4/25/2012

El fracaso de una obsesión




Ricardo Rocha

Acierta el doctor en su diagnóstico: la drogadicción es la más grave de las enfermedades de nuestro cuerpo social. Otras son la pobreza, el hambre y todas las secuelas derivadas de la desigualdad dominante en uno de los países más desiguales del planeta.

Pero el dictamen de José Narro Robles, rector de nuestra UNAM, es todavía más severo: la actual política del Gobierno federal contra el consumo de drogas ha fracasado; no funciona como sería deseable; en consecuencia hay que hacer cambios. Textualmente Narro señala que “la actual política no ha conseguido reducir la producción ni el consumo de estupefacientes en México y en el mundo; todas las estadísticas, según encuestas nacionales, los datos epidemiológicos duros apuntan a que el problema va en aumento”. La prueba más dura es que en tan sólo 25 años, se ha duplicado el número de adictos en este país. Un dato estremecedor por sí mismo.

Todas estas argumentaciones y estadísticas se debaten ahora mismo en el Foro Internacional sobre Políticas de Regulación del Consumo de Drogas, organizado por nuestra UNAM y derivado de la Conferencia Internacional sobre Seguridad y Justicia en Democracia en donde se estableció precisamente la necesidad de una convocatoria como la de ahora: un gran debate con los diversos sectores de la sociedad sobre la conveniencia de continuar con un enfoque prohibicionista sobre el consumo de drogas y el énfasis preponderantemente policial de esta guerra. El doctor Narro fue muy contundente al afirmar, desde ya, que “el control de las adicciones debe enfocarse como un problema de salud pública donde el foco de atención sea la persona y no la sustancia; donde se entienda que se trata de un complejo problema de salud y no de orden delincuencial, menos de algo sólo moral”.

El propio rector arroja nuevas luces a esta problemática de oscuridades al afirmar que “el debate sobre la despenalización de las drogas no se trata sólo de un sí o un no”. Luego, con enorme lucidez plantea la necesidad de un debate serio y desprovisto de prejuicios para dirimir preguntas torales: ¿legalizar qué?, ¿el consumo, la comercialización, la producción de qué?, ¿en dónde?, ¿con qué límites?, ¿de qué manera?, ¿cómo habremos de navegar esa transición?

Lo que se anticipa desde ahora es el imperativo por debatir las políticas públicas que se sustentan preferentemente en la criminalización de los consumidores de drogas y que lo único que han ocasionado son el enfrentamiento entre y contra las bandas de narcotraficantes. Una mal llamada estrategia que no ha podido detener ni el tráfico ni el consumo, y que en cambio ha dejado ya 60 mil muertos y un luto desalentador en gran parte del país.

Por lo que ahora es más válido que nunca debatir por fórmulas incruentas como la prevención y las posibilidades de la regulación. Hay por supuesto otros aspectos fundamentales como los jurídicos y los financieros inherentes al mercado de las drogas. Un negocio gigantesco que basa sus ganancias estratosféricas y su poder corruptor precisamente en el clandestinaje.

Ahora mismo, trabajan un centenar de expertos europeos y latinoamericanos, incluidos los mexicanos, que en una veintena de mesas habrán de discutir el tema fundamental de la convocatoria: un debate serio e integral sobre la regulación del consumo de drogas. Un esfuerzo plausible y una postura admirable y valiente la del rector Narro, porque cuestiona severamente la obsesiva e inamovible postura oficial que tanta sangre ha derramado además de quitarle a la nación un tiempo precioso. Porque no por vez primera hemos planteado un ejercicio muy sencillo: de cada 10 horas, cuántas ha dedicado el Presidente Calderón y su gabinete a su guerra contra el narco, cuántas a su prometida creación de empleos, a mejorar la educación, a impulsar el desarrollo económico, a incentivar el mercado interno, a tantas y tantas tareas pospuestas por una guerra que partió de una legitimación mal entendida y se convirtió en un laberinto sin salida.

Una vez más que quede claro. No se trata de evadir el combate al crimen organizado. Lo que se cuestiona es el método que ni a estrategia llega.

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