2/04/2014

Reforma política, ¿una simulación?




Alberto Aziz Nassif

Durante mucho tiempo se tuvo la certeza de que la construcción democrática en el país podía avanzar a partir del cambio de reglas. Así se abrió el sistema político, llegó la oposición al Congreso, empezaron las alternancias y, después de un ajuste permanente a las reglas, se llegó a considerar que por fin México había llegado a ser una democracia. ¿En qué nos equivocamos?

Ahora sabemos que cualquier avance puede ser revertido, que todavía una parte importante de la ciudadanía desconfía de las elecciones y una mayoría está bastante insatisfecha con los resultados de la democracia. Las razones son diversas: por los retrocesos y conflictos, por los graves problemas de la representación política y por el enorme descrédito de los políticos y los partidos. La democracia mexicana no se consolida por el exceso de privilegios de la clase política, por la partidocracia en la que hemos caído. Por eso los contrapesos se debilitan, la credibilidad institucional se lastima y la ciudadanía desconfía de sus autoridades y representantes. A eso ha llevado el modelo político-mediático que tenemos. Mucho dinero público, acceso privilegiado a medios, una deficiente transparencia y una anémica rendición de cuentas. Hoy sabemos que un cambio de reglas puede ser una simulación, un movimiento para que todo siga igual. ¿Es la reforma política, promulgada hace unos días, una nueva simulación democrática? Si en algún momento se llegó a pensar que una reforma constitucional era suficiente para generar cambios democráticos, la experiencia nos ha enseñado que se necesitan otros pasos: desde una adecuada legislación secundaria, hasta un desempeño con capacidad para innovar y arriesgar. Además, por experiencia sabemos que entre la autonomía real de las instituciones —que cumplen funciones de Estado— y la captura partidista de intereses particulares, hay una delgada frontera. De forma cotidiana los partidos políticos se apropian de la autonomía a través de cuotas. Así que podemos ir del IFE al INE (por cierto, un cambio de nombre caprichoso que costará mucho dinero y no se justifica), y veremos que los partidos mantienen sus cuotas en los nombramientos de los consejeros. ¿Del IFE al INE se cambiará la intervención de los gobernadores por la de los partidos? Sólo para mencionar los errores y prisas de legisladores ignorantes que no saben qué es la educación cívica, como una política de Estado y una de las vías para la construcción de ciudadanía, la dejan sólo para los órganos locales y la quitan de las tareas del organismo nacional. Con ese error no se podrá tener una estrategia nacional. A ver cómo se puede corregir el error en la legislación secundaria.

De la misma forma, se puede caer en otra simulación con los mecanismos para anular elecciones. Se puede tener un sofisticado arsenal de leyes para fiscalizar una elección, pero si el resultado es como el que sucedió con Monex y Soriana, no sirve de nada. Si en materia de medios electrónicos se cambia el término de “adquisición” por el de “compra”, entonces será una simulación. Ahora Peña Nieto ofreció regresar al término “adquisición” para corregir el gazapo.

Al fin se aprobó la reelección para legisladores y alcaldes. Aquí puede venir otra máscara. Si se trata de que los partidos pierdan los hilos de control sobre las candidaturas y los legisladores o alcaldes puedan establecer un vínculo directo con sus votantes que los premian o castigan por su desempeño, la regla de limitar la reelección al mismo partido sólo muestra el temor de perder control sobre las candidaturas. Un paso adelante y otro para atrás.

El nuevo modelo de distribución de facultades del Estado se hace mediante la generación de organismos constitucionales autónomos, que se han incrementado de forma importante (INE, IFAI, IFT, Coneval, etc). Supuestamente ahora son autónomos los procesos electorales, los mecanismos de transparencia, la defensa de derechos humanos, la regulación de la competencia económica, la administración de las telecomunicaciones, la evaluación de la política de desarrollo social. También tendrá autonomía la nueva fiscalía general que sustituye a la PGR. Entonces se ha vuelto cada día más importante una conformación de personas (consejeros, comisionados, fiscales) que puedan hacer ese trabajo con autonomía de los poderes, fácticos, políticos y económicos, a los que regulan. Pero si los partidos siguen empeñados en sacar por la puerta lo que después meten por la ventana con sus cuotas, es una simulación. Las cuotas partidistas son la marcha fúnebre de la autonomía. ¿Esta nueva reforma será otra simulación?

