2/12/2013

La manosearon porque traía minifalda, la acosaron por su culpa, la violaron porque le gusta y la mataron por puta. De cuando las mujeres somos 'culpables' de la violencia


 


Foto: Brenda Ayala


Por Raquel Ramírez Salgado
Feminista, con Maestrí en Comunicación por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM

La autora, además de contar una breve historia de violencia de género difundida por un periódico sensacionalista, relata su experiencia personal sobre cómo el feminismo le ha dado las herramientas necesarias para detectar la violencia a tiempo, porque la culpa es una argucia patriarcal. 

Realizado el monitoreo que hago a diario a distintos medios de comunicación masiva, encontré una página llamada La Policiaca, cuyo slogan es "La Nota Roja de México", y debo confesar que no encontré nada fuera de lo común con relación a los contenidos, es decir, la representación de las mujeres es sexista, misógina, pero lo que sí llamó mi atención fueron los comentarios de los lectores (sí, en masculino porque son hombres quienes en la mayoría de las veces emiten su opinión sobre la nota en cuestión), por ejemplo, sobre un texto que relataba el feminicidio de Flor Esthela Reyes a manos de su ex marido, Neftalí Martínez Garza, cinco lectores afirmaron que ella merecía ser asesinada por "andar de golfa" y de "calenturienta", lo cual deja en evidencia que la violencia de género contra las mujeres es considerada como un ejercicio legítimo, para castigar a todas aquellas que a los ojos del poder patriarcal nos atrevemos a dejar de ser "buenas".

Pero, además de la legitimidad, pareciera que ser víctima de violencia de género tiene todo un proceso de meritocracia misógina, es decir, no importa cuál sea la razón, para el patriarcado, las mujeres y las niñas siempre seremos merecedoras de un castigo, de un escarmiento, o, en todo caso, somos "culpables" porque con nuestra ropa, nuestros gestos y comportamiento "provocamos" a los hombres, despertamos sus "instintos violentos y sexuales".

Como ya lo he escrito en repetidas veces, la ética feminista me ha enseñado a buscar en mi propia experiencia hallazgos de lo que la teoría feminista sostiene y para seguir con esta acción de revisión e introspección, me doy cuenta de que he sido responsabilizada de la violencia contra mí, sólo que reconozco, al mismo tiempo, que el feminismo me ha dado herramientas para ser mucho más perspicaz y asertiva. He aquí por qué lo afirmo.

Gracias a la sororidad de dos amigas y queridas maestras feministas conseguí un trabajo free lance, justamente para desarrollar marcos teóricos con perspectiva de género. Una vez que terminé lo solicitado, el individuo que me contrató me citó para pagarme. Como él no había comido, me pidió ir a algún restaurante y así platicar con mayor libertad sobre un proyecto en el que me incluiría; lo irónico del caso es que se trataba de trabajar con mujeres víctimas de violencia de género. Después de platicar por dos horas, estaba muy entusiasmada, pero era tarde, así que debía irme ya. Él se ofreció a llevarme a alguna estación del metro y acepté, no había nada qué temer, era un conocido de personas confiables para mí, profesor y estaba "convencido" sobre la igualdad entre mujeres y hombres. Circulábamos por el centro de la ciudad, de repente, recibió una llamada y la atendió, por lo que pasó de largo la entrada de la estación donde yo bajaría; ahora pienso si en verdad eso fue tan sólo un descuido o fue completamente un acto calculado. Tras decirle que necesitaba bajar para retomar mi ruta, se ofreció a llevarme hasta mi destino, de nuevo, acepté. Nada por qué sentirme angustiada, al contrario, podríamos seguir platicando sobre el citado proyecto.

