25 de Noviembre:
Día Internacional de la Eliminación de la Violencia
contra la Mujer
contra la Mujer
Aprendí a quererme una tarde de golpe.
Cuando de un bofetón de vida aterricé en mis pieles.
Cuando por fin noté que desperté en laureles.
Esperaba encontrarme completa encontrándome en otros.
Como si pies y manos me sobraran porque no los usaba,
porque los caminaban y llevaban prestados esos otros.
Me miraba al espejo, tan completa, y si no me faltaba la rodilla,
me faltaba la risa, o la costilla, que se quedaba en la brisa de algún desconocido,
conocido de prisa.
Si pensaba en mi vida me ponía entre las ruinas del amor que robó mi corazón, y me entraba la total desazón de saberme en el pecho, con el consabido hueco sin reparación. Aprendí a quererme, una tarde de huida de aflicciones, cuando un trozo de mi ser corría, dejándose el pellejo, porque no le quitaran lo que más le dolía…Sus dolores.
Me creí muerta de cuerpo para arriba, como si el alma me la hubieran quitado y arrancado de cuajo, y deambulara perdida, tan vacía, mezclada en el barullo de la vida. Aprendí a quererme en un viejo café mientras tragaba a sorbos, mi dignidad recién batida.
Había pedido al camarero mezclar mis esperanzas rotas, con el zumo de una naranja amarga y el tallo de un apio desabrido. Una cucharada de aterrizar la realidad, era fundamental, para que el batido tuviera un punto de verdad. Después me supo amargo, pero dulce. Empecé a degustarme las entrañas.
Me recordé cuando nací tan nueva y virgen. Tan sin preguntas, sin futuros, ni caminos. Tan sin fríos, sin amores, ni dolores. Tan sin deberes, lesiones ni desilusiones. Y me volvía a nacer saltándome las reglas. Me volví a descubrir la que tenía. Me volví a construir entre las ruinas. Encontré mis cimientos y mis vigas.
Despejé el corazón de los tormentos fríos. Me descubrí los ojos de las vendas, y me empapé con luz de sus ventanas mías. Me dejé de mirar por los que “más me amaban”, para empezar a verme y a quererme con mis ojos…
Para empezar a amarme con mis ojos.
Ángela Becerra (colombiana)
Cuando de un bofetón de vida aterricé en mis pieles.
Cuando por fin noté que desperté en laureles.
Esperaba encontrarme completa encontrándome en otros.
Como si pies y manos me sobraran porque no los usaba,
porque los caminaban y llevaban prestados esos otros.
Me miraba al espejo, tan completa, y si no me faltaba la rodilla,
me faltaba la risa, o la costilla, que se quedaba en la brisa de algún desconocido,
conocido de prisa.
Si pensaba en mi vida me ponía entre las ruinas del amor que robó mi corazón, y me entraba la total desazón de saberme en el pecho, con el consabido hueco sin reparación. Aprendí a quererme, una tarde de huida de aflicciones, cuando un trozo de mi ser corría, dejándose el pellejo, porque no le quitaran lo que más le dolía…Sus dolores.
Me creí muerta de cuerpo para arriba, como si el alma me la hubieran quitado y arrancado de cuajo, y deambulara perdida, tan vacía, mezclada en el barullo de la vida. Aprendí a quererme en un viejo café mientras tragaba a sorbos, mi dignidad recién batida.
Había pedido al camarero mezclar mis esperanzas rotas, con el zumo de una naranja amarga y el tallo de un apio desabrido. Una cucharada de aterrizar la realidad, era fundamental, para que el batido tuviera un punto de verdad. Después me supo amargo, pero dulce. Empecé a degustarme las entrañas.
Me recordé cuando nací tan nueva y virgen. Tan sin preguntas, sin futuros, ni caminos. Tan sin fríos, sin amores, ni dolores. Tan sin deberes, lesiones ni desilusiones. Y me volvía a nacer saltándome las reglas. Me volví a descubrir la que tenía. Me volví a construir entre las ruinas. Encontré mis cimientos y mis vigas.
Despejé el corazón de los tormentos fríos. Me descubrí los ojos de las vendas, y me empapé con luz de sus ventanas mías. Me dejé de mirar por los que “más me amaban”, para empezar a verme y a quererme con mis ojos…
Para empezar a amarme con mis ojos.
Ángela Becerra (colombiana)
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