9/17/2016

Obreras de la maquila y bordadoras en El Salvador, las caras de la explotación


La ONG Mujeres Transformando denuncia los abusos empresariales y el incumplimiento de la ley en las zonas francas


El Estado de El Salvador considera las Zonas Francas como áreas para la atracción de capitales en un mercado global. Opera teóricamente sobre éstas la Ley de Zonas Francas Industriales y de Comercialización (1998), que reconoce derechos laborales al igual que en el resto de empresas; pero en la práctica –según las organizaciones sociales- muchas de las fábricas maquileras desarrollan su actividad al margen del Estado y de las leyes. Muros, portones, vigilantes privados con armas… El acceso a estas zonas se halla restringido, de modo que sólo tienen acceso trabajadoras, furgones y empresarios. Allí se violan los derechos humanos, laborales y las trabajadoras son víctimas de enfermedades relacionadas con su actividad. “Siempre he hablado del calvario de estas zonas francas, porque somos explotadas y maltratadas; el calor era demasiado, incluso no abrían las ventanas y todo aquello bien encerrado: muchas compañeras han enfermado de los riñones”. Es el testimonio de una mujer que trabajó a los 19 años en la maquila textil, y se presenta como “niña Leticia” en el documental “Desencadenando historias en las maquilas salvadoreñas”, de las ONG Mujeres Transformando y Paz con Dignidad.

“Mal, porque no tenemos protección de nada; ni mascarilla, ni una silla adecuada donde estar sentadas, nada…”, afirma otra empleada, “niña Ester”. La organización feminista Mujeres Transformando, que denuncia estas prácticas desde que vio la luz en el municipio de Santo Tomás, en 2003, informa de temperaturas de 37ºC, en puestos de trabajo sin ventilación y con las puertas de emergencia bloqueadas. “Salían culebras en el agua y cosas verdes; incluso a veces nos decían que había ratas muertas desde donde nos llevaban el agua”, explica “niña Ester”. La otra cara de estas situaciones es la rentabilidad empresarial. La abogada de Mujeres Transformando, Marilyn Sánchez Najarro, recuerda en un acto organizado por la Coordinadora Valenciana de ONG que las empresas beneficiarias de las zonas francas no pagan impuestos durante diez años por importar o exportar lo que allí se produce. Además, el artículo 29 de la ley que regula la actividad en estas áreas reconoce los derechos de asociación, sindicalización, prohíbe el trabajo forzoso o compulsivo, y establece la edad mínima para el trabajo de menores; también las condiciones laborales “aceptables” respecto al salario mínimo, horas de trabajo y tanto salud como seguridad laboral. “Este artículo no se respeta en muchas fábricas maquileras”, subraya Montserrat Arévalo, directora ejecutiva de Mujeres Transformando.

