5/25/2012

Foro de la Cineteca : El velador


Carlos Bonfil
La realizadora mexicana Natalia Almada (Al otro lado, El general) ha tenido una idea novedosa para El velador, su documental más reciente: evocar el clima de violencia imperante en una región sometida a la diaria confrontación de los cárteles del narcotráfico, mediante la crónica minuciosa de la actividad en un cementerio donde se yerguen, en toda su extravagancia y gusto dudoso, las tumbas y los remedos de mausoleo de algunos narcotraficantes y de algún policía presuntamente beneficiario del gran negocio de la droga. En la pequeña necrópolis sinaloense Jardines de Humaya reposan sicarios y grandes capos, viviendo su muerte con el fasto artificial con que vivieron una vida violenta, por lo general muy corta. La documentalista registra la rutina cotidiana de Martín, el velador del camposanto, sus faenas de limpieza y sus prolongados ratos de ocio frente al televisor que, con ecos próximos y lejanos, informa de los pormenores de una guerra absurda que multiplica delincuentes a un ritmo doble de aquel con que imagina eliminarlos.

El velador evoca la violencia sin hacer hablar a verdugos, víctimas o testigos. No hay entrevistas ni un punto de vista definido, ni juicios ni valoraciones críticas. Únicamente el registro de la cotidianidad en un microcosmos del país donde se yuxtaponen la opulencia y la miseria, el mal gusto y la indiferencia, la fanfarronería y el rencor social disimulado, las visitas plañideras de familiares de narcos y la rutina laboral de los desposeídos acostumbrados a convivir con la vanidad vulgar de los encumbrados. Culiacán es la zona de guerra, el sitio que se disputan con ánimo revanchista los cárteles de la droga, el lugar donde la carnicería obliga a la banda musical Los Tigres del Norte a cancelar sus conciertos. Y en ese panteón, que es jardín florido y despliegue de mármoles y vitrales, puede aparecer con toque siniestramente costumbrista la cabeza de un ajusticiado, a la puerta de la tumba del capo Arturo Beltrán Leyva, mientras el resto del cuerpo torturado se ubica un poco más lejos, en la tumba de Gonzalo, El Chalo, Guzmán. Como si se tratara de intercambios y mudanzas familiares, en eso que es la esencia del documental de Almada: la trivialización del horror de una guerra. A las letras de una canción popular, El sinaloense, sigue con ironía mordaz la melodía: Te vas, ángel mío, interpretada por Cornelio Reyna.

Las ánimas de los desaparecidos rondan por el jardín mortuorio sinaloense, no con la fuerza y poesía visual con que otras ánimas pueblan el documental oscuro, chilango y festivo En el hoyo, de Juan Carlos Rulfo, sino con opacidad y casi en sordina, con algo de la violencia perturbadora y soterrada que deja entrever Verano de Goliat, de Nicolás Pereda. El documental de Natalia Almada es una apuesta arriesgada, apartada por completo de los registros convencionales.

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