Los héroes preferidos de
Andrés Manuel López Obrador son Benito Juárez y Francisco I. Madero. El
primero es recordado por su lucha contra los conservadores, la Iglesia y
el Imperio impuesto por Napoleón III. El segundo, por haber iniciado la
insurrección contra el intento releccionista de Porfirio Díaz.
De Juárez, sin embargo, pocos recuerdan que no sólo lanzó al mercado
de tierras las usurpadas por la Iglesia católica, sino que también
convirtió en mercancías las tierras de las comunidades indígenas,
despojándolas –reconocidas hasta por la Corona española– para
desarrollar el capitalismo y lanzar al mercado de mano de obra a
millones de indígenas, beneficiando así a haciendas e ingenios
azucareros.
De Madero, en tanto, omiten que su asesinato por Victoriano Huerta se
debió a su fe liberal y a la ignorancia de la realidad política que lo
llevaron a conservar el aparato estatal porfirista, pues creía poder
transformar el Estado y a lanzar los generales heredados contra los
desilusionados por el incumplimiento de sus promesas.
El presidente liberal ignoró que los asesinos no cambian y Huerta,
que él lanzó a combatir a sangre y fuego contra los zapatistas, pudo
conspirar tranquilamente con el embajador estadunidense y planear su
golpe y sus crímenes. De este modo, Madero, lejos de abrir un camino
democrático al desarrollo del país, lo obligó tomar la senda sangrienta
de una revolución social confusa e incontrolada.
López Obrador ahora llega al gobierno, porque un sector de los
grandes capitalistas, recordando la Revolución mexicana, lo aceptó para
que contuviera la movilización popular. En el entorno de esta nueva
versión de Madero hay muchos nuevos huertas agazapados. Son los
que insisten sobre la necesidad de destruir el Sureste para, con el
pretexto del desarrollo, lanzar en el Istmo de Tehuantepec una gran
operación que combina la creación de un ferrocarril, el desarrollo de
los puertos sobre ambos océanos, la deforestación, el cultivo de palma
aceitera, la creación de un cinturón de molinos eólicos y la
especulación inmobiliaria desenfrenada.
Esa misma gente propone Zonas Económicas Especiales y promueve el
Tren Maya que destruiría a su paso las reservas naturales, las
comunidades indígenas, su idioma y sus costumbres y convertiría a toda
la zona en un Cancún bis. Por eso, para prevenir las reacciones
populares, perpetúan la ocupación militar del país y refuerzan sus
lazos con Estados Unidos.
Entre los millones de votantes de Morena muchos se oponen a esas
políticas. Pero otros tantos, por el contrario, creen que podrán cambiar
desde adentro un Estado capitalista que defiende la obtención de
ganancias a cualquier precio. Ellos piensan que podrán convertir a los
dueños de las televisoras privadas intoxicadoras de la opinión pública, a
los bancos que lavan dinero sucio y a otros semejantes, en altruístas
benefactores de los pobres. Esos ingenuos bienintencionados juegan con
fuego cuando piensan utilizar el Estado capitalista opresor para hacer
una revolución pacífica, sin darse cuenta de que es el Estado quien los
utiliza como taparrabos transitorios y desechables.
Entramos así en una fase muy peligrosa en la que el capital
financiero, la oligarquía y sus instrumentos represivos siguen intactos,
mientras la fuerza popular está desorganizada y confundida, Morena ni
siquiera controla totalmente el gobierno, que comparte con los huertas en potencia, y AMLO cree poder decidir todo desde el Olimpo como Júpiter y presta oído a quienes lo quieren perder.
Hemos llegado a un punto en que hay pocos escenarios, aunque la
realidad es compleja y podría combinar los tres casos principales:
1. AMLO hace, como está haciendo, lo que le dictan el gran capital y
el mando de las fuerzas armadas, olvidando todo lo dicho y prometido y
oponiéndose a lo que hasta ahora llama
sus Huerta.
2. Apoyado en una parte de los cuadros más combativos de Morena resiste tratando de hacer una política
ni de izquierda ni de derechaa la Macron –o sea, una política de derecha, pero con algunas medidas populares que no cambian nada esencial– y carga así con el descontento tanto de la derecha como de la izquierda.
3. Responde a la voluntad de cambio de los votantes y comienza a aplicar los puntos sociales que en otros momentos agitó.
En los dos últimos casos desencadenará inmediatamente una campaña
destituyente de la oligarquía y de las fuerzas antidemocráticas y
antinacionales respaldadas por Donald Trump y envalentonadas por la
debilidad de quienes los ven como despreciables intrusos.
Más que nunca es necesario unir todas las protestas en una
organización popular, consultar y elaborar en asambleas populares
políticas alternativas y defender a las comunidades amenazadas.
Ya hay en Oaxaca comunidades en las que hombres y mujeres armados
realizan rondas nocturnas. A las policías comunitarias y grupos de
autodefensa, vigilados por asambleas para controlar que no sean
infiltrados, hay que agregar la exigencia de que las Guardias Nacionales
se formen armando a los campesinos y comunidades, como hizo Lázaro
Cárdenas.
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