3/02/2020

Aristas del virus



Seguramente Philip K. Dick haría una sugestiva narración sobre el asunto que hoy acapara buena parte de la atención en el mundo: el brote del nuevo coronavirus, sus condiciones y posibles consecuencias.
La Organización Mundial de la Salud ha emprendido una fuerte campaña de alarma sobre el brote del nuevo virus; propone una serie de acciones preventivas, esencialmente de higiene y cuidado, y contempla la posibilidad de que ocurra una pandemia.
Se cree que el nuevo virus probablemente provenga de los murciélagos, pero no se sabe si pasó a otro animal antes de transmitirse a los humanos. Hay quienes dicen que el origen del brote puede ser un laboratorio en Wuhan, lo que niegan las autoridades chinas. Así que, al respecto, todavía prevalece la incertidumbre.
Se discute, en otro nivel, el efecto de las formas de producción prevalecientes en la agricultura y ganadería en el surgimiento de nuevas cepas de virus, además de las prácticas de las farmacéuticas y el consumo de medicamentos entre la población.
Algunos reportes establecen la manera en que el nuevo virus se propaga y los efectos sobre la salud de quienes lo contraen. Una nota de la revista Nature (11/II/20) afirma que el nuevo coronavirus (2019-nCoV) es distinto de los previos brotes de SARS y H1N1, y que la enfermedad, así como la información y la desinformación, ahora viajan más de prisa.
Un aspecto relevante del proceso de infección y propagación del nuevo coronavirus tiene que ver que quien lo contrae puede tener síntomas leves durante días y en ese lapso transmitirlo, lo que dificulta la contención.
Aparte de las condiciones estrictamente médicas asociadas con una enfermedad de este tipo, las medidas para controlar su propagación y encontrar un remedio, afloran distintas manifestaciones de índole social y política alrededor de la emergencia.
La desinformación y la ignorancia juegan en la forma en que la gente enfrenta una situación como la actual. Es posible oír a quien dice que no cree en esas cosas. Mientras los efectos más graves del brote se mantengan alejados, esa postura podrá sostenerse. Si se dan de manera más visible y extendida en las comunidades, la percepción cambiará. Ese es un riesgo político que los gobiernos deben considerar. Aquí, la postura oficial ha sido que el brote del virus no es algo terrible o fatal, y no equivale siquiera a la influenza. Además, que el sistema de salud está preparado para enfrentarlo.
Siempre hay quien recurre a alguna forma de teoría conspirativa frente a una situación como ésta y así obtener ventaja. Es el caso de Donald Trump, quien criticó la narrativa de la prensa de su país y de sus opositores del Partido Demócrata respecto del nuevo virus. Afirma que de tal manera pretenden usar el asunto para destruir su presidencia y hundir los mercados financieros.
Esa postura la mantuvo hasta que ocurrió la primera muerte provocada por el nuevo virus en territorio estadunidense, el fin de semana. A partir de ese hecho ha dejado de referirse al mercado financiero. Seguramente adoptará alguna otra fórmula en el mismo sentido. La megalomanía y el poder concentrado son tipos de infección social.
No se conocen con certeza las formas en que se propaga el nuevo coronavirus. Algunos de los casos de contagio podrían ir disminuyendo en la medida en que la gente desarrolle cierta inmunidad, ya sea por la propia infección o mediante alguna vacuna. Pero, por ahora, aún se está lejos de eso.
Las condiciones sociales y políticas seguirán desarrollándose en torno al nuevo virus por un tiempo que hoy es indefinible. Las posibilidades representarían un amplio abanico y tendrán mucho que ver con la inclinación política de los gobiernos en distintas partes del mundo y con las modalidades de reacción de las poblaciones. En todo caso, no es un proceso políticamente inocuo.
En el entorno de preminencia financiera que prevalece en el mundo, la reacción ante la posible extensión del efecto del nuevo virus ha ocupado un amplio lugar en el escenario.
El miércoles 26 de febrero Trump sostuvo una rueda de prensa centrada en el nuevo virus. Fue muy controvertida. Ofreció una visión que no corresponde con lo que está ocurriendo en ese país e intentó mostrar de modo muy elemental que su administración tenía las cosas bajo control. Esto iba a contrapelo de la postura de los científicos y los médicos, y precipitó la caída de los mercados y generó dudas acerca de la preparación efectiva que hay para enfrentar una epidemia.
Hay ya un impacto negativo de la extensión del nuevo virus en la actividad económica y en el valor de las empresas. El viernes pasado el índice Dow Jones del mercado accionario había caído 3.5 por ciento, lo cual significa que se ha destruido valor por un monto de alrededor de 2 trillones de dólares (según se mide allá); el índice S&P 500 caía 3.2 y el Nasdaq 2.4.
Estas cifras son cercanas a las que se registraron en octubre de 2008, en plena crisis financiera. La economía se está resintiendo por el efecto adverso del virus en las cadenas de abastecimiento de la industria, especialmente la automotriz, turismo, comercio y transporte. El estado de la economía es crucial en la intención de Trump para relegirse en la presidencia.
Ciertamente, el comportamiento del mercado accionario no responde sólo al efecto del nuevo coronavirus, lo que exhibe en la inestabilidad que persiste debido a las condiciones generales asociadas con las bajas tasas de interés prevalecientes y que repercuten en una mayor especulación en otras inversiones, sean las acciones de empresas, inmuebles, oro o cualquier otro tipo de activo.
Las condiciones del brote del nuevo coronavirus, las formas de su propagación, la posibilidad de una epidemia de largo alcance y, por un lado, el efecto concreto sobre la gente, y, por otro, los intereses políticos y económicos, y las capacidades reales de atención y gestión de los gobiernos, se irá definiendo de a poco. Puede ocurrir también que el asunto no sea de la virulencia que hoy parecería tener.

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