Testimonios de la influenza
ROGELIO CáRDENAS ESTANDIA
Con prólogo de José Saramago, esta semana comenzó a circular el libro Queremos hablar: Las voces de la influenza, de Rogelio Cárdenas Estandía. El periodista refiere que los testimonios y denuncias reunidos en este volumen, editado por él mismo, “confirman la improvisación, la falta de información, las carencias y vicios del sistema de salud que, junto con la novedad del virus A/H1N1, sacudieron al país durante los días de emergencia de abril y mayo pasados”. Enfermos mal diagnosticados, carencia de medicinas y de camas, así como de personal capacitado, ocasionaron muertes que, según los testimonios, pudieron evitarse. Estas revelaciones, una parte de las cuales son reproducidas aquí con la autorización del autor, cobran renovada importancia ante el actual rebrote de influenza en el país.
Sueños rotos
La familia Llorente no puede entender lo que hicieron con su pequeño hijo Tomás
No se preocupe, su hijo está bien. Una y otra vez los médicos del Hospital General de la Ciudad de México les aseguraron a Tomás Llo rente y a Nancy Martínez que su pequeño de dos años de edad estaba fuera de peligro. Pero en todas las ocasiones les mintieron.
No sólo rompieron los sueños y las ilusiones que la pareja había forjado para su hijo, llamado Tomás, como su padre, sino que dejaron al descubierto lo que para muchos es más que evidente: las graves fa llas del sistema público de salud en México, así como la indolencia y la falta de capacitación del personal, aun en los centros que supuesta mente son los más avanzados y preparados del país.
(…)
Nancy le dio Tempra a Tomás, y así le disminuyó la fiebre duran te cerca de cuatro horas, pero después ésta le volvió. Nuevamente le dio Tempra y, dado que no surtió efecto, le puso un supositorio de Febrax, gracias al cual el pequeño se estabilizó ese día, aunque se veía muy decaído, dejó de comer y dormía mucho. Al final, de nuevo tuvo fiebre. “Yo no lo veía bien”, recuerda Nancy, “no se me hacía que sólo fuera una gripa pasajera.” De modo que le dijo a su esposo que lo lle varan a un médico.
Como muchas familias en este país, Nancy y su esposo no cuen tan con ningún seguro médico, ni público ni privado. Están despro tegidas, vulnerables ante cualquier emergencia. No tuvieron más re medio que llevar a su hijo, al otro día, el miércoles 1 de abril, a un pediatra particular. Éste aseguró que se trataba simplemente de una infección de garganta.
(…)
Vacaciones en el Hospital General
A pesar de que ese lunes el pequeño Tomás se estabilizó, en la maña na del martes le avisaron a Nancy que era urgente trasladarlo a un hospital que contara con terapia intensiva, ya que el niño seguía gra ve. Era vital someterlo a nebulizaciones, un procedimiento que con siste en administrar medicamentos en forma de vaporización por las vías respiratorias. Asimismo, era necesario ponerle oxígeno, entre otras medidas, y en la clínica del Dr. Franco no contaban con los me dios para todo ello.
Fue un día difícil. Nunca como en ese momento a los padres de Tomás les pesó tanto la falta de un seguro médico. Así que optaron por llevarlo a una institución que es uno de los pilares del sistema de salud público.
El martes 7 de abril, a eso de las 11:45 de la noche, llegaron al Hospital General. Los recibió un médico de apellido Estrada, que es taba en la guardia pediátrica, y les confirmó lo dicho en la clínica: el niño se encontraba muy grave a causa de una severa neumonía. De in mediato lo llevaron a terapia intensiva.
Pasaron tres, cuatro días, y el niño se mantuvo estable gracias a los cuidados y a los antibióticos suministrados. Sin embargo, por des gracia para el menor y su familia, y como una cruel ironía, esos días coincidieron precisamente con la Semana Santa. “No había médicos de base”, señala Nancy, “excepto una doctora Martínez, que era la médico de guardia durante vacaciones y fines de semana”.
El jueves, la doctora le dijo:
–Hoy vamos a llevar al niño a piso, a especialidades, porque ya está muy bien. Yo creo que en 15 días se lo puede llevar.
