Las remesas en México, estimadas en 25 mil millones de dólares anuales, son la segunda fuente de divisas del país y tienen un impacto importante en términos macroeconómicos, ya que representan 3 por ciento del PIB. Sin embargo, la situación de México no se puede calificar como de dependiente de las remesas, como sería el caso de otros países que reciben montos mucho menores, pero donde el impacto es mucho mayor, dada la debilidad de sus economías. Serían los casos de Honduras, donde las remesas representan 25.6 por ciento del PIB, Haití (21.6), Jamaica (18.5), El Salvador (18.2), Guatemala (10.3) y Ecuador (7.2 por ciento).
Por el contrario, el impacto a escala familiar puede ser totalmente distinto. Si una familia mexicana recibía un subsidio mensual de 200 dólares y dejó de recibirlo, el golpe a su economía puede ser devastador. Más aún cuando son varios millones de familias las que dependen del subsidio que les llega del exterior.
De ahí que resulte necesario distinguir niveles. Cuando el Banco de México informa sobre las remesas utiliza el término eufemístico de remesas familiares
, lo que resulta ser una falacia porque esconde de manera deliberada mucha información. El Banco de México recibe, administra, dispone y dispendia migradólares. La diferencia entre una remesa familiar y los migradólares es la misma que hay entre los 200 dólares que recibe una familia al mes y los 2 mil millones de dólares que recibe el Banco de México en el mismo periodo. La remesa se convierte en pesos y se gasta en alimento, vestido, vivienda, salud, educación y en el pago de 16 por ciento de IVA sin posibilidad de devolución.
Los migradólares no se convierten en pesos, son divisas que entran al país, que suponemos fundamentales para la balanza de pagos. Pero en realidad no se sabe cómo se utiliza y quién se beneficia directamente de ese ingreso gigantesco de divisas. Pero podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que en tiempos de crisis son los migrantes los que meten dólares a las arcas nacionales y son otros los que los sacan.
El flujo de migradólares en 2008 fue mayor que la inversión extranjera directa (IED), que se estimó en 22 mil millones de dólares. Inversión que es promovida, fomentada, estimulada y bendecida por el gobierno con una serie de ventajas y excepciones de impuestos. A los inversionistas extranjeros se les invita, les regalan terrenos, los eximen de impuestos, les devuelve el IVA y se les bonifica, en efectivo, por su gran contribución al país por crear empleos. A los migrantes, por su parte, se les cobra la transferencia, los bancos se quedan con su comisión por el cambio de moneda y nadie les regala o deduce nada.
Las dos fuentes principales de divisas para el país son los petrodólares y los migradólares. Los primeros tienen un costo muy elevado para el país, porque se venden recursos no renovables, porque la gestión de Pemex deja mucho que desear y porque su sindicato goza de innumerables prebendas y beneficios.
Las remesas han sido, desde hace décadas, uno de los mecanismos más exitosos para la creación de empleos, negocios familiares y autoempleo. Las remesas son el principal dinamizador de la industria de la construcción en pueblos y ciudades medias del país. Con 500 dólares una ama de casa puede iniciar su negocio de venta de ropa en abonos, puede instalar un changarro, comprar la máquina que le faltaba al taller o financiar un puesto de venta de dulces, tortas o tamales. De acuerdo con el economista Edward Taylor, de la Universidad de California en Davis, las remesas tienen un efecto multiplicador de tres a uno.
Los petrodólares también son un mecanismo exitoso para la creación de empleos. Toda la clase política vive de eso. Decenas de miles de asesores, analistas, consultores y choferes son financiados con los ingresos del petróleo.
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