5/14/2016

Ser madre



   CRISTAL DE ROCA
Por: Cecilia Lavalle*

Veo un par de fotografías. Me sonríen. Mi hijo y mi hija me sonríen en esas imágenes. Y yo les devuelvo la sonrisa mientras el corazón se me ilumina. Ser su madre ha sido una experiencia maravillosa.

No creo en todos esos condicionamientos que rezan que ser madre es lo mejor que le puede pasar a una mujer. Creo, sí, que nos cambia la vida. Para bien o para mal.

En mi caso ha sido para bien. Mis dos embarazos fueron deseados y planeados. Lo cual es una ventaja, pero ni con mucho es toda la ecuación. Porque yo no estaba preparada para el parto ni, mucho menos, para todo lo que vino a continuación. ¿Alguna mujer lo está?

Yo al principio la pasé francamente mal. En especial con mi primer hijo. Para empezar, porque creí que mi vida continuaría su ritmo sin mayores tropiezos. Para seguir, porque creí que mi bebé sería como se muestra en los anuncios comerciales: dormiría plácidamente la mayor parte del día, sonreiría el resto sentadito en su silla o acostadito en su cunita, y yo me sentiría muy muy feliz.

Y para terminar, porque las primeras semanas esperé a que se encendiera ese mágico chip (llamado instinto maternal) que me permitiría saber exactamente qué hacer, cuándo y dónde.

Tardé otro parto y muchos años para ser capaz de poner en cuestionamiento todos los mensajes que las mujeres recibimos con respecto a la maternidad; para poner en el bote de la basura a la culpa; y para mirar que la participación de mi esposo era simple y llanamente corresponsabilidad y no “apoyo”.

Hoy, al mirar atrás, puedo apreciar que tener un hijo y una hija ha sido para mí una gran experiencia. Y eso significa que a veces fue de duros aprendizajes, y otras veces fue inmensamente gozoso; a veces significó un extenuante trabajo, y otras una enorme satisfacción.

A veces representó creer que debía existir una dimensión paralela en la que me había perdido, y otras en la que me sentía a mis anchas muy feliz; a veces fue como tener pedazos de cielo en la mano, y otras, como haberse perdido en un bosque; a veces sentirse tocada por algo sagrado, y otras sentirse caminando en el infierno como cualquier imperfecta mortal.

Lamento si le echo a perder a alguien el exceso de miel, sensiblería exacerbada y fantasías que suelen inundar el ambiente alrededor del 10 de mayo. Pero en mi experiencia y en la de muchísimas mujeres con las que he platicado, la maternidad está más llena de claroscuros que de otra cosa, y muy lejos de lo que se nos hace creer.

Lo que sucede es que, subidas a la fuerza en el pedestal del Olimpo, las exigencias son muchas, la postergación de nuestras necesidades y deseos son esperables y el sacrificio es exigible. Y así no hay mucho margen para mirar y compartir con otras el proceso de la maternidad, con lo que tiene de bueno, malo y regular.

A la distancia, aprecio que mi hijo y mi hija me hicieron mejor persona. Sin lugar a dudas. Les amo profundamente, y con honestidad le digo que estoy muy satisfecha con lo que su padre y yo aportamos para este par de seres humanos maravillosos.

Pero ¿sabe qué? Estoy convencida de que traer un ser humano al mundo debe ser una elección y no una imposición; que ni todo es sublime ni todo es frustrante; que todas las tareas de crianza, cuidado y formación deben ser absolutamente compartidas en corresponsabilidad con la pareja; que debemos saber que será una aventura de largo plazo y que estará plagada de claroscuros; pero sobre todo, debemos tener conciencia de que nos cambiará la vida para siempre.

Yo deseo con todo el corazón que si mi hijo y mi hija deciden tener hijos e hijas, un día vean un par de fotos que les sonrían y el corazón se les llene de amor y gratitud.

Apreciaría sus comentarios: cecilialavalle@hotmail.com

*Periodista de Quintana Roo, feminista e integrante de la Red Internacional de Periodistas con Visión de Género.

CIMACFoto: César Martínez López
Cimacnoticias | Ciudad de México.-

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