5/21/2012

Foro de la Cineteca Michael: crónica de una obsesión


Carlos Bonfil
Relato de una locura ordinaria. La historia se semeja a un hecho real sucedido en Viena hace cuatro años, cuando un hombre recluyó en una parte disimulada de su casa a su hija, a la que sometió a un abuso sexual prolongado, al abrigo de todo contacto con el exterior y con el conocimiento pleno de la esposa. El asunto suscitó una fuerte polémica en los medios y sacudió a una tranquila comunidad católica incapaz de imaginar una convivencia familiar semejante.

En Michael: crónica de una obsesión, primer largometraje del austriaco Markus Schleinzer, antiguo colaborador de su compatriota Michael Haneke (La pianista, El listón blanco), el asunto es apenas distinto. Un hombre de 30 años, agente de seguros, vecino impecable en un suburbio de la ciudad de Viena, mantiene en cautiverio en el sótano de su casa a Wolfgang, un niño de 10 años al que ha secuestrado y a quien metódicamente somete a un inclemente abuso sexual.

Lo novedoso en Schleinzer es su descripción lacónica y un tanto seca de una relación de poder en la que el secuestrador busca una convivencia tranquila con su víctima infantil intentando cumplir con toda seriedad las funciones de padre putativo, sorprendido incluso de la rebeldía del niño, quien al parecer debiera estar agradecido por las atenciones recibidas. No hay aquí una relación incestuosa real ni tampoco escenas explícitas de violencia sexual. Todo sucede en una siniestra atmósfera de simulación y silencio, en la que el agresor cumple paralelamente las funciones de padre protector y violador de un niño al que consiente y castiga según su capricho.

El realizador muestra la opresión moral y sicológica del cautiverio evitando escenas escabrosas que le habrían valido la censura, con el recurso de una elipsis narrativa. Las escenas son más fuertes por lo que sugieren que por lo que muestran de manera oblicua. Una carga de humor negro se desprende de las reacciones de un niño muy consciente de que lo que vive no es parte de un juego, sino del propósito deliberado de humillarlo, mismo del que intenta liberarse por todos los medios.

En 1965, el realizador William Wyler ofreció en El coleccionista, según la novela de John Fowles, una dinámica semejante de amo y esclava en el interior de un sótano a partir de un secuestro. Lo aterrador en Michael es que la patología reviste esta vez las apariencias de lo banal y lo ordinario. El pederasta vive irreprochablemente al amparo de una normalidad protectora.

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