandalosa era denunciada, con tal vigor y en medio de una celebración solemne, por un galardonado director de cine. Su prestigio artístico y su profundo conocimiento de la industria fílmica dieron un peso todavía mayor a sus palabras.
Leduc resume la situación sin rodeos: resulta inútil, cuando no tramposo, comparar el auge de la producción actual con la de sus mejores años durante la llamada época de oro, pues aquel cine sí llegaba a las pantallas grandes, y el actual permanece virtualmente invisible, o en todo caso arrinconado en muy pocas salas, a menos que llegue sustentado por el cálculo mercantil y un humorismo ramplón. El cine de calidad, las producciones mexicanas que distinguen y premian los festivales, y cuyo auge celebran las autoridades con sombrero ajeno, sencillamente no se ve en México como debiera verse. Y esto sucede por un gran número de razones, pero básicamente por una sola, y que señala con precisión Yuriria Iturriaga cuando al día siguiente felicita a Paul Leduc: la renuencia del Estado a declarar la excepción cultural en lo que concierne a la industria cinematográfica y a otros bienes relacionados con la cultura. El TLC sigue, hasta el momento, determinando qué tipo de cine tiene entrada libre y predilección en nuestras pantallas, y naturalmente en la formación de gustos en las nuevas generaciones. Por esta razón tan básica, cualquier iniciativa que tome la nueva Secretaría de Cultura en México para la defensa del cine mexicano que no considere, como prioridad absoluta, plantear y subsanar este largo agravio, parece condenada a la esterilidad. Esa ha sido la postura del gremio cinematográfico, también la de una buena parte de la crítica de cine. En su discurso, Paul Leduc la resumió y documentó inmejorablemente (La Jornada, 29 de mayo, 2016).
Como el asunto no tiene posibilidad de solución a corto plazo, y que las cláusulas del TLC relacionadas con la cultura tampoco habrán de revisarse (a menos que una victoria republicana en el vecino país del norte decida lo contrario), lo que procede es que el propio gremio fílmico afectado diversifique de modo original las estrategias para promover el cine mexicano de calidad. Hacer de suerte que las películas hoy invisibles sean mañana las elegidas del público mexicano. Oponerle al analfabetismo audiovisual, hoy imperante, el contrapeso de una calidad artística muy presente en todos los foros alternativos de exhibición a su alcance. Promover el cine documental y los cortometrajes, expresiones siempre marginales en la cartelera comercial. Parece ser que la única opción viable para recuperar el público perdido, será la de rebasar, en lo posible, a las mismas instituciones que no han sabido conservarlo. Las pequeñas distribuidoras independientes (Mantarraya y Canana, entre otras) contribuyen a fomentar el buen cine nacional, sobre todo si uno contrasta sus pálidos recursos y ganancias con la depredación que en México hacen las grandes majors hollywoodenses. Los cine clubes y la Cineteca Nacional hacen a su vez lo conveniente en la Ciudad de México y en el resto del país. Falta solamente que esa gran mayoría silenciosa que es el público mexicano elija, en definitiva, entre un entretenimiento de calidad y las ofertas de la ignorancia.
Twitter: @Carlos.Bonfil1

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