Pero ante las reacciones inmediatas de apoyo de empresarios, políticos, Iglesia y organizaciones sociales de que la milicia no regrese a sus cuarteles, el mensaje real pareciera ser más de reafirmación que de retiro.

Nadie que conoce el comportamiento de los altos mandos del Ejército sabe que un discurso como el que pronunció el secretario de la Defensa Nacional no es ajeno al conocimiento del jefe máximo de las fuerzas armadas, el presidente de la República.

Seguramente el general Cienfuegos acordó con el presidente Enrique Peña Nieto el contenido del mensaje que emitió esa mañana en un desayuno con la prensa. Esos discursos, por el calibre del contenido, no se pronuncian sino es bajo acuerdos previos.

La ocasión elegida era oportuna porque no se festejaba algo en especial, sino era una reunión con los medios de comunicación institucionales que raudos reprodujeron el discurso militar bajo el tenor de que era un reclamo al secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong –el mejor posicionado como candidato presidencial del PRI hasta el momento—, debido a que no ha respondido a la petición de regular el trabajo de los militares en cuestiones de seguridad pública.

Es verdad que las fuerzas armadas han quedado en una posición de desventaja al sacarlas de los cuarteles para combatir al crimen organizado y recuperar territorio controlado por algunos grupos criminales, como es el caso de Michoacán, Guerrero y Tamaulipas.

Según informes internos de la Secretaría de la Defensa, mencionados por el columnista Raymundo Riva Palacio, hasta el 1 de agosto pasado en los últimos nueve años han muerto 468 efectivos en la lucha contra el narco, la mayor parte en Tamaulipas, con 113, seguido de Michoacán con 53 y Sinaloa con 50.

La mayor parte de los muertos son militares de base: 60% soldados, 20% cabos y 12% sargentos. Los ataques a las fuerzas militares en la última década han sido 3 mil 813.

Observados estos números y las críticas a los abusos en casos como Tlatlaya, Tanhuato y Ayotzinapa, es imposible desestimar los golpes que han sufrido las fuerzas militares en labores de seguridad pública para las que no fueron preparadas.

No obstante, puesto en ese mismo contexto, también es imposible no ver el otro mensaje implícito del discurso del general Cienfuegos: la reafirmación a su tarea de luchar contra un enemigo que supera a todas las policías del país.

En ese discurso el general ratificó la subordinación de 200 mil soldados a la voluntad de Peña Nieto. Pero sobre todo recriminó que la Secretaría de Gobernación no haya emitido un reglamento que regularice su actuación en labores de seguridad pública.

“Nosotros no pedimos estar aquí… no nos sentimos a gusto, los que estamos aquí con ustedes no estudiamos para perseguir delincuentes… Estamos haciendo funciones que no nos corresponden, todo porque no hay quién las deba hacer o no están capacitados”, reprochó el alto mando del Ejército.

Contrario a la posibilidad de que por fin regresen a sus cuarteles, diversos sectores de la sociedad pidieron que los militares siguieran en las calles combatiendo a los delincuentes.

Fue así que al cumplirse una década de la declaración de guerra contra los cárteles del narcotráfico, el mensaje del general Salvador Cienfuegos fue muy bien acogido por los grupos de poder, cerrando así la posibilidad de cambiar la estrategia militar, a pesar de que ésta sólo ha traído más corrupción, rompimiento del tejidos social, mayor violencia y miles de muertes y desapariciones forzadas de mexicanos inocentes.