5/09/2015

Anécdota

DESDE LA LUNA DE VALENCIA
Por: Teresa Mollá Castells*



En alguna ocasión he comentado que trabajo en un despacho de atención directa a la ciudadanía a la que acude gente de todo tipo y condición. Gente que viene a buscar información sobre trámites de la Generalitat Valenciana o gente que viene a realizarlos.

En la mesa de una persona que atiende a gente ha de haber siempre un par de bolígrafos y en la mía los hay. Uno de ellos suele ser el que utiliza la gente para sus firmas y el otro es el que habitualmente utilizo yo cuando las firmas son más o menos simultáneas. Hasta aquí nada nuevo.

Esta semana pasada atendí a varios hombres musulmanes que venían ataviados con su chilaba, su kufi o gorro musulmán y remataban la imagen con la barba típica que suelen llevar. Ningún problema. La anécdota que me hace reflexionar es la siguiente:

Viene un señor de estos a realizar una gestión en la que teníamos que firmar los dos y, como siempre, tomo el bolígrafo de la mesa y le indico donde ha de firmar al tiempo que se lo dejo sobre el papel para que lo haga.

El retira su mano y va a buscar el otro bolígrafo, el que está sobre mi teclado, lo coge sin pedir permiso y se pone a firmar. ¡Entendí que no quería usar la misma pluma que yo había tocado por ser mujer!

Acabé atónita la gestión, le entregué sus papeles, que él tomó por la parte contraria de donde yo había tocado y se fue por donde había venido tan ricamente.

Al día siguiente lo comenté con un gran amigo con el pensamiento de que a veces y con este tipo de actitudes (que afortunadamente son muy aisladas) pensaba si no me estaría volviendo racista o xenófoba.

Mi amigo, que me conoce muy bien, me ayudó a ir “colocando” las cosas en el ámbito cultural y no en otro. Y al tiempo que hablábamos surgía la reflexión de: “¿Vale todo en cuanto a respeto intercultural en estos casos?”.

¿Acaso mi trabajo y mi atención, no se merecen un respeto, sobre todo cuando les estamos facilitando herramientas de integración administrativa y social?

Insisto en que esta es la primera ocasión en que lo vivo en el ámbito laboral y atiendo a muchas personas árabes a lo largo de la semana y que esta es sólo una anécdota sobre la que reflexionar.

No voy a entrar en el tipo de relaciones que existen entre mujeres y hombres árabes puesto que no las conozco a profundidad, pero como mujer exijo respeto a mi condición de mujer trabajadora a todos los hombres sean musulmanes, rumanos, españoles, búlgaros o de cualquier rincón del mundo.

En mi puesto de trabajo y en cualquier ámbito de mi vida soy una mujer y además comprometida con los Derechos Humanos de las personas, de todas las personas y especialmente de las mujeres y niñas.

Y, además, como mujer trabajadora, cuando acuden a la mesa que ocupo exijo ese mismo respeto que doy a la hora de facilitarles los recursos necesarios para solucionar los problemas con los que han venido.

Afortunadamente para este hombre no tengo memoria fotográfica y no recuerdo su cara. Pero seguramente volverá en algún momento. Y si soy capaz de reconocerlo en ese momento sólo habrá un bolígrafo en la mesa y o lo toma o lo deja, porque en mi trabajo exijo respeto.

La evolución de las relaciones entre mujeres y hombres ha sido distinta en las diferentes culturas, y con la globalización y los continuos movimientos de las personas hemos visto (afortunadamente) otros tipos de relaciones que nos permiten reflexionar sobre nuestras ideas sobre temas diversos y posicionarnos ante ellos.

Evidentemente y después de la charla con mi amigo he despejado dudas sobre mi posible e incipiente xenofobia, y lo he colocado sólo con respecto a esta persona y punto.

Pero al mismo tiempo que reflexiono sobre ello, también lo hago con otro tipo de cuestiones, como por ejemplo con el hecho de que me haya costado tanto hacer esta reflexión por pensar que con estos planteamientos puedo pecar de etnocentrista, cuando en realidad soy hija de mi mundo y mi cultura a la que además combato cada día por considerarla patriarcal y androcéntrica.

¡¡¡Y todo por un bolígrafo!!!

Pero sabemos que este instrumento cotidiano de nuestras vidas ha sido sólo el detonante que ha disparado el orden simbólico de dos mundos que conviven y que mayoritariamente se respetan.

Dos mundos en los que el papel de las mujeres aún con diferencias sigue siendo el de la subsidiariedad social con respecto a los hombres, en donde los modelos simbólicos tienen el mismo origen: el religioso.

Dos mundos en los que los saberes y valores de las mujeres han sido olvidados y ninguneados o directamente condenados. Dos mundos en continua evolución y en donde desde diferentes puntos de partida y diferentes posicionamientos somos muchas las mujeres que luchamos por cambiar ese orden de las cosas y también con distintos resultados.

La lucha de nuestras hermanas árabes es la misma que la nuestra: dejar de ser subsidiarias de un orden simbólico androcéntrico de origen teocrático e incluso legal.

Y ahí nos encontramos con las mujeres árabes, orientales, africanas, indígenas y aborígenes de todo tipo, porque, al menos que yo sepa, todas sufrimos el mismo mal de origen, aunque pueda haber diferentes gradaciones. Y ese mal tiene un nombre claro: androcentrismo patriarcal.

En esa lucha nos hemos de encontrar. Ese es el objetivo.
          
tmolla@telefonica.net

*Corresponsal en España. Periodista de Ontiyent.
  Cimacnoticias | España.-
Imagen retomada del sitio iesnazari.com

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