Entonces ocurrió la primera anomalía, pues no lo trasladaron a piso, sino hasta el viernes. La justificación que dieron en el hospital fue que no había camas disponibles. Ese fin de semana, el niño recayó.
(…)
En la mañana del sábado una enfermera se dirigió a ella:
–¿Por qué el niño tiene el tubo de nebulizaciones? ¿Por qué tie ne las puntillas de oxígeno?
–Ésa fue la indicación de la doctora Martínez –le respondió Nancy–, porque tiene dificultad respiratoria.
–Yo creo que es demasiado equipo –refirió la enfermera.
(..)
El 12 de abril, que fue Domingo de Resurrección, el niño empe zó a ponerse peor. Comenzó a tener mayores dificultades para respi rar. El lunes lo cambiaron a un cuarto aislado y le dijeron a Nancy que, en vista de que el niño había vuelto a recaer, no quedaba más re medio que intervenirlo, pues al parecer la sonda no estaba drenándo le el pulmón.
La operación se llevó a cabo el martes 14 de abril, y le cambiaron la sonda. Cuando terminó, la madre de Nancy se acercó a preguntar le al cirujano cómo había estado la intervención.
–Mire, señora, su nieto está muy grave –le contestó, sin la me nor consideración hacia la afligida abuela del niño–. Lo ingresaron muy grave. Yo creo que ya es muy tarde, y además tenía una sonda de porquería; la que traía es para alimentación.
(…)
“Me parece que todo esto es un mal sueño, porque hace un mes y medio todavía estaba bien. El 17 de marzo, dos semanas antes de que enfermara, le acabábamos de celebrar su cumpleaños. El niño es taba supercontento con sus juguetes, con su pastel, le tomamos vide os. A veces pienso que esto va a terminar, que voy a despertar y que el niño va a estar bien.”
“Lo extrañamos mucho”, concluye Nancy. “Somos una pareja jo ven, por lo que en un futuro nos gustaría tener otro hijo, aunque es tamos conscientes de que si llega otro bebé tendrá una personalidad completamente diferente. Tomás nunca se irá, nunca se podrá susti tuir. Siempre lo sentimos en la casa, está con nosotros.”
Derecho a la salud: puro discurso
El esposo de Luz Armida no tuvo ninguna oportunidad. La negligencia y la corrupción le arrebataron la vida.
Desde hace unas semanas, Daniela se ha desper tado varias veces a medianoche buscando a Julián, su papá. Ensimismada en su fantasía, se sienta en la orilla de la cama y se pone a platicar. En ocasiones sonríe y hasta juega con él.
Julián comenzó a sentirse mal el 11 de abril, precisamente el Sábado de Gloria. Tenía mucha fiebre, dolor de pecho y cefalea. Luz, su espo sa, consultó por teléfono a su médico de cabecera, Ismael Ovalle, de un hospital particular, quien le indicó algunos medicamentos con los que aparentemente Julián mejoró. El domingo, Luz también empezó con molestias: fiebre, tos y gripe. Preocupado, el lunes Julián la llevó con el doctor Ovalle; le diagnosticó una pequeña infección que desa pareció en un par de días. Sin embargo, el galeno notó que Julián es taba reteniendo líquidos y lo citó el jueves de esa misma semana para practicarle unos análisis. Pero el miércoles su estado de salud empeo ró súbitamente y Luz tuvo que llevarlo al Urgencias del Hospital Gustavo Baz, perteneciente al gobierno del Estado de México.
A pesar de que llevaba fiebre de 40 grados, no lo quisieron reci bir, pues argumentaron que “en un adulto la temperatura de 39 a 40 grados no se considera fiebre”. Pusieron como pretexto que lo tenía que valorar el médico y que dependía de él si lo admitían o no. Mien tras tanto, Julián esperaba tirado en el suelo. Después de varias horas regresaron a casa, porque en Urgencias nadie se dignó a examinarlo. Julián pasó toda la noche con fiebre muy alta.