“Niña Leticia” relata su experiencia en estas fábricas del textil: “Nos hacían trabajar todos los días a las 10 y a las 12 de la noche; algunas veces, los domingos hasta la una; y luego me presentaba el lunes a laborar; bastante duro: un calvario; sólo un viernes despidieron como a 300 personas”. Recuerda el día que una compañera afirmó sentirse mal y se dirigió al cuarto de baño. Como no regresaba, fue a buscarla y le preguntó qué le sucedía: vómitos y diarrea. “A esta compañera le denegaron el permiso, y murió”. De este punto pasa a la relación con los jefes y encargados en el tajo. “Hemos sido maltratadas por los supervisores; un día me faltó al respeto y me dijo que yo era una mierda que no servía para nada; y sí, me cayó un ‘shock’ de nervios…Fui al Seguro Social, donde me dieron la incapacidad”. La abogada Marilyn Sánchez Najarro enumera algunas de las principales denuncias contra estas empresas: impago de horas “extra” realizadas, del salario mínimo completo, descuentos ilegales (por ejemplo, por permisos personales, indemnizaciones, aguinaldos o vacaciones) y la negativa de permisos de asistencia al Seguro Social. Esta realidad en el día a día laboral contraviene lo establecido en el Código de Trabajo de la República de El Salvador. El código establece, por ejemplo, la adopción de medidas de seguridad e higiene en las instalaciones por parte de los patronos; y en los procesos productivos, el suministro y mantenimiento de equipos de protección. El artículo 163 regula asimismo el tiempo efectivo de trabajo, el de pausas para el descanso y para satisfacer necesidades fisiológicas.
Pero “la maquila no es hoy por hoy una alternativa para que la gente salga de la pobreza”, apunta una de las empleadas en el audiovisual “Desencadenando historias en las maquilas salvadoreñas”. Madre soltera, a “niña Ester” no le alcanzaba para el pago de la vivienda, la luz y el agua: “Recibíamos una poquedad”. Otro testimonio, el de “niña Julia”, llama la atención sobre las penalidades del trabajo en la fábrica. “Me contaban, incluso, el número de veces que iba al baño”. Le amonestaban si, desde que entraba a trabajar hasta las doce del mediodía, acudía dos veces al cuarto de aseo. “Lo único que les faltaba era ponerle a una un ‘pamper’ para que no tenga la necesidad…”, se lamenta. En otra ocasión le dijeron que dejara de ir a laborar, pues podría sufrir un aborto.
Otra de las obreras pone el acento en los criterios de productividad y sobrexplotación: “Según nos sacan la meta en el tiempo estipulado en las ocho horas, tiene una derecho a venirse a su hogar; si no, se queda a seguir terminando el trabajo; la meta era a veces de 20.000-30.000 piezas y si la cumplíamos, nos daban el incentivo; de lo contrario, lo perdíamos y, así, nos hacían trabajar más de la hora”. Fuentes de Mujeres Transformando informan de que los salarios medios en el sector de la maquila textil rondan los 210 dólares mensuales, mientras que los precios de venta de las prendas producidas oscilan, según la marca, entre 60 y 200 dólares. Éstas son algunas de las empresas radicadas en las zonas francas de El Salvador: Brooklyn Manufacturim, Apple Tree, Hermanos Textil, Samia, Olocuilta Apparel, Hanes Brand, Fruit the loom, Argo, Averi, Exporta Salva y Colintex. Producen para firmas como Puma, Gap, Perry Elis, Mossimo, NFL, Dallas Cowboys, Fruit of The Loom, Hanes Brand, Columbia, Patagonia, Lacoste, Samia o The Nort Face.
En el anonimato y la invisibilidad ha permanecido durante décadas otro eslabón de la cadena productiva, el de las mujeres bordadoras a domicilio. Ellas cosen el bordado de los vestidos que se convertirán en una parte de las exportaciones de las fábricas maquiladoras. Así, el producto puede terminar en boutiques exclusivas de ropa infantil o grandes almacenes de lujo de Europa y Estados Unidos. No cuentan con un contrato por escrito, lo que impide probar la relación laboral, y realizan jornadas de más de doce horas en sus casas (de lunes a domingo). Cada obrera produce de media entre tres y diez piezas a la semana para las maquilas. Según el informe de Mujeres Transformando, “Haciendo visible lo invisible. La realidad de las bordadoras a domicilio” (noviembre de 2013), éstas desconocen la ubicación de otros grupos en los que las empresas tienen producción: los mismos empleadores y representantes de las maquiladoras les niegan las informaciones. Así, desarticulados, los diferentes núcleos se ven imposibilitados para la negociación colectiva. Se trata además de mujeres generalmente pobres, situación que se agrava con el trabajo a domicilio. No sólo perciben remuneraciones por debajo del salario mínimo establecido para el sector de la maquila, sino que también han de asumir costes como el pago del agua, la energía eléctrica o la salud laboral. Muchas de ellas han de implicar en el bordado a todo el grupo familiar, con el fin de alcanzar la canasta básica alimenticia. Y carecen de seguridad social, aunque afronten accidentes laborales y enfermedades profesionales.
La maquila establece el diseño, imparte las instrucciones y entrega el material a las bordadoras, de manera que existe una palmaria subordinación técnica y económica. Las piezas acabadas han de entregarse en el lugar y fecha que indica la empresa. ¿Qué ocurre si la pieza no reúne las condiciones de limpieza y exactitud en el tipo de puntada? “La fábrica maquiladora no hace efectivo el pago; sin embargo la empresa se lleva las prendas, dejando a las bordadoras con el tiempo y el esfuerzo invertido sin que sea pagado”, explica el informe de la organización feminista. Agrega el documento que el salario o precio por la pieza no se les comunica a las bordadoras hasta que entregan el producto. “Terminan por recibir el monto que la maquila quiera pagar, pues el trabajo ya está hecho”, critican fuentes de Mujeres Transformando. Tampoco las empresas entregan un recibo de pago, aunque sí mantengan un registro con los montos que abonan semanalmente a las bordadoras. Se trata de obreras con edades comprendidas entre los 13 y los 58 años, con un segmento destacado entre los 18 y los 32. Una de las explicaciones de la fuerte presencia de mujeres jóvenes es la posibilidad de obtener algún ingreso, ante las barreras para lograr un trabajo digno.
Sin jornada laboral estipulada, ni días de descanso, vacaciones anuales pagadas, días de asueto, aguinaldo, licencias por maternidad, indemnización por despido o pago de horas extraordinarias, la cotidianidad resulta extenuante. El trabajo del bordado produce en muchas mujeres molestias en las muñecas, los ojos, las manos, los dedos y tanto en la columna como en la espalda baja. Las patologías que los médicos han detectado con mayor frecuencia son las relacionadas con el músculo esquelético (síndromes del túnel del carpo y de espalda dolorosa baja, y tendinitis del hombro), migrañas y trastornos visuales. El documento de Mujeres Transformando detalla el nombre de siete maquilas que hacen uso del trabajo a domicilio: Jacabi, Handworks, Velásquez Soto, Industrias Margareth, Konffetty, Alonso Rochi de Vidri y Creaciones Alejandrina.
Estas factorías encomiendan el trabajo doméstico en diferentes municipios de los departamentos de San Salvador, Cuscatlán y Santa Ana. El capital es salvadoreño, y las exportaciones se dirigen sobre todo a Estados Unidos, pero también a Reino Unido, Japón, Nicaragua y Costa Rica. Según el estudio “Hecho a mano. Un análisis desde la economía feminista” (enero de 2015), fábricas como Handworks ofrecen tareas a domicilio a grupos de bordadoras. Esta empresa especializada en ropa para niños, camisas y vestidos con bordado trabaja para 32 marcas: Zuccini, Sweet Dreams, Bambino L’amore-Baby Boutique, Cutie Pie, Little English y Posh Originals, entre otras. El estudio destaca el quid del conflicto: la obrera que borda en casa recibe sólo el 4% del valor de la prenda; el restante 96% se reparte entre las empresas salvadoreñas, las marcas y las distribuidoras multinacionales.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario