4/08/2010

Cruzar la frontera

Adolfo Sánchez Rebolledo

Dice Mike Davis, el autor de Ciudad de cuarzo y gran conocedor de nuestra frontera norte, que la inmigración latina en Estados Unidos, a diferencia de la que llegó a ese país en el pasado, hoy se enfrenta a un continunn geopoíitico donde ya no se habla de migración, sino de seguridad. Éste es el gran cambio ocurrido en Estados Unidos, cuyas consecuencias estamos lejos de aquilatar por lo que a nosotros respecta. La construcción de un muro a lo largo de la línea que separa a ambos países, la aplicación de tecnologías de guerra para localizar a inmigrantes, el desplazamiento de tropas y aun la formación de milicias civiles para cazar a los sin papeles, unidas a los efectos de la crisis económica, la fuga de capitales y empleos hacia China y el aumento generalizado de la violencia en todos los puntos de cruce, concurren para transformar el modo cómo se cruza la frontera desde México.

Numerosos reportajes periodísticos dan cuenta de los riesgos letales que deben superar los audaces que se aventuran a territorio estadunidense, agudizando el ingenio acicateado por la necesidad, pero también ilustran los efectos desastrosos que la presión combinada de la recesión y el control ejerce sobre una población que ha quemado todas sus naves para irse al otro lado. Antes –recuerda Davis– se iba primero a buscar a algún emprendedor que supiera cómo cruzar. Le pagabas y él te pasaba; los había a cientos. Pero la militarización de la frontera ha dejado vía libre a los cárteles de la droga, organizados en multinacionales. Si eres muy pobre, ya no te puedes permitir cruzar. Antes, cuando conseguías cruzar, era un poco como los trabajos al servicio de la comunidad, vendías naranjas en Los Ángeles durante tres meses para devolver el dinero. Ahora a la gente se le pide que transporte droga…

La guerra contra el terrorismo, la guerra contra la droga o el arsenal de seguridad forman parte de una mecánica enmarañada, que se ha vuelto increíblemente lucrativa. El pollero tradicional es sustituido por organizaciones empresariales con recursos y contactos como para ejercer el negocio en gran escala corrompiendo a autoridades de ambos países. Los cárteles cobran derecho de piso e imponen sus condiciones en zonas donde no existe otro poder que el suyo. Para los que no pueden pagar sus servicios, los informes periodísticos abundan en descripciones de las modalidades que los narcotraficantes metidos a polleros utilizan para trasladar la droga aun sin el conocimiento de sus víctimas, que no pocas veces pagan con su vida. El bloqueo de la frontera intenta dificultar el paso de la droga a Estados Unidos, pero fomenta la venta y el consumo fronterizos, atendiendo a la población flotante que llega del interior del país y de Centroamérica para quedarse, engrosando los núcleos marginales de población donde las mafias reclutan a sus ejércitos de sicarios, halcones y vendedores. Poco a poco, las ciudades fronterizas (y otras regiones donde la hegemonía de los cárteles se refuerza) son testigos de la aparición de una suerte de doble poder, sin duda favorecido por la corrupción de las instituciones policiales y de justicia, por la nulidad de los gobernantes y la falta de visión de las autoridades federales para comprender a tiempo el cambio que se estaba produciendo ante sus ojos.

Cuando las cosas estallaron de manera brutal en el gobierno de Fox, la reacción, al igual que ahora, fue aplicar la fuerza del Estado para suprimir los brotes delicuenciales, sin reconocer la dimensión social y aun global del problema. Con sorna fueron recibidas las críticas que insistían en la urgencia de recuperar el crecimiento económico para mitigar los extremos de la desigualdad en el país para atacar la oleada delictiva. El desempleo, la miseria de millones no lleva al delito, se afirmaba con soberbia y las políticas sociales se desestimaron casi por inútiles en esta tarea. Todo se centró en la idea del combate, sin tomar en cuenta que los instrumentos del Estado estaban ya en manos de sus adversarios; aun así la visión culturalista prevaleció con sus mensajes contra las drogas, en pro de la familia y una noción de la legalidad que sólo existe en los libros o en la imaginación de los juristas más decentes. Años valiosos se perdieron por la incapacidad de entender que el problema del narcotrático en México, más allá de su gravedad y peculiaridades, no se puede sustraer de una realidad más amplia y crítica que es resultado del anómalo proceso de exclusión, polarización y desigualdad al que nos ha conducido la aplicación de la estrategia neoliberal que sigue en curso.

Y en este punto vuelvo a Davis, pues él ha percibido con claridad el surgimiento de las nuevas ciudades miseria que se han convertido en escenarios de inéditas luchas por el poder entre actores inesperados. En los países del tercer mundo, allí donde se han debilitado las capacidades de inversión del Estado, se desarrolla una hemorragia de poderes: la gente se vuelve hacia modos alternativos de gobierno. Más allá de todo el mal que causan, veamos qué papel desempeñan las redes de traficantes de droga o las bandas de todos los géneros en el mantenimiento del orden, y de modo más general, en la estructuración de lo cotidiano en las favelas de Río de Janeiro, allí donde la policía de todos modos no interviene.