(…)
A las 10 de la noche, Luz recibió un pase para verlo. Estaba dormi do. En el monitor que estaba al lado podía verse la frecuencia cardia ca: 99, 70, 90 y algunas veces 111 latidos. “Me preocupé y se lo dije a un médico que andaba por el pasillo, pero me respondió que eso era normal, que él estaba bien, que incluso estaba mejorando.
(…)
Luz se fue a su casa a la una de la mañana para darse un baño. Mientras esperaba que se calentara el agua, se acurrucó un rato con su hija. De pronto, sonó el celular. Era la tía de su esposo, que le avi saba que Julián se había puesto muy grave. Luz no podía creerlo. Sólo unas horas antes le habían asegurado que se encontraba estable. Mi nutos más tarde, su suegra le habló por teléfono. Eran las 3:05 de la madrugada: Julián había muerto.
Influenza: reveló lo mejor y lo peor del sistema
Al conocer la experiencia de Roger Chávez, uno no deja de preguntarse por qué, en medio de la contingencia sanitaria, en una de las instituciones más prestigiadas del país, mostrando él los síntomas de la influenza, no le prestaron mayor atención ni lo hospi talizaron. De manera absurda, su vida estuvo en riesgo por no recibir cuidado médico especializado a tiempo. ¿Cuántas historias como la de él se habrán suscitado?
El director del Centro Nacional de Vigilancia Epidemiológica y Control de Enfermedades (Cevanece), Pablo Kuri, observa que está demostrado que quienes reciben tratamiento en las primeras 48 horas tienen un mejor pronóstico que quienes llegan después. Mientras más tiempo transcurra sin que el enfermo sea atendido, mayores son las probabilidades de que su vida peligre. Eso, desde luego, lo sabía el INER, pero no actuó adecuadamente en el caso de Roger. Además, es claro que la doctora que no supo diagnosticar la enfermedad en Ro ger no tenía la capacitación o la información necesaria. Sin embargo, eso puede ser consecuencia de un sistema obsoleto y deficiente.
Muchos han señalado la urgencia de renovar el sistema público de salud, entre ellos el propio Kuri: “Hay que hacer un análisis del sis tema de salud. Hay que unificarlo; tenemos un sistema fragmentado, pues hay diversas instituciones proveedoras de salud. La portabilidad de los servicios debiera ser una aspiración; es decir, que independien temente de que estés asegurado en una u otra institución, a donde va yas te den el servicio y que sea de calidad”.
Según la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), a través de la recomendación general número 15 emitida en abril de 2009 y sustentada en el análisis de 11 mil 854 quejas sobre el derecho a la salud, los problemas más graves en clínicas y hospitales del país son la falta de médicos, especialistas, personal de enfermería, capaci tación, infraestructura hospitalaria, medicamentos y equipamiento.
A las fallas del sistema hay que sumar el burocratismo. “[Que] el personal médico pida vacaciones durante una contingencia me pare ce un sinsentido, pues en teoría los burócratas son trabajadores al ser vicio de la gente”, dice Emilo Álvarez Icaza Longoria. “Ubican por delante sus derechos.”
Cabe mencionar que desde dentro del sistema hay muchas perso nas que están conscientes de las fallas y proponen cambios estructu rales. Uno de ellos es el director general adjunto de Epidemiología, Hugo López-Gatell Ramírez, quien, en un encuentro sobre influenza celebrado en Cancún a principios de julio de 2009, reconoció que aunque con la influenza se logró avanzar hacia un sistema integrado de información epidemiológica, el sistema de vigilancia de México to davía tiene pendientes: “[Las] acciones concretas para fortalecerlo, desde mi punto de vista, incluyen: 1) el equipamiento tecnológico, la estructuración y el diseño de una red informática competente; 2) la formación de recursos humanos que tengan una visión analítica, capacidades y herramientas de conocimiento que permitan analizar la información para traducirla en recomendaciones de política pública de salud y 3) tener un sistema de calidad total, que permita confiar en la información y no nada más almacenarla sin saber si ésta es relevan te o no para la toma de decisiones”.
