5/08/2018

Competir con propuestas, no con descalificaciones, necesario


La Jornada

El vocero de la Presidencia, Eduardo Sánchez, dijo ayer durante una conferencia de prensa en Los Pinos que la democracia es el mejor campo para demostrar la libertad de disentir y pensar distinto. Señaló que el país puede perder mucho si permea la violencia en los procesos políticos y consideró que la agresión y el odio no deben tener cabida en las campañas en curso de cara a las elecciones del 1º de julio.
El funcionario hizo referencia así a los preocupantes estilos de hacer proselitismo, no con base en la difusión de planes, ideas y plataformas propias, sino con el recurso de la descalificación sistemática del adversario, una actitud persistente en el actual proceso comicial, que degenera en la proliferación de aparatos de propaganda que, de manera abierta o furtiva, se dedican a denostar, e incluso a calumniar, a los rivales en todos los ámbitos posibles.
El resultado de tales prácticas –a las que no han sido ajenas las propias autoridades– no puede desembocar sino en la profundización de indeseables fracturas sociales, en la de- sorientación de los electores y, al final de cuentas, en la expansión del escepticismo ciudadano, de por sí alarmante, ante candidatos a cargos populares, partidos, instituciones electorales y, en general, ante la vida republicana del país.
En este contexto, sería deseable que los equipos de campaña de las distintas fórmulas políticas comprendieran que cada punto de preferencia electoral ganado para su causa con batallas de fango, ataques personales y estrategias para atizar el odio y el miedo, se traduce más pronto que tarde en una erosión adicional de la convivencia civilizada y perjudica, por lo anterior, los cauces éticos y legales en los que debe disputarse la representación popular.
Cuando se busca alimentar las fobias en contra de los competidores políticos en vez de lograr nuevos adherentes o simpatizantes de las propuestas propias, el perjuicio acaba siendo para el de por sí imperfecto, insatisfactorio y precario contexto de los procesos democráticos.
En otros términos, las autoridades, los partidos, candidatos, militantes y activistas de todo el espectro político deberían tener presente que las elecciones tienen como finalidad resolver pacíficamente los conflictos entre las visiones contrapuestas o divergentes de sociedad, no exacerbarlos.
Resulta pertinente, pues, insistir en el exhorto a los actores que se disputan las posiciones de poder y a sus grupos, organizaciones y corrientes de apoyo, para que se concentren en tratar de convencer a los electores sobre la pertinencia de sus respectivas visiones de país, que depongan la hostilidad y la violencia verbal y no busquen suplir sus propias carencias y debilidades con el recurso –fácil, aunque indebido y hasta peligroso– de recalcar, magnificar o inventar las del contrario.

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