8/11/2015

La soberanía y el progreso según el PRI y Peña Nieto



Por:  / 11 agosto, 2015
priaplasta



En vista de los resultados de tres décadas de gestión tecnocrática  neoliberal, no sería exagerado afirmar que el régimen de la Revolución Mexicana fue progresista, no obstante sus muchos defectos, entre los que la corrupción ocupó siempre lugar muy destacado. Es válido decirlo porque los sucesivos gobiernos surgidos del partido oficial, hasta el tercer año del sexenio de José López Portillo, nunca permitieron que el gobierno estadounidense decidiera las políticas fundamentales del Estado mexicano. Ahora no queda duda alguna de que el “gobierno” mexicano sólo obedece las instrucciones que se toman en la Casa Blanca, una vez que salieron a la luz pública los correos electrónicos divulgados por el Departamento de Estado en Washington.
El sitio electrónico DesMog, que tuvo acceso a esos correos, señaló: “Como responsable de la política exterior de Estados Unidos, Hillary Clinton impulso con colaboradores suyos la privatización de la industria energética mexicana, concretada por el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto”. No debe ser fortuito que tres colaboradores muy cercanos de la precandidata del Partido Demócrata a la presidencia de Estados Unidos, sean altos funcionarios en empresas privadas. El entonces embajador en nuestro país, entre los años 2009 y 2011, Carlos Pascual, es ahora miembro del Centro de Política Energética Global de la Universidad Columbia, así como vicepresidente de asuntos globales de la consultoría IHS, cuyas tareas específicas tienen que ver con la “evaluación de opciones futuras en México”.
Es obvio que estamos atados a los designios de los grandes intereses globales, principalmente a los de Washington, de ahí que los discursos de la burocracia dorada ensalzando los “grandes beneficios” que nos aportarán las reformas estructurales, sean una burla de muy mal gusto contra el pueblo mexicano. Sin embargo, no tienen empacho, sus principales voceros, en seguir con la infame cantaleta de que gracias a tales reformas, “México podrá sortear los retos del futuro”. Es preciso reiterar, cuantas veces sea necesario, que así como vamos las nuevas generaciones de mexicanos están condenadas a una vida escalofriante, como la que viven en la actualidad los países africanos más pobres.
La Cepal nos colocó recientemente en el lugar 19 entre las economías latinoamericanas, por debajo incluso de Haití, lo que ya es el colmo. En 2006 el peso relativo del producto interno bruto de México representaba 30 por ciento del total latinoamericano, pero estima el organismo regional que al cierre del año 2015 descenderá a 21 por ciento. Vamos en picada hacia un profundo abismo, a mayor velocidad en tanto que sigamos firmemente atados a los designios de los grandes intereses globales, representados por el gobierno estadounidense y defendidos férreamente por la camarilla en el poder en México.
El problema que pone los pelos de punta es que dicha camarilla está decidida a todo con tal de no defraudar a sus patrocinadores, incluido el tema de la instauración de un régimen dictatorial, en el que las élites se quitarían la máscara democrática, aunque para mayor burla a las clases mayoritarias seguirían hablando de que su quehacer político obedece al imperativo de “acelerar el progreso del pueblo mexicano”. No tienen empacho en hacer declaraciones tan infamantes, con el mayor cinismo y desparpajo, a sabiendas de que los medios electrónicos se encargan de enajenar a las masas, de por si desinformadas y ultrajadas por la pobreza y la violencia sin freno.
Es más que evidente el regreso a etapas que se creían superadas. De nueva cuenta, la derecha ultraconservadora está empecinada en apoderarse del país, mientras que la izquierda no atina a cerrar filas para enfrentar esa terrible amenaza, que en el pasado provocó gravísimos daños a las clases mayoritarias. La mezquindad sigue imponiéndose en el comportamiento de dirigentes sin visión y faltos de escrúpulos, actitud que facilita sobremanera los avances de las minorías con claras tendencias fascistas, las cuales  anteponen sus intereses de clase a cualquier situación política.
Este es el momento ideal para que las organizaciones progresistas y democráticas entiendan que no habrá otra oportunidad para enfrentar a una derecha decidida a imponer sus condiciones de una manera totalitaria y brutal. Basta hacer comprender a la población, que la derecha en el poder es la  causante de la dramática realidad que padecemos. Está entregada a los grandes intereses trasnacionales, como lo patentiza claramente la decisión de Washington de quedarse con el petróleo mexicano.

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