En el informe Influenza y gasto público en Salud, elaborado en mayo de 2009, Briseida Lavielle, investigadora de Fundar, Centro de Análisis e Investigación, apunta que otro aspecto de la fragilidad del sistema nacional de salud “es la incapacidad de respuesta de los siste mas estatales de salud, que no cuentan con centros estatales de vigi lancia epidemiológica y que, además, carecen de los procedimientos, equipo e infraestructura en el primer nivel de atención. Un sistema de salud en estas condiciones deja expuesta a la población”.
En ello coincide el investigador Gustavo Leal Fernández, de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), quien asegura que la crisis de influenza puso en evidencia el fracaso de la descentralización famosa de los servicios de salud, donde sólo el IMSS mostró capaci dad de respuesta, pese a las condiciones que guarda: “La epidemia mostró que no hay comunicación ni control de la Federación hacia los sistemas estatales, lo que explica la tardanza para notificar –cuando no hubo ocultamiento– a la Secretaría de Salud los casos con sospe cha de diagnóstico por influenza tipo A”.
Con todo, uno de los puntos favorables en estas circunstancias adversas fue que las autoridades tomaron ciertas decisiones adecuadamente. Al respecto, el punto de vista de los investigadores del ITESM es el siguiente: “El análisis detallado y las múltiples perspectivas que dieron forma a la política pública del actual gobierno mexicano relacionada con la epidemia de la influenza indican que sus decisiones fueron acertadas, pues ante la amenaza naciente de un virus nuevo, cuya mortalidad era desconocida hasta el momento, pero con el potencial de ser altamente transmisible y letal, sumado a la falta de pruebas diag nósticas y la escasez de medicamento, lo más sensato era proteger a la población para evitar el contagio.
“Sin embargo, si bien las decisiones pueden haber sido acertadas, […] hay quien no corrió con tan buen resultado. Como lo relatan las historias de este libro, la situación de mayor drama no la vivió la po blación o la sociedad en su conjunto, sino el paciente, el enfermo in dividual. Fue la persona infectada y su familia quienes sufrieron más a causa de la influenza, enfrentando una enfermedad con la carga a cuestas de un sistema de salud que opera deficientemente.
“Quienes sufrieron de la infección antes de que el sistema de sa lud se diera cuenta de la epidemia, y se comunicara públicamente que existía una situación de emergencia, fueron tratados en muchas oca siones como alguien que padece una mala gripe y se vieron sujetos de las deficiencias operativas ordinarias de la prestación de los servicios médicos en este país. Incluso, una vez detectada la epidemia y comu nicadas las instituciones prestadoras de servicios médicos, las defi ciencias de operación en el sistema de prestación de servicios no per mitieron adaptarse para brindar una atención adecuada.”
Sueños rotos
La familia Llorente no puede entender lo que hicieron con su pequeño hijo Tomás
No se preocupe, su hijo está bien. Una y otra vez los médicos del Hospital General de la Ciudad de México les aseguraron a Tomás Llo rente y a Nancy Martínez que su pequeño de dos años de edad estaba fuera de peligro. Pero en todas las ocasiones les mintieron.
No sólo rompieron los sueños y las ilusiones que la pareja había forjado para su hijo, llamado Tomás, como su padre, sino que dejaron al descubierto lo que para muchos es más que evidente: las graves fa llas del sistema público de salud en México, así como la indolencia y la falta de capacitación del personal, aun en los centros que supuesta mente son los más avanzados y preparados del país.
(…)
Nancy le dio Tempra a Tomás, y así le disminuyó la fiebre duran te cerca de cuatro horas, pero después ésta le volvió. Nuevamente le dio Tempra y, dado que no surtió efecto, le puso un supositorio de Febrax, gracias al cual el pequeño se estabilizó ese día, aunque se veía muy decaído, dejó de comer y dormía mucho. Al final, de nuevo tuvo fiebre. “Yo no lo veía bien”, recuerda Nancy, “no se me hacía que sólo fuera una gripa pasajera.” De modo que le dijo a su esposo que lo lle varan a un médico.
Como muchas familias en este país, Nancy y su esposo no cuen tan con ningún seguro médico, ni público ni privado. Están despro tegidas, vulnerables ante cualquier emergencia. No tuvieron más re medio que llevar a su hijo, al otro día, el miércoles 1 de abril, a un pediatra particular. Éste aseguró que se trataba simplemente de una infección de garganta.
