6/21/2011

La diferencia se llama Encinas




Pedro Miguel

Hace 11 años el Partido Revolucionario Institucional tuvo una oportunidad irrepetible para dejar de ser una excrecencia mafiosa del poder público y convertirse en un partido político. Ante un gobierno legítimo, pero bisoño, torpe y abiertamente reaccionario, el PRI habría podido redefinirse como una fuerza opositora socialdemócrata, dejar las cadenas de complicidad y corrupción en las oficinas públicas federales que se veía obligado a abandonar, romper con el modelo neoliberal que él mismo había impuesto 12 años antes y erigirse en defensor de instituciones forjadas bajo su reinado, sí, pero como resultado de movilizaciones, presiones y reivindicaciones populares: Pemex, la CFE, el IMSS y el ISSSTE, Luz y Fuerza. Semejante transformación habría dado lugar a una verdadera transición democrática en el país y habría obligado al foxismo a gobernar con un mínimo respeto a la legalidad vigente.

No se pudo o no se quiso. Los líderes priístas en sus diversas vertientes optaron, en cambio, por consolidar sus alianzas oscuras con los poderes fácticos locales, nacionales y transnacionales y por refrendar, sobre la base de la impunidad, el cogobierno de hecho con el panismo, forjado durante el salinato y consolidado en el zedillato. Quienes en 2000 decían buscar una versión mexicana del Pacto de la Moncloa omitían el hecho de que el equivalente ya se había generado: fue el consenso transpartidista entre el Revolucionario Institucional y Acción Nacional para mantener, contra viento y marea, el modelo económico de la Revolución Conservadora, agravado por tres componentes locales: el caudillismo mafioso, la corrupción endémica y la inveterada violencia de Estado contra la población. El foxismo aprovechó la revuelta electoral ciudadana contra el régimen no para transformarlo, sino para perpetuarlo. Seis años más tarde, la ciudadanía volvió a rebelarse contra el poder público, y como para entonces ya no hubo forma de engatusarla con un candidato del cambio, se recurrió al fraude simple y brutal.

Hoy en día, el PAN y el PRI, con la participación auxiliar del Panal y del Verde, pelean centímetro a centímetro las posiciones de poder en juego y recurren a las mismas viejas armas: el desvío escandaloso de recursos públicos con fines electoreros, el uso de las instituciones de procuración de justicia para golpear al adversario, el sometimiento de los organismos autónomos, las alianzas con vertientes poco mencionadas de la delincuencia organizada (la sindical, la mediática, la financiera), el voto corporativo y otras. Para ellos, el único propósito de gobernar es seguir gobernando.

Lo que se juega en los pleitos entre panistas y priístas es, proporciones guardadas, lo mismo que se disputa en un partido de futbol: el triunfo de un logotipo y premios en efectivo para quienes lo llevan puesto en el lomo. Por lo demás, ni unos ni otros resolverán las tragedias nacionales –miseria, desigualdad, marginación, desempleo, violencia, liquidación de la soberanía, ilegalidad manifiesta en el accionar institucional, autoritarismo creciente– porque ellos mismos son causantes y beneficiarios del desastre.

Ahí tienen la campaña de Eruviel Ávila: acarreos, maquinarias matraqueras, promesas estúpidas (como esa de suprimir la tenencia vehicular, que ya fue suprimida) y desmesuradas (nada más 6 mil), gastos desorbitados en propaganda, reclutamiento de plumas a modo para difundir un discurso que es puro vacío. Qué parecida, esa campaña, al vacuo e irritante Vivir mejor, un ejercicio de la mentira que, de no ser por la pobreza de su sintaxis, sería indistinguible de la grandilocuente autoexaltación que caracterizaba a los presidentes priístas.

No es de extrañar que la ciudadanía otorgue su respaldo a propuestas políticas distintas –cuando las hay– a esa sopa bipartidista sangrienta y corrompida. Eruviel es el rostro del aparato jurásico (aunque se rasure el bigotito de licenciado Trastupijes y se ponga o se quite maquillaje literal y figurado) y Felipe Bravo Mena es más de lo mismo, pero huérfano de maquinaria propagandística y electoral oficial; de ahí sus denodados y estériles esfuerzos por existir como candidato. La diferencia en el Edomex se llama Alejandro Encinas. A pesar de las encuestas cuchareadas en favor del aspirante oficialista, con todo y los votos inducidos que el aparato gestiona desde ya para Eruviel, el ex jefe de Gobierno del Distrito Federal tiene amplias posibilidades de triunfo porque es el único candidato a gobernar la entidad con propuestas específicas y viables para empezar a remediar el saldo pavoroso del régimen, porque no pertenece a él y porque no pretende perpetuarlo.


Se tiene que ir el PRI

Alejandro Encinas Rodríguez

A escasos días de celebrarse la jornada electoral, la campaña por la gubernatura en el Estado de México ha entrado en su fase crítica. A la inequidad que ha caracterizado el dispendio de recursos, la injerencia gubernamental en apoyo del candidato oficial y la complacencia de la autoridad electoral, se multiplican las prácticas de coacción del voto, la destrucción de propaganda, la detención de promotores y la avalancha de compra de votos, bultos de cemento, despensas, así como la amenaza de retirar los escasos programas asistenciales a los
beneficiarios que no voten por el PRI. Lo que da cuenta de la desesperación del “nuevo PRI” por conservar a como dé lugar el poder, en una entidad donde el gobierno todo lo quiere comprar, todo lo quiere corromper.

Esta elección destaca no sólo por la cercanía con las elecciones presidenciales, sino porque se dirime un conflicto entre el viejo sistema y la vocación de alternancia y transformación de la ciudadanía. Se trata de una disputa y una contradicción entre el interés de los ciudadanos y el candidato del PRI, quien representa a la clase política mexiquense —en particular a Arturo Montiel y Enrique Peña Nieto—, y a un sistema que se resiste a cambiar, que ha convertido al gobierno en un gran negocio, excluyendo a la inmensa mayoría de los mexiquenses de cualquier posibilidad de bienestar.

El Estado de México es la entidad más poblada del país con más de 15 millones de personas, de las cuales siete millones de personas viven en condiciones de pobreza y marginación; tres millones de los cuales no tienen ingresos suficientes para alimentarse todos los días. El 40% de la población total (6 millones de personas) no cuentan con seguridad social. Cerca de 700 mil personas registran algún tipo de discapacidad

La población ocupada alcanza los seis millones de personas, de las cuales el 69.3% son asalariados; de éstos, el 31% gana menos de dos salarios mínimos, otro 23.5% gana entre dos y tres salarios mínimos, y sólo 3.68% ganan más de 10 salarios mínimos.

El Estado de México está conformado por 3 millones 700 mil hogares, en los que 850 mil son encabezados por mujeres jefas de familia. En una de cada cinco familias la mujer es el sostén del hogar y padre-madre a la vez. Además, una de cada tres personas que trabajan es mujer.

Estos son los saldos de los gobiernos del PRI, por lo que están en disputa no sólo las formas inequitativas de la competencia electoral que ese partido ha utilizado durante 82 años, a las que es incapaz de renunciar. De ahí la importancia de no desperdiciar el voto. De dotar al ejercicio democrático de elegir al gobernante de un valor transformador. Basta que el elector tradicional priísta reflexione cuánto ha mejorado su calidad de vida sexenio tras sexenio, y la decisión de los votantes panistas para ayudar a acabar con la hegemonía de un gobierno corrupto y autoritario que aplasta la libertad ciudadana y ve en la crítica ataque y amenaza.

A lo largo de los últimos años y en la presente campaña se ha conformado en el estado un movimiento ciudadano organizado capaz de lograr un triunfo para recuperar el gobierno y abrir la posibilidad de encontrar una senda de prosperidad y bienestar de los mexiquenses. El voto de los simpatizantes de la Coalición Unidos Podemos Más —aunado a miles de ciudadanos sin partido, los indecisos y de quienes rechazan ser encuestados— decidirá el 3 de julio si los mexiquenses se someten a la manipulación o rompen con el PRI, para avanzar hacia un cambio profundo y verdadero, que permita signar un nuevo pacto social en la entidad, que convierta al gobierno en un aliado solidario con quien hoy requiere que se le tienda la mano para salir adelante. Para lograrlo, se tiene que ir el PRI.

Candidato a gobernador por la Coalición Unidos Podemos Más en el Estado de México

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