Esta pretensión de convertirse en Estado está en la base del funcionamiento de organizaciones como La Familia, pero también en la asimilación para la delincuencia organizada de las pandillas binacionales que agrupan a miles de jóvenes en Ciudad Juárez. En esas circunstancias, observadores como Davis no se hacen ilusiones respecto del futuro próximo: Yo creo que la guerra urbana y las guerras entre bandas van a convertirse en un problema de importancia geopolítica. Los antiguos modelos para mantener el orden son ineficaces en las ciudades miseria: imposible desestabilizar una red anárquica e invertebrada de ciudades miseria, en las que no hay centrales eléctricas ni infraestructuras, tal como se reprimía una revuelta en una vieja capital como Belgrado. Intente además cargar y sus tropas se verán diezmadas. Se ha hecho un esfuerzo colosal para comprender este nuevo terreno de guerra en el que está a punto de convertirse la ciudad miseria.

Reforma migratoria,
¿y luego?


Matteo Dean


Es placentero cada vez que se escucha de migrantes y sus respectivas organizaciones en la movilización. Sus derechos y libertades son cuestión que atañe a la sociedad en su conjunto y por esto es preciso apoyar desde otros espacios de la sociedad sus reivindicaciones y felicitar el esfuerzo constante y nunca rendido de su camino de liberación.

Es así que en estas semanas, el debate y la movilización acerca de la anhelada y apremiante reforma migratoria en Estados Unidos captura nuestra atención. Dejando a un lado el debate meramente legal y legislativo que cruza los pantanos parlamentarios y las nieblas de los intereses cruzados, creemos importante dirigirnos al movimiento social que apoya dichas movilizaciones tanto en Méxioc como en el país vecino.

Por su composición y amplitud es difícil hoy discernir quién es quién en el movimiento de solidaridad con la lucha migrante. Y ahora no es importante esa diferenciación, pues hoy el movimiento está unido en la persecución de un objetivo tan importante como esencial, esto es, la reforma migratoria que permita a al menos 12 millones de ciudadanos salir de la invisibilidad, la precariedad del derecho, el chantaje, la amenaza y la incertidumbre. También es importante subrayar olvidos, omisiones y riesgos que conlleva dicha reforma migratoria.

Ante todo es preciso advertir los riesgos de apoyar una reforma que si bien contempla una salida de regularización –por más difícil y perversa que resulte–, viene con una serie de medidas represoras de primer nivel. Es, por un lado, la cédula biométrica –última frontera tecnológica del control social–; por otro, la militarización ulterior de la frontera. Si no fuera suficiente, la propuesta de reforma migratoria no considera ninguna medida que ataque el grave y urgente problema del racismo creciente en la sociedad estadunidense. Una reforma seria debería poner el tema de la discriminación en el centro del debate, ya que es el meollo del asunto, pues no hay derecho que sea válido ni practicable en una sociedad racista.

Y, sin embargo, éstos siguen siendo problemas aún menores. Porque cualquier propuesta de reforma migratoria que se pueda plantear en Estados Unidos seguirá siendo limitada, parcial y hasta inútil si no ataca el problema con perspectiva distinta. Por lo anterior, propuestas como las recientemente presentadas u otras discutidas en el pasado seguirán siendo reformas y leyes migratorias compatibles con el actual sistema productivo y económico, mismo que es la principal causa de las corrientes migratorias que tanto asustan a los países ricos.

Un aspecto fundamental, por ejemplo, resulta la división arbitraria entre migrantes residentes –aunque ilegalmente– y migrantes que se desplazan. Es absurdo observar el silencio alrededor de esta diferenciación que los gobiernos se preocupan por mantener y que, por el contrario, deberían presentar como un asunto medular en cualquier movimiento migrante o en solidaridad con ellos que quiera ser digno de tal nombre. No es posible insistir en separar a los pocos afortunados que lograron cruzar desiertos, mares, montañas, ciudades y fronteras; de los muchos que lo anhelan, pero que aún no lo tienen.

Una verdadera reforma migratoria no puede contemplar la regularización sólo de quienes ya vivan en el territorio de llegada; sino que tiene que considerar nuevas, modernas (ahora sí), eficientes, justas y equitativas formas de ingreso legal al país de llegada. Salvar a unos para condenar a la mayoría es lo que siempre se hace. ¡Que al menos esta vez no se haga con el beneplácito de las organizaciones migrantes!

Otro punto importante, más en el contexto específico de Estados Unidos, es la cuestión de los refugiados. Que el fenómeno resulte más importante del otro lado del mundo no significa que Washington no deba asumir las consecuencias de las guerras, contaminaciones, desastres, etcétera, que se ha preocupado de exportar por el globo. El tema de los refugiados, por la cantidad de personas en ese estado y por las causas de dicha situación, debería ser también incluido en la reforma migratoria, mediante la construcción de mecanismos de acogida, ayuda, apoyo, de los millones de ciudadanos que padecen no sólo la pobreza, sino la necesidad de abandonar un territorio por la ausencia de condiciones para la salvaguarda de la misma vida.

Por último, es importante mencionar que una verdadera reforma migratoria debería hacerse cargo de romper de una vez por todas esa extraña, aunque muy de moda relación arbitraria entre permanencia legal en un territorio y relación de trabajo. El supuesto según el cual un migrante tiene derecho a quedarse sólo en virtud de una relación laboral es tan antiguo que ya nadie se atreve a cuestionarlo. Y, al contrario, en el panorama de la crisis económica y laboral, en el horizonte del cambio de paradigma productivo, de flexibilidad laboral, de precariedad del puesto de trabajo; con todo lo anterior es preciso que una reforma migratoria verdadera cuestione este falso axioma de la ciudadanía para extranjeros y conceda plenos derechos al migrante por el sencillo hecho de ser ciudadano de este mundo.

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