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Vacaciones en el Hospital General
A pesar de que ese lunes el pequeño Tomás se estabilizó, en la maña na del martes le avisaron a Nancy que era urgente trasladarlo a un hospital que contara con terapia intensiva, ya que el niño seguía gra ve. Era vital someterlo a nebulizaciones, un procedimiento que con siste en administrar medicamentos en forma de vaporización por las vías respiratorias. Asimismo, era necesario ponerle oxígeno, entre otras medidas, y en la clínica del Dr. Franco no contaban con los me dios para todo ello.
Fue un día difícil. Nunca como en ese momento a los padres de Tomás les pesó tanto la falta de un seguro médico. Así que optaron por llevarlo a una institución que es uno de los pilares del sistema de salud público.
El martes 7 de abril, a eso de las 11:45 de la noche, llegaron al Hospital General. Los recibió un médico de apellido Estrada, que es taba en la guardia pediátrica, y les confirmó lo dicho en la clínica: el niño se encontraba muy grave a causa de una severa neumonía. De in mediato lo llevaron a terapia intensiva.
Pasaron tres, cuatro días, y el niño se mantuvo estable gracias a los cuidados y a los antibióticos suministrados. Sin embargo, por des gracia para el menor y su familia, y como una cruel ironía, esos días coincidieron precisamente con la Semana Santa. “No había médicos de base”, señala Nancy, “excepto una doctora Martínez, que era la médico de guardia durante vacaciones y fines de semana”.
El jueves, la doctora le dijo:
–Hoy vamos a llevar al niño a piso, a especialidades, porque ya está muy bien. Yo creo que en 15 días se lo puede llevar.
Entonces ocurrió la primera anomalía, pues no lo trasladaron a piso, sino hasta el viernes. La justificación que dieron en el hospital fue que no había camas disponibles. Ese fin de semana, el niño recayó.
(…)
En la mañana del sábado una enfermera se dirigió a ella:
–¿Por qué el niño tiene el tubo de nebulizaciones? ¿Por qué tie ne las puntillas de oxígeno?
–Ésa fue la indicación de la doctora Martínez –le respondió Nancy–, porque tiene dificultad respiratoria.
–Yo creo que es demasiado equipo –refirió la enfermera.
(..)
El 12 de abril, que fue Domingo de Resurrección, el niño empe zó a ponerse peor. Comenzó a tener mayores dificultades para respi rar. El lunes lo cambiaron a un cuarto aislado y le dijeron a Nancy que, en vista de que el niño había vuelto a recaer, no quedaba más re medio que intervenirlo, pues al parecer la sonda no estaba drenándo le el pulmón.
La operación se llevó a cabo el martes 14 de abril, y le cambiaron la sonda. Cuando terminó, la madre de Nancy se acercó a preguntar le al cirujano cómo había estado la intervención.
–Mire, señora, su nieto está muy grave –le contestó, sin la me nor consideración hacia la afligida abuela del niño–. Lo ingresaron muy grave. Yo creo que ya es muy tarde, y además tenía una sonda de porquería; la que traía es para alimentación.
(…)
“Me parece que todo esto es un mal sueño, porque hace un mes y medio todavía estaba bien. El 17 de marzo, dos semanas antes de que enfermara, le acabábamos de celebrar su cumpleaños. El niño es taba supercontento con sus juguetes, con su pastel, le tomamos vide os. A veces pienso que esto va a terminar, que voy a despertar y que el niño va a estar bien.”
“Lo extrañamos mucho”, concluye Nancy. “Somos una pareja jo ven, por lo que en un futuro nos gustaría tener otro hijo, aunque es tamos conscientes de que si llega otro bebé tendrá una personalidad completamente diferente. Tomás nunca se irá, nunca se podrá susti tuir. Siempre lo sentimos en la casa, está con nosotros.”
Derecho a la salud: puro discurso
El esposo de Luz Armida no tuvo ninguna oportunidad. La negligencia y la corrupción le arrebataron la vida.
Desde hace unas semanas, Daniela se ha desper tado varias veces a medianoche buscando a Julián, su papá. Ensimismada en su fantasía, se sienta en la orilla de la cama y se pone a platicar. En ocasiones sonríe y hasta juega con él.
Julián comenzó a sentirse mal el 11 de abril, precisamente el Sábado de Gloria. Tenía mucha fiebre, dolor de pecho y cefalea. Luz, su espo sa, consultó por teléfono a su médico de cabecera, Ismael Ovalle, de un hospital particular, quien le indicó algunos medicamentos con los que aparentemente Julián mejoró. El domingo, Luz también empezó con molestias: fiebre, tos y gripe. Preocupado, el lunes Julián la llevó con el doctor Ovalle; le diagnosticó una pequeña infección que desa pareció en un par de días. Sin embargo, el galeno notó que Julián es taba reteniendo líquidos y lo citó el jueves de esa misma semana para practicarle unos análisis. Pero el miércoles su estado de salud empeo ró súbitamente y Luz tuvo que llevarlo al Urgencias del Hospital Gustavo Baz, perteneciente al gobierno del Estado de México.
A pesar de que llevaba fiebre de 40 grados, no lo quisieron reci bir, pues argumentaron que “en un adulto la temperatura de 39 a 40 grados no se considera fiebre”. Pusieron como pretexto que lo tenía que valorar el médico y que dependía de él si lo admitían o no. Mien tras tanto, Julián esperaba tirado en el suelo. Después de varias horas regresaron a casa, porque en Urgencias nadie se dignó a examinarlo. Julián pasó toda la noche con fiebre muy alta.
(…)
A las 10 de la noche, Luz recibió un pase para verlo. Estaba dormi do. En el monitor que estaba al lado podía verse la frecuencia cardia ca: 99, 70, 90 y algunas veces 111 latidos. “Me preocupé y se lo dije a un médico que andaba por el pasillo, pero me respondió que eso era normal, que él estaba bien, que incluso estaba mejorando.
(…)
Luz se fue a su casa a la una de la mañana para darse un baño. Mientras esperaba que se calentara el agua, se acurrucó un rato con su hija. De pronto, sonó el celular. Era la tía de su esposo, que le avi saba que Julián se había puesto muy grave. Luz no podía creerlo. Sólo unas horas antes le habían asegurado que se encontraba estable. Mi nutos más tarde, su suegra le habló por teléfono. Eran las 3:05 de la madrugada: Julián había muerto.
Influenza: reveló lo mejor y lo peor del sistema
Al conocer la experiencia de Roger Chávez, uno no deja de preguntarse por qué, en medio de la contingencia sanitaria, en una de las instituciones más prestigiadas del país, mostrando él los síntomas de la influenza, no le prestaron mayor atención ni lo hospi talizaron. De manera absurda, su vida estuvo en riesgo por no recibir cuidado médico especializado a tiempo. ¿Cuántas historias como la de él se habrán suscitado?
El director del Centro Nacional de Vigilancia Epidemiológica y Control de Enfermedades (Cevanece), Pablo Kuri, observa que está demostrado que quienes reciben tratamiento en las primeras 48 horas tienen un mejor pronóstico que quienes llegan después. Mientras más tiempo transcurra sin que el enfermo sea atendido, mayores son las probabilidades de que su vida peligre. Eso, desde luego, lo sabía el INER, pero no actuó adecuadamente en el caso de Roger. Además, es claro que la doctora que no supo diagnosticar la enfermedad en Ro ger no tenía la capacitación o la información necesaria. Sin embargo, eso puede ser consecuencia de un sistema obsoleto y deficiente.
Muchos han señalado la urgencia de renovar el sistema público de salud, entre ellos el propio Kuri: “Hay que hacer un análisis del sis tema de salud. Hay que unificarlo; tenemos un sistema fragmentado, pues hay diversas instituciones proveedoras de salud. La portabilidad de los servicios debiera ser una aspiración; es decir, que independien temente de que estés asegurado en una u otra institución, a donde va yas te den el servicio y que sea de calidad”.
Según la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), a través de la recomendación general número 15 emitida en abril de 2009 y sustentada en el análisis de 11 mil 854 quejas sobre el derecho a la salud, los problemas más graves en clínicas y hospitales del país son la falta de médicos, especialistas, personal de enfermería, capaci tación, infraestructura hospitalaria, medicamentos y equipamiento.
