Los tres últimos casos mencionados llaman la atención por varias razones. En su versión contemporánea se trata de procesos de construcción de autonomías posteriores al levantamiento zapatista en Chiapas, lo cual los marca por asumir más claramente la defensa de los derechos de los pueblos indígenas. El dato no es menor.
La construcción de las autonomías indígenas pasa necesariamente por la reivindicación de esos pueblos como actores políticos centrales, con sus autoridades y formas de organización propias; lo mismo que por la defensa del territorio, los recursos naturales y el potenciamiento de sus recursos culturales, como la lengua y las prácticas rituales propias, entre otras cosas; propuestas que de entrada cuestionan a las organizaciones ajenas a ellos, porque aunque reivindiquen sus derechos, lo hacen con métodos cercanos al Estado que quieren cambiar.
Existen otros rasgos que los acercan: geográficos, históricos y culturales. Aunque geográficamente se encuentren unidos, están separados por las divisiones políticas y administrativas impulsadas por los caudillos regionales del siglo XIX, situación que no ha sido suficiente para evitar que los pueblos mantengan relaciones profundas, que han sido importantes a la hora de defender sus derechos.
Eso hizo posible que en 1843 se levantaran en armas contra el supremo gobierno y el 11 de octubre de ese año, en el paraje de Teipulco, Guerrero, proclamaran que su lucha era por la restructuración del poder local. Así dieron origen a lo que después se conoció como La rebelión de la montaña
, en donde mixtecos y triquis participaron como un solo pueblo en defensa de sus derechos.
Así pasaron de enarbolar demandas locales a defender sus derechos políticos y de alguna manera a delinear el futuro estado nacional. Como parte de esas alianzas, hoy todavía se puede ver llegar a los mixtecos a la feria del tercer viernes de San Juan Copala a visitar al santo, pero también a sus amistades.
Además de la represión judicial, policiaca y paramilitar contra los pueblos que luchan por su autonomía, los gobiernos estatales y federal tienen como mecanismo predilecto la división dentro de sus filas. No es un mecanismo novedoso. Durante la segunda mitad del siglo XIX los usaron las autoridades del naciente Estado para controlar los ejércitos indígenas forjados en las luchas independentista de José María Morelos y Pavón y Vicente Guerrero, lo mismo que los caudillos guerrerenses Juan Álvarez, Nicolás Bravo y Joaquín Rea, para sofocar las rebeliones cuando no fue posible impedirlas y amenazaban sus intereses.
Esos añejos métodos de represión se han ido adaptando a las circunstancias actuales: inventando delitos graves contra las víctimas, para simular que no se les reprime, sino que se hace cumplir la ley; o induciendo a sus compañeros más cercanos para que hagan el trabajo sucio, método socorrido para someter a los integrantes del municipio autónomo. Así se da la apariencia de que son pugnas entre ellos o pleitos de cantina, como dice el gobierno de Oaxaca.
En estas condiciones, si los pueblos indígenas que defienden sus autonomías no quieren perecer víctimas de la represión gubernamental, además de tomar medidas que lo eviten, deberían recuperar su perspectiva histórica, detectar los errores que no vieron sus abuelos y tomar las medidas para no ser presa de ellos.
Una forma de hacerlo puede ser mirarse hacia adentro antes que para fuera, como pueblos con fortalezas y debilidades; afianzar su horizonte para que a todos les quede claro, y trazar bien el camino que haya que caminar para alcanzarlo. En eso puede ayudar bastante recuperar la memoria histórica. También puede resultar importante identificar los contextos regionales en que se mueven para detectar aliados y contrincantes. Porque la construcción de las autonomías no se agota en superar la represión inmediata del Estado, sino en construir un mundo diferente.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario