Héctor Alejandro Quintanar
El fin de semana pasado, el Partido Acción Nacional eligió a su nuevo dirigente, en un ejercicio donde sólo votó menos del cincuenta por ciento del padrón panista, nómina que de por sí está supeditada a la afiliación no directa del partido, y cuyos resultados fueron abrumadores en favor de Jorge Romero Herrera.
La noticia debe indignar pero no sorprender. Y ello porque el PAN es el único actor político incapaz de detectar la crisis ideológica y de resultados que padece desde hace ya una docena de años y que hoy explota en su falta de liderazgos, su zigzagueo doctrinario, su incapacidad de hacer un cerco sanitario con sus engendros del pasado más dañinos, como los remanentes del calderonismo, y su incapacidad de hacer un diagnóstico más o menos sensato de país y una autocrítica mínima donde resarzan, al menos el discurso, sus múltiples errores en la historia reciente.
Y es que debe subrayarse hasta el cansancio. La docena trágica del PAN, de 2000 a 2012, fue un periodo que no sólo tiñó de sangre al país e inundó de corrupción la administración pública, sino que asimismo fue el espacio que gestó la crispación social que hoy se mal llama polarización, cuando el grupo entonces enquistado en el poder enturbió el debate público con base en campañas de mentiras y difamación que sólo sirvió para radicalizar al sector más mal informado de la sociedad mexicana.
Los números electorales del PAN en ese entonces debieron pintarle una alerta roja y llevarlo a una situación autocrítica. En 2012, por primera vez en la historia, el partido gobernante se iba al tercer lugar en una elección presidencial, con el estrepitoso fracaso electoral de Josefina Vázquez Mota como candidata, que debió cargar con el peso de un narco-gobierno que, no conforme con entregar las instituciones públicas a un cártel, también supuso una corrupción generalizada en diversos órdenes.
Desde entonces, el desempeño electoral del PAN ha sido, con excepciones regionales concretas, a la baja. Fracasado en 2012 y con una numeraria desalentadora en 2018, el PAN cometió un gravísimo error de cálculo en 2020, cuando, escuchando a voces de varios ideólogos de la intransición democrática, aceptó como propio el diagnóstico errado acerca de que vivíamos una “deriva autoritaria” con López Obrador, y, con base en esa farsa, construyó una alianza con sus enemigos históricos, el PRI y el PRD, cuyo trasfondo no era un pragmatismo democrático sino más bien una desesperación electoral ante el miedo de perder prebendas.
Marko Cortés se encargó de dejar ello en claro cuando, en un acto de estupidez cínica o de claridosa corrupción, en enero de 2024 confesó en público que su alianza electoral con el PRI en Coahuila no era una coalición necesaria en salvaguarda de la democracia, sino una treta de gángsteres que se repartieron el Estado como botín y que ni siquiera pudieron ponerse de acuerdo en sus canalladas. Esa transa parece más la punta de un iceberg que reflejó los intereses reales de la alianza PRIANRD.
En vez de hacer un mea culpa, sacudirse sus lastres y distanciarse de sus adversarios con base en propuestas legítimas, el PAN dedicó el sexenio de 2018 a 2024 a la inopia ideológica: un día salían a acusar que los programas sociales son para ninis huevones y al otro su aspirante presidencial juraba firmar con sangre que no eliminarían tales programas de gobierno. A la par de ello, pusieron de relieve que su objetivo central es medrar con la administración pública, como lo exhibieron Alito y Cortés con sus pactos corruptos, o lo mostraron al encumbrar a los porros mafiosos del cártel inmobiliario en 2024, tanto para la alcaldía Benito Juárez como para la Jefatura de Gobierno. Más que un proyecto de nación, el PAN mostró un proyecto de ambición.
Hoy, Jorge Romero resalta como sucesor delfín del fracasado Marko Cortés, quien le entrega un partido en crisis de resultados y en contradicciones ideológicas severas. El camino es de Guatemala a Guatepeor: Romero no es otra cosa que un personajillo central de ese cónclave llamado “cártel inmobiliario”, cuyos miembros más prominentes se encuentran hoy presos, prófugos o confesos.
Si ya había sido un acto de provocación desesperada, o de estupidez mayúscula, que el PAN postulara como aspirante a Jefe de Gobierno a un petimetre cercano al cártel de marras en 2024, hoy ese cinismo grotesco entra a una nueva fase: la exhibición de la carencia de escrúpulos al nominar como líder a un politicastro perteneciente a ese cónclave turbio.
Además de entronizar la corrupción, o por lo menos solaparla, el mensaje en la nueva dirigencia del PAN es claro: se trata no sólo de un partido incapaz de entender los tiempos que se viven, donde el zigzagueo verbal les revela tanto su incapacidad de entender el país como su oportunismo ideológico.
Y el otro mensaje subyacente es más claro: a semejanza de los porros fracasados que sepultaron al PRD, los chuchos, el PAN hoy, al encumbrar a un miembro del cártel inmobiliario, parece destinarse no a ser un partido de oposición leal y democrática, sino un grupúsculo en crisis que tratará de pergeñar negocios turbios ahora a escala nacional, aunque la salvación individual de los corruptores signifique el hundimiento moral de un partido que siempre fue conservador, pero que explotó el cinismo tanto en las cimas del poder como en la bancarrota electoral.
Héctor Alejandro Quintanar
Héctor Alejandro Quintanar es académico de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, doctorante y profesor en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Hradec Králové en la República Checa, autor del libro Las Raíces del Movimiento Regeneración Naciona
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