A las fallas del sistema hay que sumar el burocratismo. “[Que] el personal médico pida vacaciones durante una contingencia me pare ce un sinsentido, pues en teoría los burócratas son trabajadores al ser vicio de la gente”, dice Emilo Álvarez Icaza Longoria. “Ubican por delante sus derechos.”
Cabe mencionar que desde dentro del sistema hay muchas perso nas que están conscientes de las fallas y proponen cambios estructu rales. Uno de ellos es el director general adjunto de Epidemiología, Hugo López-Gatell Ramírez, quien, en un encuentro sobre influenza celebrado en Cancún a principios de julio de 2009, reconoció que aunque con la influenza se logró avanzar hacia un sistema integrado de información epidemiológica, el sistema de vigilancia de México to davía tiene pendientes: “[Las] acciones concretas para fortalecerlo, desde mi punto de vista, incluyen: 1) el equipamiento tecnológico, la estructuración y el diseño de una red informática competente; 2) la formación de recursos humanos que tengan una visión analítica, capacidades y herramientas de conocimiento que permitan analizar la información para traducirla en recomendaciones de política pública de salud y 3) tener un sistema de calidad total, que permita confiar en la información y no nada más almacenarla sin saber si ésta es relevan te o no para la toma de decisiones”.
En el informe Influenza y gasto público en Salud, elaborado en mayo de 2009, Briseida Lavielle, investigadora de Fundar, Centro de Análisis e Investigación, apunta que otro aspecto de la fragilidad del sistema nacional de salud “es la incapacidad de respuesta de los siste mas estatales de salud, que no cuentan con centros estatales de vigi lancia epidemiológica y que, además, carecen de los procedimientos, equipo e infraestructura en el primer nivel de atención. Un sistema de salud en estas condiciones deja expuesta a la población”.
En ello coincide el investigador Gustavo Leal Fernández, de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), quien asegura que la crisis de influenza puso en evidencia el fracaso de la descentralización famosa de los servicios de salud, donde sólo el IMSS mostró capaci dad de respuesta, pese a las condiciones que guarda: “La epidemia mostró que no hay comunicación ni control de la Federación hacia los sistemas estatales, lo que explica la tardanza para notificar –cuando no hubo ocultamiento– a la Secretaría de Salud los casos con sospe cha de diagnóstico por influenza tipo A”.
Con todo, uno de los puntos favorables en estas circunstancias adversas fue que las autoridades tomaron ciertas decisiones adecuadamente. Al respecto, el punto de vista de los investigadores del ITESM es el siguiente: “El análisis detallado y las múltiples perspectivas que dieron forma a la política pública del actual gobierno mexicano relacionada con la epidemia de la influenza indican que sus decisiones fueron acertadas, pues ante la amenaza naciente de un virus nuevo, cuya mortalidad era desconocida hasta el momento, pero con el potencial de ser altamente transmisible y letal, sumado a la falta de pruebas diag nósticas y la escasez de medicamento, lo más sensato era proteger a la población para evitar el contagio.
“Sin embargo, si bien las decisiones pueden haber sido acertadas, […] hay quien no corrió con tan buen resultado. Como lo relatan las historias de este libro, la situación de mayor drama no la vivió la po blación o la sociedad en su conjunto, sino el paciente, el enfermo in dividual. Fue la persona infectada y su familia quienes sufrieron más a causa de la influenza, enfrentando una enfermedad con la carga a cuestas de un sistema de salud que opera deficientemente.
“Quienes sufrieron de la infección antes de que el sistema de sa lud se diera cuenta de la epidemia, y se comunicara públicamente que existía una situación de emergencia, fueron tratados en muchas oca siones como alguien que padece una mala gripe y se vieron sujetos de las deficiencias operativas ordinarias de la prestación de los servicios médicos en este país. Incluso, una vez detectada la epidemia y comu nicadas las instituciones prestadoras de servicios médicos, las defi ciencias de operación en el sistema de prestación de servicios no per mitieron adaptarse para brindar una atención adecuada.”
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