Finalmente, estaba afuera de casa, era momento de despedirme, estaba cansada, era casi media noche. Me acerqué para despedirme, él me abrazó y me dio un beso en la mejilla, nada raro ni incómodo hasta que llegó el segundo y el tercer beso; me tomó fuertemente y me costó trabajo zafarme, sentí temor, intranquilidad, aunque estaba al pendiente de que no me manoseara o hiciera algo peor, y es que esa cercanía tan asquerosa e injusta me recordó cuando en 2010 renuncié a mi puesto como profesora de una preparatoria ubicada en el Estado de México: el dueño se las "ingenió" para que yo volviera por mi finiquito a su oficina a la hora de la comida, cuando no había nadie, para intentar besarme y tocarme los senos; la huella de la violencia es triste e indignantemente toda una experiencia pedagógica de supervivencia para las mujeres.

Tomé fuerza y lo aparté, mostré mi incomodidad, pero descendí rápidamente de su carro, sólo quería salir; mientras eso sucedía, otra vez sus atrevimientos patriarcales hicieron presencia: jaló mi mano y la besó y me agradeció por mi "luminosa y hermosa compañía". Retiré mi mano, hice ver que no me sentía cómoda con su actitud, cerré la puerta y salí corriendo. Continuó el acoso, ya que casi a la una de la mañana me mandó un mensaje por celular donde, de nuevo, me agradecía mi "luminosa y hermosa presencia"; me enojé aun más, este tipo no conocía el significado del NO, de los límites, del respeto. El fin de semana me llamó para confirmar nuestra siguiente cita, pero no le contesté, el asco y el enojo no me lo permitieron. Tuve que salir de viaje a la sierra de Puebla, donde no había señal de celular, así que debía buscar algún medio para de inmediato dejarle claro que no deseaba estar cerca de él bajo ningún tipo de relación. Expuse en un correo electrónico todos mis puntos, mis incomodidades, mi negativa a trabajar con él o de ser su amiga y sobre todo, evidenciar su falta de coherencia, su machismo y su ignorancia sobre lo que es la violencia de género contra las mujeres. Esperaba su respuesta, la típica de un hombre que cree que tiene el derecho legítimo de ser violento: resultó que yo tenía la culpa de todo porque había permitido que a "altas horas de la noche" me llevara a casa; tuvo la audacia de afirmar que él trabajaba y viajaba con mujeres brillantes y maduras (no como yo), y que jamás había tenido problema alguno con ellas, sólo conmigo, que soy una "desviada", una "loca" que se imagina cosas donde no hay nada.

Sinceramente, no me enfrasqué en discusiones, sólo me quedé con varias ideas: ¿será que estas mujeres con las que él trabaja poseen los recursos suficientes para identificar el acoso y la violencia patriarcal disfrazada de caballerosidad? Por otro lado, de seguro no es la primera vez que hace este tipo de cosas y más allá, este es un tipo particularmente peligroso, porque va por la vida pregonando un discurso de respeto y equidad que ni él mismo se cree pero con el que impresiona a otras personas, sobre todo a mujeres vulnerables. Lo cierto es que gracias a la ética feminista pude rechazar una situación peligrosa y dolorosa, lo que me causa gran satisfacción y esperanza.

Por todo lo anterior, qué importante es que todas las personas deconstruyamos la inferioridad femenina y la misoginia, debido a que, por el camino por el que vamos, las mujeres nunca dejaremos de ser culpables de la violencia contra nosotras ante los ministerios públicos, en el discurso de los medios de comunicación masiva, ni en el de nuestras familias, amistades, ni en la mente del agresor, incluso en la de nosotras mismas; cuántas veces nos responsabilizamos y pensamos "no debí ponerme esa falda"; "no debí de haber subido a ese carro"; "es inmoral andar tan tarde por la calle"; "no está bien ser tan amable y abierta", "la culpa es mía porque provoqué que se enojara". Nada más que argucias patriarcales, ninguna víctima es culpable, se trata de la naturalización de la dominación masculina, del acceso y apropiación inequitativos del poder. Bueno, y dicho sea de paso, el acoso sexual es violencia psicológica y sexual, y un delito, la violación al derecho humano de las mujeres a una vida libre de violencia. PUNTO.

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