12/10/2016

¿Por qué se teme al feminismo?


DESDE LA LUNA DE VALENCIA
Por: Teresa Mollá Castells*


Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, el término feminismo se define como la “Ideología que defiende que las mujeres deben tener los mismos derechos que los hombres”. Nada escandaloso como vemos. O, ¿acaso sí es escandalosa esta definición por lo que comporta? Al parecer sí lo es para muchos machirulos e incluso algunas machirulas.
 
Si nos vamos al artículo 14 de la Constitución española nos encontraremos, literalmente, con esta redacción: “Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”. Y, a menos que, por la utilización del genérico masculino se nos excluya a las mujeres españolas de toda la Constitución, dice que somos iguales y sin discriminaciones.
 
Por tanto, si pasamos por alto el sexismo lingüístico de la expresión “españoles” y entendemos que se ha utilizado para englobar a toda la población española, podríamos afirmar que la Constitución, según el diccionario de la RAE es feminista, puesto que defiende que las mujeres debemos tener los mismos derechos que los hombres sin que prevalezca ninguna discriminación por razón de sexo.
 
En algunos aspectos se ha avanzado bastante, como los casos de las ciudades que se han declarado feministas como Terrassa, sobre la que ya escribí en su momento, y a la que después han seguido Sabadell y Sant Quirze del Vallés, ciudades que buscan la igualdad de toda su ciudadanía sin distinciones. Sencillamente acatando la Constitución.
 
Pero cuando se utiliza el término feminista, saltan las alarmas; es que el motivo está bien claro. Con una igualdad real se acaban los privilegios; y el patriarcado, fuertemente arraigado en nuestras sociedades, se alimenta de los privilegios históricamente autoasignados.
 
El feminismo busca la igualdad de derechos y oportunidades de mujeres y hombres, por tanto no debe ser únicamente, un tema de mujeres. La reivindicación de la igualdad nos atañe a ambos sexos, pero al ser las mujeres las mayores perjudicadas por el patriarcado, somos las que más damos la cara. Sin embargo, existen hombres que están a nuestro lado en esta reivindicación de igualdad real que la informal.
 
El temor de hombres y mujeres al feminismo viene dado por el miedo a la pérdida de esos privilegios que se tienen por ocupar espacios tradicionalmente masculinos, por ceder lo que se ha usurpado de forma ilegítima a lo largo de la historia: la igualdad en el derecho al acceso a recursos de todo tipo, sean estos tangibles o intangibles.
 
Por recursos me refiero a espacios públicos, privados, riqueza, acceso a la justicia, a la educación, a la salud, a derechos civiles y un larguísimo “etc”. Pero también y por supuesto a nuestro propio cuerpo de mujeres para decidir libremente si queremos o no ser madres, sin que por ello nos convirtamos en “salas de ejecución”, tal como afirmó un machirulo que anda por la política y que, al parecer, tiene las neuronas más sueltas incluso que la lengua, que ya la tiene muy suelta.
 
El perder privilegios no le gusta nadie y por eso aparece el rebote de toda la caverna, cuando surge la exigencia por parte de las feministas de la igualdad. No pueden evitar llevar en el ADN aquello de las jerarquías masculinas naturalizadas por siglos de discursos patriarcales. Pero no, señores y señoras de la caverna, la igualdad es un derecho que tenemos reconocido y cada vez que lo niegan, están negando no sólo el derecho constitucional sino el derecho incluso a la vida.
 
Sí, digo a la vida y digo bien, puesto que continuando con la desigualdad para mantener sus privilegios, permiten los asesinatos de mujeres, porque desigualdad y violencias machistas siempre van de la mano.
 
En ese sentido admiro profundamente a las compañeras y amigas, que en estos precisos momentos están luchando dentro de sus organizaciones para que estas pasen a ser también feministas, incluso en sus estatutos como forma de declarar que su lucha es, también, un compromiso radical (de raíz) con la igualdad. Pero las resistencias son muchas y fuertes; y no siempre vienen sólo de la mano de los hombres.
 
Es triste asistir a esa resistencia de algunas mujeres a la igualdad, pero tampoco la podemos obviar. Del mismo modo que el machismo no es sólo una cuestión de la caverna y existen hombres machistas en todo el espectro político, hay mujeres machistas que no ven con buenos ojos la reivindicación de la igualdad. Triste, pero real.
 
Es esperanzador ver cómo en los actos a los que acudimos a sensibilizar en la igualdad para evitar violencias machistas, o cuando hablamos del patriarcado y su apropiación indecente de nuestros cuerpos o de los recursos de todo tipo, cada día asiste más gente joven.
 
Mujeres y hombres jóvenes a quienes cuando les explicas el término “feminismo” quedan ojipláticos, y se preguntan el motivo de la criminalización social de dicho término. Es justo en ese momento, cuando hay que explicar el profundo e intenso interés patriarcal en demonizarlo para mantener sus privilegios históricos.
 
Se nos criminaliza a las feministas por denunciar públicamente esos privilegios que toman muchas formas; se nos criminaliza porque no acatamos el orden patriarcal; se nos acusa por exigir libertad absoluta sobre nuestros propios cuerpos; se nos intenta ridiculizar por pedir imperiosamente y de todas las maneras posibles, que se nos deje de asesinar por ser mujeres; se nos exhibe por poner el dedo en la llaga de las desigualdades; se burlan de nosotras por buscar otro orden social más equitativo y justo, por buscar relaciones simétricas y con sexualidades no heteronormativas, entre muchas reivindicaciones más.
 
La maquinaria patriarcal es muy potente y se camufla constantemente para sobrevivir a los logros y exigencias del feminismo, de los feminismos, pero estamos ahí, somos muchas y cada vez son más los compañeros que saben e incluso sufren el patriarcado cruel en sus propias carnes; los que se van sumando a esa exigencia de igualdad real entre las personas.
 
Porque como afirmó Simone de Beauvoir: “El feminismo es una forma de vivir individualmente y de luchar colectivamente”. Y eso asusta. Al parecer mucho y a mucha gente, pero que cada cual se analice sus propios miedos porque las feministas, las personas feministas no vamos a dejar de luchar individual y colectivamente por ese objetivo final, que es el de la igualdad real y en todos los sentidos entre las personas.
 
Que se lo apunte el patriarcado, puesto que es el objetivo final y radical al que no vamos a renunciar.
 
  Archivo CIMAC

Por: Teresa Mollá Castells*
Cimacnoticias | Ontinyent, Esp.- 

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