6/07/2018

El peligro real

La Jornada
Néstor Martínez Cristo

México está en peligro. Sin duda. En un grave riesgo, diría yo. Pero no por el populismo que tanto preocupa a algunos ni por la amenaza de convertirlo en otra Venezuela. No.

El país está en un serio riesgo porque la violencia está desatada y el crimen organizado, desbordado. Porque ya no sólo se conforma con infiltrar, erosionar o corromper las estructuras policiacas, de seguridad y de justicia, para continuar con sus redituables negocios ilícitos. Ahora va por más territorio, por más poder político del que detenta.

A la oleada de asesinatos de candidatos y políticos que ha hecho de este proceso electoral el más violento de la historia, se han incorporado sumas millonarias de dinero en efectivo que circula subrepticiamente para financiar candidaturas al margen de la ley. La injerencia externa en el proceso electoral es tal, que se estima que por cada peso legal, 15 no son declarados a la autoridad.

En este contexto, resulta consecuente inferir que una tajada considerable de ese enorme flujo monetario procede de la participación activa de la delincuencia organizada, particularmente del narcotráfico, que opera, que financia y que veta candidatos, pero que al mismo tiempo impone a los suyos y decide a quién apoya.

Si bien no existen cifras oficiales, las ejecuciones de candidatos y políticos vinculados a este proceso electoral se cuentan por decenas. Según estimaciones de la Asociación Nacional de Alcaldes, desde septiembre suman 106 políticos ejecutados y más de una treintena de ellos eran aspirantes a una alcaldía o diputación. El número es tres veces superior al de los asesinatos ocurridos durante las elecciones federales de 2015… y todavía falta casi un mes de campañas.

Los homicidios, que lo mismo suceden en alcaldías de Oaxaca, Guerrero o Chiapas, que de Puebla, Veracruz o del estado de México, ocurren a plena luz del día, en la impunidad, sin que las fuerzas del orden sean capaces de oponer resistencia. La delincuencia organizada actúa tal como es: sanguinaria, retadora, descarada, corruptora.

Apenas el fin de semana pasado, en Oaxaca, el homicidio de Pamela Terán Pineda, aspirante de la coalición Todos por México al ayuntamiento de Juchitán, hizo que los candidatos de cinco partidos determinaran suspender sus campañas, en tanto no existieran las garantías de seguridad para continuarlas. Tan sólo en esa entidad van, a la fecha, 21 candidatos muertos.

En realidad no son nuevos ni pocos los casos documentados sobre vínculos de gobernantes, políticos, empresarios y hasta militares, con la delincuencia organizada. Lo que alarma ahora es la intensidad, la violencia y el descaro con que se muestra el crimen ante la pasividad de las autoridades, en una coyuntura electoral tan delicada.

Sería ingenuo entonces creer que la delincuencia organizada no ganará espacios políticos en estas elecciones. Ha sabido mover sus fichas en el tablero; ha invertido lo necesario; ha colocado a los suyos en posiciones donde mejor le ha convenido y no ha dudado en hacer a un lado a todos y a todo aquello que le estorba.

Parece obligado que quien sea que gane la Presidencia de México atienda este problema –a mi juicio el mayor que enfrenta el país– sin tardanzas ni simulaciones. El avance irrefrenable del crimen organizado amerita, por tanto, una respuesta pronta, enérgica y de la misma magnitud.

El próximo presidente deberá atender desde luego las causas de fondo y definir –o redefinir– la estrategia frente al crimen organizado, en particular al tráfico de drogas, así como crear las instituciones necesarias, funcionales e independientes que permitan establecer un auténtico estado de derecho, a partir de un sistema de justicia confiable.

Está claro que los narcotraficantes están dispuestos a seguir adelante a costa de lo que sea. Sin escrúpulos ni recato. Tienen el dinero, las armas y el apetito del poder político. Es imperativo que la sociedad, las instituciones y los grupos de interés, señaladamente los empresarios, exijan al nuevo gobierno detener esa intentona que, de lograrse, terminaría por desestabilizar las estructuras de gobierno y por vulnerar al Estado mexicano.

En nada ayudará continuar ignorando o simulando que la delincuencia se mueve al margen de lo electoral. Está más activa que nunca y sabe lo que quiere. El asunto es tan delicado que no puede seguir siendo el elefante en la sala. La advertencia baladí sobre el populismo que vendría y que arruinaría al país equivale al petate del muerto. El peligro real se afianza ahora mismo, frente a la indolencia de todos nosotros, en las estructuras de poder.

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