5/29/2010

Testimonio de Valentina Rosendo Cantú ante la CoIDH

“A mí no me queda más que seguir luchando”, frente a la negación de justicia

Anayeli García Martínez, enviada especial

San José, Costa Rica, 28 may 10 (CIMAC).- “Siento coraje porque vine hasta acá y aún así el Estado mexicano no me cree. Me escucharon, pero dicen que no es verdad lo que me pasó” expresa indignada Valentina, indígena tlapaneca que ayer compareció en esta ciudad ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CoIDH).

Es la primera vez que Valentina viaja a Costa Rica, y se ve que la embarga una sensación de alegría pero también de coraje, sabe que aunque su testimonio fue privado no se quedó en la pequeña sala de este edifico blanco, ahora el mundo sabe que acudió a este país centroamericano para denunciar la violación que sufrió a manos de dos soldados, hace ocho años.

También se le ve cansada, desde las nueve de la mañana llegó a la CoIDH para sentarse frente a los jueces, la comitiva mexicana, sus abogados y representantes de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). En ese momento estaba tranquila, sólo tenía que jurar decir la verdad con todo “honor y conciencia”; y así lo hizo.

Fue entonces cuando comenzó a relatar una historia de impunidad, que se inició el 16 de febrero de 2002, cuando estaba en un arroyo –cerca de su casa en Barranca Bejuco, estado de Guerrero- lavando la ropa de su hija de tres meses, y la de su esposo, cuando fue amenazada, golpeada y violada por dos soldados del 41 Batallón de Infantería del Ejército mexicano, mientras seis mas observaban.

Continuó su narración ante la mirada atenta de los ocho jueces, encabezados por el presidente de la Corte, el peruano Diego García Sayán. Valentina mencionó que ellos fueron muy amables, la escucharon y le hicieron algunas preguntas, querían saber detalles de lo sucedido: cómo eran los soldados, cómo vestían, a qué clínica asistió, cómo llegó hasta el Ministerio Público, cuánto tiempo se tardó; esos pormenores que ilustran ocho años de su lucha por justicia.

Ella respondió sin titubeos, sus abogados dicen que fue enfática y contundente, tuvo cerca de 20 minutos para describir su caso, luego siguió el interrogatorio por parte de los presentes. La comitiva del Estado mexicano no pregunto nada, “fue porque dije la verdad, no dije mentiras”, dice Valentina, y ante eso nadie objetó nada.

VALENTINA SE CONVIRTIÓ EN LA AMENAZA

Al término del testimonio de Valentina, los jueces dejaron entrar al público para escuchar a Hipólito Lugo Cortez, visitador de derechos humanos que la acompañó durante su denuncia, sus palabras también fueron certeras, dio fe de lo que observó cuando las autoridades negaron los servicios de salud y de procuración de justicia.

Mientras él hablaba, los jueces escuchaban, los representantes del Estado mexicano comentaban en voz baja y los abogados hacían anotaciones. La sala estaba repleta pero aún así había silencio. Al terminar este testimonio, siguió la perito Roxana Arroyo Vargas quien hizo evidente la violencia de género que sufrió Valentina.

Esta violación le costó la tranquilidad, su familia, su cultura y forma de vida, hoy reside en un lugar lejano de Guerrero, donde no le puedan hacer daño, pero además porque desde que se convirtió en la “mujer de los guachos” también se volvió la amenaza para su comunidad, así lo expresa la experta.

Nuevamente, los representantes del Estado mexicano deciden no hacer preguntas, pero cuando intervienen para dar a conocer sus alegatos, afirman que no se acreditó la violación sexual por parte de militares. “En ese momento sentí ganas de levantarme y decirles que mentían”, dice Valentina con un gesto de rabia en su rostro.

Pero no lo hizo: “por respeto”. Ella sólo escuchó y observó, al final salió un tanto contenta, quizás sólo tranquila. Eran las cinco de la tarde, había llovido y en el aire se mezclaba la humedad con el calor de esa zona tropical, Valentina cree que “lo último que queda es la esperanza”, y piensa que aún se puede hacer justicia.

Cuando comenzó este largo camino muchos la abandonaron, hasta su esposo, los medios no la conocían, pero hoy saben que existe y que su caso revela la impunidad militar, la discriminación y la violencia que el Estado ejerce contra las mujeres.

Quizás no hubiera llegado hasta Costa Rica, pero lo hizo para proteger a su hija y a su comunidad. “No me queda más que seguir luchando, lo hice por ella, cuando abusaron de mí, no sentía ganas de vivir, pero cuando veía a mi hija, lloramos juntas y luchamos juntas”, expresa.

Este es un caso emblemático de las violaciones a derechos humanos, dicen los abogados, y las personas lo reafirman, salen comentando lo sucedido. Para Valentina, quedaron atrás las togas de los jueces y el recinto que resguarda 35 banderas de los países miembros de la Organización de Estados Americanos, ella ahora debe seguir adelante.

Esta es la segunda vez que el Estado mexicano comparece ante el tribunal internacional por el caso de la violación sexual contra una mujer indígena por parte de elementos castrenses, el primero fue el de Inés Fernández Ortega. Pero en esta ocasión Valentina compareció y aunque no estuvo presente en la escuela de su hija para firmar sus calificaciones, sabe que valió la pena.

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