 @AzizNassif
Investigador del CIESAS

 La izquierda contra sí misma
 José Antonio Crespo

En varios países la izquierda ha gobernado por periodos prolongados y en distintas ocasiones. Para ello, hubo de abandonar sus planteamientos más radicales, acercarse al centro político, ser electoralmente competitiva y atraer el voto independiente sin el cual el triunfo es imposible. Hay quienes sostienen que aún en las democracias deben existir movimientos contestatarios y de cierta radicalidad propositiva y estratégica, para generar algunos cambios que de otra forma simplemente no ocurrirían. Pero yo creo que la izquierda puede hacer más cambios y de mayor profundidad en el poder, desde donde la izquierda puede realizar mayores transformaciones que protestando en las calles y bloqueando accesos públicos.

En México, la izquierda partidista no parece haberse decidido por la vía institucional, sino que se halla siempre en la encrucijada entre el “movimientismo” y la lucha electoral. Su discurso radical y estridente aleja al suficiente número de electores independientes como para poder ganar. No es posible demostrar con la información disponible que en 1988 haya triunfado Cuauhtémoc Cárdenas, pero pudo haber ocurrido. Lo que sí quedó claro es que hubo un fraude monumental, como implícitamente lo reconocieron los principales protagonistas del oficialismo a la periodista Martha Anaya (en un libro a veinte años de esa elección). Hablaron de un triunfo de Carlos Salinas de Gortari por uno o dos puntos porcentuales, cuando los resultados oficiales arrojaban casi 20 puntos de diferencia. Lo que implica que aceptaron un fraude de por lo menos 18 % de la votación.

En 1994 Cárdenas arrancó en segundo lugar en las encuestas, por lo que se hablaba de un posible “choque de trenes” entre la izquierda y el partido oficial. Cobró mayor fuerza el candidato del PRD con el surgimiento del EZLN ese año, pero justo ese fue un factor que a la larga jugó contra la izquierda; hubo un acercamiento excesivo entre el partido y la guerrilla. Cárdenas manejó un discurso más radical que en 1988 y el EZLN rompió el diálogo con el gobierno, radicalizando también su discurso, lo que contribuyó a generar un cuantioso voto del miedo en favor del PRI. Cárdenas quedó en un lejano tercer lugar.

En 2000, Cárdenas arrancó la campaña en tercer sitio y Vicente Fox se ubicó lo suficientemente cerca del candidato oficial como para beneficiarse del voto útil que propugnaba la alternancia para “hoy, hoy, hoy”. A Cárdenas se le vio más cerca del PRI que del PAN, aduciendo razones ideológicas, pero no cuestionó la validez del resultado. En 2006 ya había surgido un nuevo liderazgo, Andrés Manuel López Obrador, cuya seguridad en el triunfo lo llevó a cometer errores y manejar también un discurso estridente y confrontacionista, algo irracional para quien va arriba en las encuestas, lo que provocó el alejamiento de numerosos votantes independientes que terminaron apoyando a Felipe Calderón. A la jornada se llegó en empate técnico (donde un monto pequeño de irregularidades o inconsistencias pueden modificar u opacar el resultado). La rudimentaria reacción de López Obrador ante ello allanó el terreno para su futura derrota en 2012 (cuando la izquierda optó de nuevo por AMLO y no por alguien mejor posicionado entre moderados e independientes), pues a pesar de haber manejado un discurso moderado, no logró reunir la suficiente proporción de votos independientes para derrotar al candidato priísta. El problema de la izquierda es que no reconoce sus errores (sus derrotas son siempre producto de fraudes monumentales y conjuras permanentes), por lo cual no puede enmendarlos (el libro de Ricardo Monreal, La larga travesía, sobre la campaña de 2012, es nuevo ejemplo de auto-complacencia).

En 2018, y ante el desplome del PAN, la izquierda podría ser nuevamente opción de gobierno, siempre que se presentara unida con un sólo candidato (que además no fuera AMLO, ya muy visto y desgastado). Pero he aquí que en lugar de consolidar su unificación, sigue el camino contrario. El bateo que Morena hace al PRD en las protestas contra la reforma energética (bajo el pretexto de que el sol azteca “traicionó a la izquierda y al pueblo” por sentarse en el Pacto por México), refleja que su prioridad no está en la “defensa del petróleo”, sino en la pugna por los votos frente al PRD. En 2015, la pelea estelar no será entre el PRI y la oposición, sino entre el PRD y Morena. Los grupos anti-izquierda pueden estar tranquilos, que ella misma se encarga de meterse el pie cada vez que tiene oportunidad de acceder al poder.

cres5501@hotmail.com
Investigador del CIDE

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