6/23/2014

Y para que los expertos?

Sara Sefchovich
Y para qué los expertos? 
Hace un par de semanas me pregunté en este espacio para qué queremos policías si no se los deja cumplir con su trabajo.
Hoy me pregunto lo mismo respecto a los expertos. ¿Para qué mantenemos universidades públicas y centros de investigación que nos cuestan tan caros y luego nadie les pregunta su opinión a los que estudian e investigan, y cuando la dan nadie les hace caso?
El ejemplo contundente es el del aeropuerto que se está planeando construir en Texcoco, a lo que se han opuesto, con razones fundadas, muchos conocedores.
Según José Luis Luege Tamargo, que presidió la Conagua, se trata de una zona inundable, lo que la hace incompatible con un aeropuerto. Este señor además ha hablado de lo riesgoso que sería para la ciudad de México hacer esa obra, pues “impediría las funciones naturales de regulación pluvial de la zona, lo cual generaría graves inundaciones para la ciudad en tiempo de lluvias. Además complicaría el abasto de agua”. Y por si fuera poco, también echaría por tierra el esfuerzo enorme que se ha hecho durante cuarenta años para rescatar ese acuífero, lo que salvó a la ciudad de tremendas tolvaneras.
Por su parte, la sección mexicana del Consejo Internacional para la Preservación de Aves (que rechazó el proyecto hace una década) informó que es una zona con muchas aves, lo cual es muy peligroso para los aviones, pues se estrellan contra ellos y pueden causar accidentes.
Pero además, “los especialistas aseguran que dada la poca distancia que hay entre el actual Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México y el nuevo proyecto en el Lago de Texcoco, construirlo es técnicamente imposible. En todo caso, se tendría que sustituir al actual”.
Esto sí que es la cultura política en todo su esplendor corrupto: en vez de conservar las instalaciones existentes y usarlas como alternas o para vuelos nacionales, ¡las quieren destruir!
Y eso es así porque les conviene a constructores, empresarios y políticos, que ponen sus intereses por encima de cualquier consideración ecológica, legal, económica e inclusive lógica.
Pero las razones no cuentan. La respuesta ha sido la misma que siempre ha sido: burlarse de los argumentos (“Yo creo que las aves tienen opinión propia y decidieron que pueden convivir con los aviones” dijo Pedro Cerisola quien fue funcionario del gobierno de Calderón) y minimizar los riesgos (“Se harán excelentes obras hidráulicas que evitarán las inundaciones” dicen los empresarios que quieren entrarle a la tajada. Que les pregunten a los habitantes que se inundaron el año pasado en varias zonas de Acapulco si no les habían prometido lo mismo).
En México nos pasamos la vida con este tipo de situaciones: los que quieren hacer dinero presionan hasta conseguir sus objetivos, no importa con qué arrasen. Ya pasó con Punta Diamante, en Quintana Roo, dos veces ha estado a punto de suceder en Cabo Pulmo y tantos lugares más. Y a los que saben, los ignoran porque dicen lo que ellos no quieren oír.
¿A quién escuchó Videgaray cuando propuso una reforma hacendaria que desde los premios Nobel de Economía hasta los funcionarios de Hacienda de gobiernos anteriores, pasando por empresarios y académicos dijeron que sería recesiva? ¿Y acaso no tuvieron razón?
¿A quién escuchó Calderón cuando le advertían la situación que se estaba produciendo en Michoacán hace ya casi una década? ¿Acaso no hubiera podido hacer algo entonces?
¿A quién escucha ahora el secretario de Educación cuando le dicen que el acoso escolar no es resultado solamente de las conductas en casa sino de todo el entorno y que eso requiere formas específicas de atención y no nada más responsabilizar a la familia?
Como dijo alguien, ellos no pueden escuchar porque están ocupados oyendo el sonido de su propia voz.
Escritora e investigadora en la UNAM

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