5/22/2012

Foro de la Cineteca Melancolía


Carlos Bonfil
Evocación de la melancolía en vísperas del fin del mundo. El ruido y la furia mediáticos en torno a desafortunadas declaraciones del director danés Lars von Trier durante el pasado festival de Cannes tuvieron como efecto eclipsar el valor y excelencia plástica de Melancolía, su cinta más reciente. Es claro hoy que resulta improcedente juzgar una obra artística a partir de los arrebatos verbales de su autor, sus pretendidas simpatías reaccionarias o sus alardes de megalomanía, derivados posiblemente más de un cálculo mercadotécnico que de una convicción profunda. Lo que importa es el resultado en la pantalla. Y una vez más, el trabajo del danés es, además de polémico, visualmente portentoso.

Un prólogo plástico, que bien pudiera equipararse a una obertura sinfónica, despliega imágenes que resumen la trama por venir de modo contundente. Un fondo musical wagneriano (el preludio de Tristán e Isolda), barroquismo pictórico con tintes surrealistas, y el rostro de Justine (Kirsten Dunst, merecidamente premiada en Cannes), protagonista etérea y triste, marcan el tránsito del drama de una insatisfacción conyugal al cataclismo mayor de una colisión planetaria. El llamado planeta Melancolía, oculto hasta el momento detrás del Sol, habrá de impactar la Tierra en pocos días. La visión de desastre cósmico es magnificación del derrumbe mental y espiritual de una pareja recién casada. Buena parte del cine de Lars von Trier está presente en esta propuesta narrativa: desde el abandono místico y doliente de Emily Watson en Rompiendo las olas, hasta las atmósferas de delirio y decadencia social en Los idiotas y la serie televisiva El reino. Nadie mejor que el director danés para combinar visiones apocalípticas y una mirada analítica y fría de las relaciones humanas. Algo similar intenta Terrence Malick en El árbol de la vida, otro drama doméstico con reverberaciones cósmicas, pero ahí la grandilocuencia pierde un poco la partida frente al filo crítico y pesimista del artista nórdico.

En un díptico narrativo perfectamente equilibrado el director opone el temperamento melancólico y sombrío de la joven recién casada, al espíritu práctico y muy terrestre de su hermana Claire (Charlotte Gainsbourg), quienes experimentan juntas una desazón espiritual ante la inminencia del fin del mundo. Parte del universo interior de Justine ha quedado de cualquier modo sepultado, por el colapso de su matrimonio y por su propia convicción nihilista (La Tierra es un lugar maligno, nadie la echará de menos). Una sensación de absoluta orfandad es también para ella una evidencia (Estamos solos en el universo). Ante estas certidumbres desoladoras, dramas domésticos como una separación conyugal son asunto trivial, acaso mera confirmación de un firme escepticismo moral. Lars von Trier es un maestro en la exploración de los detalles mínimos de este sentimiento melancólico. Los escándalos mediáticos que pueda ocasionar el cineasta son apenas un pálido reflejo del auténtico poder perturbador de su obra artística.

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