9/03/2014

EPN y la revolución de las expectativas

Detrás de la noticia
Ricardo Rocha
Ocurre cuando en algún país del mundo las esperanzas de mejora del nivel de vida de la población se multiplican exponencialmente. Las causas pueden ser muy diversas: el contacto con otras realidades a través de internet y redes sociales; pero también las generadas por ciertos líderes y gobiernos. Algo que puede desbordar un optimismo contagioso en la actividad productiva, pero que implica riesgos enormes en caso de fracasos desilusionantes. He de reconocer que la tesis no es mía, sino del brillantísimo economista de talla mundial David Konzevik.
A ver: lo que Enrique Peña Nieto está provocando es una auténtica ‘revolución de las expectativas’ en cada vez más mexicanos. La sola vorágine de sus once reformas promovidas por él y su gobierno y avaladas en el Congreso es vertiginosa: la educativa, la de la Ley de Amparo, la de Procedimientos Penales, la Política Electoral, la de Transparencia, la Laboral, la Financiera, la Hacendaria, la de Competencia Económica, la de Telecomunicaciones y la madre de todas ellas, la Energética. Cualquiera supondría que con tantas reformas este país cambiaría radicalmente, si no de la noche a la mañana, si en un lapso breve. No ha sido así.
Por ello, hoy Peña Nieto parece gobernar dos Méxicos: el de quienes confían en su proyecto de país y están seguros de que se cumplirán sus ilusiones colectivas frente a los que piensan que, una vez más, serán promesas incumplidas. Entre los primeros figuran quienes creen que todavía es posible estirar la liga de las utilidades; en la acera de enfrente habitan los que sienten que reventará en cualquier momento y que las expectativas que tuvieron con el regreso del PRI a Los Pinos —luego de la docena trágica panista— no serán cumplidas.
Por eso ayer, en su mensaje de Palacio Nacional el Presidente preguntó: ¿Qué sigue ahora? para responderse a sí mismo que ahora habrán de ponerse las reformas en acción para que se reflejen en beneficio de todos. Así que al analizar los cinco grandes objetivos de su gobierno, México en Paz, con Educación de Calidad, con Responsabilidad Global, Próspero e Incluyente, tuvo que reconocer que en 30 años —de gobiernos priístas y panistas— no hemos logrado reducir la pobreza. Ahora, se propone reinventar su combate desechando la fórmula de Oportunidades y creando un nuevo esquema llamado Prospera, que entre otras cosas, además de mitigar el hambre de 13 millones de pobres en este país, incluirá becas y empleos para los jóvenes de las familias de más bajos ingresos. Pero será insuficiente mientras no sea demolido el viejo tótem de un modelo económico generador de cada vez más pobres.
Mientras tanto, el Presidente tiene prisa en ganar la batalla de la opinión pública que ha venido decayendo en su aprobación según las encuestas. Hasta ahora la explicación de que a nivel global nuestro crecimiento de 2% no es tan malo ha sido poco convincente. Tal vez por eso el aplausómetro mayor del acto de ayer fue el anuncio de algo tan concreto como la construcción de un nuevo mega Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Una obra de tales dimensiones que sería percibida como un verdadero detonador del desarrollo y la generación de empleos. Para darnos una idea, el aeropuerto de Atlanta, en Estados Unidos, que es el más transitado del mundo tiene cinco pistas y mueve 86 millones de pasajeros anualmente. Ayer, Peña Nieto anunció que el nuevo AICM tendrá seis pistas y moverá 120 millones de pasajeros cada año, el cuádruple de lo que maneja ahora, por lo que será la obra de infraestructura más importante de las últimas décadas.
De seguir así, el Presidente podría hacer crecer las expectativas sobre su gobierno y su liderazgo. Lo que lo llevaría a la disyuntiva histórica de no fallar en sus cálculos. No se trata de que el PRI gane o pierda en el 2015 o el 2018. Se trata de que gane o pierda el país. Por eso, habría que darle el beneficio de la duda.

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