3/05/2014

“Cuarón y El Chivo vs El Chapo y Los Templarios”



Ricardo Rocha

Si fuera película sería un buen título. A poco no. Al estilo de aquellas inolvidables como: El Santo y Blue Demon contra las Mujeres Vampiro” o “El Santo y Capulina contra los monstruos”. Por cierto, siempre los primeros en el bando técnico (los limpios) y los segundos en las filas de los rudos (los sucios, los cochinos). Y claro que en este caso no será la excepción. Así que los buenos de Alfonso Cuarón y Emmanuel “El Chivo” Lubezki, representarían necesariamente a los buenos, mientras que El Chapo y los tan mentados Caballeros Templarios encarnan a los malos.

Y como en toda película de luchadores que se respete, aquí al final, luego de algunos encontronazos y malos momentos, los muchachos chichos se alzan con el triunfo, con aclamación del respetable y toda la cosa.

O díganme si no ha sido una lucha mediática la que han protagonizado unos y otros en las semanas recientes. En la primera caída, Cuarón y el Chivo arrasaron sin enemigo al frente desde el 16 de enero que se dio a conocer la lista de nominados a los Oscares; un dominio in crescendo a media que se fueron conociendo los premios de la temporada. Así hasta llegar al 22 de febrero, cuando se supo de la extraña captura de Joaquín Guzmán Loera, más conocido como El Chapo. Quien a partir de ese momento tomó espectacularmente el mando de la segunda caída y con ayuda de los malosos Templarios –que siempre rondaron el ring- le dieron una tunda de padre y señor mío a nuestros héroes del celuloide. La Chapomanía auspiciada en primera instancia por el propio gobierno que gritó más fuete que aquel legendario “Picoro” que en la México o la Coliseo solía estremecernos: “Luuchaaraaaaaan a dos de tres caídas sin límite de tiempooo!” El caso es que durante al menos dos semanas tuvimos Chapo mañana, tarde y noche y literalmente hasta en la sopa.

Sin embargo, Cuarón y El Chivo se fueron reponiendo de la paliza y poco a poco volvieron a sumar puntos de rating y espacio en los periódicos. Luego de ganar los Globos de Oro en Beverly Hills, los BAFTA en Londres y otros premios, Alfonso parecía predestinado y Emmanuel por el estilo. Más favoritos no podían ser. Así que la noche del domingo en el Teatro Dolby de Los Angeles, Cuarón y Lubezki hicieron historia culminando la larga espera, que fue la crónica de unos premios anunciados: dos para Cuarón por dirección y edición y el de El Chivo –que tenía seis nominaciones ya- por fotografía. Así, la nueva Pareja Atómica no sólo ganó la tercera y definitoria caída sino tundió a sus adversarios y los echó del ring.

En suma, una conmovedora y aleccionadora historia sobre personajes que sin ser tan famosos, ni tan conocidos lograron concitar la atención de buena parte de nosotros. No se trataba de mediáticas figuras del deporte o de rutilantes estrellas del cine o la tele, sino de dos creativos que laboran detrás de las cámaras retratando y contando historias. Un pasaje de nuestro tiempo que nos demuestra la necesidad inmensa que tenemos los mexicanos de creer en algo, o en alguien. De aferrarnos a algo o alguien. Como soy comunicador y no comunicólogo, soy incapaz de precisar cómo se disparan esos mecanismos de acción individual que luego se van sumando para conformar una fantástica acción colectiva. Pero como reportero, pude constatar cómo se generó una expectativa que fue creciendo día a día hasta llegar al domingo en que en muchos restaurantes se siguió la transmisión como si se tratara de un campeonato de fut. Lo mismo en las casas en donde con las palomitas tronaron también los dedos a medida que se acercaban los momentos estelares de la transmisión.

Dicen los aguafiestas que no hay nada que festejar porque Gravity no es una película mexicana. Obvio que no. Ha sido financiada y producida en Estados Unidos y Gran Bretaña. Pero a mí nadie me puede quitar el gusto de que Cuarón y El Chivo son 100 % mexicanos. Y que junto a Jonás, González Iñárritu y Del Toro, le siguen vendiendo chiles a Clemente Jacques.

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