7/25/2020

Niñez enclaustrada: ¿”daño colateral”? Tercera y última parte


CIMACFoto: César Martínez López
La prolongación de este tiempo de incertidumbre ante la pandemia, en particular en países como México y Estados Unidos donde no se han tomado medidas efectivas para evitar mayores contagios y muertes, impide planear hacia el corto y mediano plazo con un mínimo de certeza. Diversas autoridades están apostando por medidas que, en principio, podrían permitir un “regreso a la normalidad” que evite mayores pérdidas económicas y prevenga en lo posible nuevos contagios.
Prestar atención a la salud física y a la economía es sin duda prioritario y deben encontrarse soluciones reales que no antepongan la necesidad de reducir la crisis económica a la urgencia de prevenir una catástrofe sanitaria mayor. Al mismo tiempo, es preciso reconocer el impacto psicológico de la pandemia y la cuarentena en comunidades, familias y personas. Pensar que somos una sociedad resiliente porque “ya estamos acostumbrados” a terremotos, inundaciones y otros desastres naturales o porque, pese a la violencia extrema seguimos “funcionando” como sociedad, es ocultar bajo el tapete los efectos negativos de tales eventos potencialmente traumáticos y seguir normalizando situaciones dañinas para la psique individual y la convivencia social.
Si bien un mismo acontecimiento puede afectar en grados variables a las personas y no todas quedan necesariamente traumatizadas, ni padecen las mismas secuelas, e incluso muchas pueden resistir, adaptarse y reconstruirse, pasar por alto los potenciales efectos dañinos del aislamiento, del empobrecimiento material y social, de la incertidumbre misma, o el impacto de la violencia en el ámbito familiar en estos tiempos, implicaría dejar pasar la oportunidad de debatir y enfrentar, desde la sociedad y las instituciones gubernamentales, el tema de la salud mental, todavía cercado de prejuicios.
En este campo, uno de los problemas que requiere mayor difusión, y sobre todo prevención, es el impacto potencial del maltrato infantil y de la violencia familiar e institucional en el desarrollo de niñas, niños y adolescentes. ¿Qué pasará con esas niñas y niños que han sido separados de sus familiares y abandonados a su suerte en centros de detención o con familias temporales en Estados Unidos? ¿Cómo está creciendo la niñez maltratada a diario por padres o madres desesperados o sólo incapaces de reconocer en sus hijos a  personas con derechos? ¿Qué futuro está ofreciendo el Estado a niñas abusadas por familiares a las que autoridades estatales o municipales impiden abortar? ¿Cómo reparará el Estado el daño que inflige su negligencia o colusión con la trata y la pornografía infantil? ¿Qué porvenir tendrán las niñas, niños y adolescentes que han vivido la cuarentena con miedo, violencia y hambre?
Potencialmente, estas niñas, niños y adolescentes pueden quedar marcadas, por meses, años o toda la vida, por experiencias de abandono, humillación, descalificación, maltrato físico, abuso, cosificación, y deshumanización en sus distintas variantes. La violencia psicológica por sí misma deja hondas huellas que repercuten en el desarrollo emocional; el abuso sexual y el maltrato físico, sobre todo cuando es temprano, pueden afectar el desarrollo neurológico, y por tanto intelectual, de quienes lo sufren; el abuso sexual y la violencia constante pueden empujar a conductas de riesgo o a la depresión.
En tanto a menudo no se vive una sola forma de violencia y se está expuesta a maltrato en distintos ámbitos, en la infancia y juventud pueden acumularse experiencias traumáticas difíciles de superar, sobre todo sin ayuda. Así, pueden desarrollarse trastornos de estrés postraumático que dificultan o arruinan la vida.
Ocultar, minimizar o tolerar el maltrato y los abusos contra niñez y adolescencia, es normalizar la violencia contra quienes en muchos casos no pueden denunciar ni defenderse, aceptar como “condición de vida” lo que son violaciones a Derechos Humanos, y propiciar más insatisfacción, desesperanza y dolor en generaciones cuyo futuro está ya rondado de riesgos.
20/LMP/LGL

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