3/12/2020

Jóvenes en movimiento



El pasado jueves 5 de marzo, miles de jóvenes estudiantes poblanos salieron a las calles para exigir justicia, seguridad y paz en el estado de Puebla, ante la ola de violencia que se vive en el país y que hace de cada año que transcurre el peor respecto de los precedentes. La muerte de cuatro jóvenes convocó a todos los estudiantes de la zona conurbada a movilizarse ante el hartazgo por la violencia que recrudece especialmente, aunque no exclusivamente, en la ciudad y que cada vez se visibiliza más en los entornos educativos y universitarios. Aunado a ello, las movilizaciones feministas del pasado domingo y el paro nacional del lunes, han detonado en México una efervescencia que se hace sentir en todas las calles, y ha estremecido a toda la sociedad a partir de las diversas exigencias expresadas tanto en los gritos como en el silencio de la ausencia.
Las actuales juventudes en movimiento sin duda evocan recuerdos de movilizaciones históricas anteriores, y traen al debate político y académico el recurrente cuestionamiento sobre la trascendencia de los mismos. ¿Estamos ante una oportunidad histórica en la lucha por una sociedad justa y en la defensa de los derechos humanos?
Para responder esa pregunta habría que detenernos primero brevemente a repasar los movimientos anteriores y su impacto. Sin duda, el que abrió la brecha de las movilizaciones en la vida reciente de nuestro país fue el 68. Fueron las desfavorables condiciones políticas y educativas del momento las que alentaron, quizá, el movimiento social más numeroso en la historia moderna de México, y sus impactos, si bien no fueron percibidos de manera inmediata en la estructura institucional del país, hoy son indudables.
Elementos como la pluralidad partidista, y la libertad de expresión de la ciudadanía y de los medios, hoy nos resulta evidente que son fruto de las movilizaciones del 68. El multitudinario movimiento popular (no sólo estudiantil) abrió paso a los movimientos campesinos de los setenta y las movilizaciones político-partidistas que llevaron a Cuauhtémoc Cárdenas al borde del triunfo y que a la postre condujeron a la constitución y desarrollo del INE, que fue un factor clave para hacer posible la alternancia política en el presente milenio.
El movimiento YoSoy132 y las movilizaciones por los 43 normalistas desaparecidos de Ayotzinapa han sido también referentes recientes de procesos de movilización trascendentales en nuestro país, cuyos frutos han redundado en la construcción o reforma de esquemas institucionales para la atención a problemáticas crecientes como la desaparición o la censura y la manipulación de los medios de información; entre otras vulneraciones a derechos humanos que son componentes importantes de la actual crisis que vivimos en nuestro país.
Es así como ahora –en una entidad que ocupa la quinta posición en desapariciones, la segunda en desaparición de mujeres y niños, y la primera en linchamientos; cuya capital ocupa el noveno lugar en feminicidios y es la primera en cuanto a percepción de inseguridad a escala nacional– las y los jóvenes se han articulado para alzar la voz contra estructuras e instituciones que no han logrado responder a las exigencias de seguridad; así como contra una cultura androcéntrica que se aferra a los privilegios de la masculinidad hegemónica.
Y, en todo México, una semana bastó para que estudiantes y feministas cimbraran el espacio público cuestionando privilegios, instituciones, y transiciones políticas. Una semana bastó para que la esperanza de muchas y muchos confluyera en estos movimientos percibidos como posibilitadores reales de cambios en Puebla y en el país.
El feminismo, movimiento cada vez más numeroso, ha sabido colocar temas incómodos en la agenda pública, en los medios de comunicación, y en las conversaciones cotidianas; ha logrado visibilizar la profunda desigualdad, la impunidad, y la urgencia de trabajar la violencia a nivel colectivo y personal; logro que ha convocado cada vez a más mujeres y jóvenes al movimiento. Así también el movimiento estudiantil tendrá que ir vehiculando, poco a poco, desde una perspectiva gradualista, no sólo la exigencia de cambios estructurales en las instituciones que procuran la seguridad y justicia; sino también propiciar la toma de conciencia ciudadana para el cuestionamiento de las relaciones sociales actuales sustentadas en patrones propios de un modelo hegemónico que incentivan la desigualdad económica, pero también social, política y de género, lo cual es la raíz fundamental de la comprensión de la violencia como problema estructural.
Estudiantes y feministas nos interpelan hoy a reflexionar la violencia desde sus motivaciones estructurales y culturales, y ambos han convocado a miles de jóvenes en el estado de Puebla y en el país entero a tomar las calles, evidenciando el estado calamitoso de una institucionalidad pública que en los pasados 13 años no ha podido contener la violencia, sino que, peor aún, ha hecho posible que hoy vivamos episodios de creciente crueldad.
El gran reto del movimiento estudiantil ocurrido la semana anterior es producir las condiciones organizativas internas que fertilicen y den continuidad a las exigencias manifestadas y que establezcan las condiciones de posibilidad para la fortaleza y legitimidad de las movilizaciones que se puedan convocar en el futuro. Hoy México padece problemáticas estructurales tan profundas y complejas que hacen ingenuo pensar en soluciones fáciles e inmediatas; es a las generaciones de mujeres y hombres jóvenes a quienes les tocará la construcción de alternativas de cambio y, ojalá, gozar de sus frutos. Al resto, nos toca como parte de la sociedad, agradecer su valor y generosidad para enmendar el mundo roto que han recibido, dejarnos interpelar por su agenda y sumarnos al diálogo y la acción colectiva que hoy urgen para hacer posible un México más seguro, por lo menos.

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