Los inconformes del domingo pasado son parte de un sector representativo de la sociedad mexicana al que no le gusta la figura ni la forma de gobernar de López Obrador. Como ellos hay muchos otros que habrán de manifestarse en los siguientes años con el derecho de libre expresión que ofrece la Constitución. Pero también son una muestra de la violencia y la polarización que han dejado las elecciones a partir de 2006 y que hoy se expresan públicamente con insultos de raza y clase social.
El domingo los que marcharon del Ángel al Monumento a la Revolución se molestaron cuando los describí como mexicanos de clase media y alta, vestidos a la moda y en su gran mayoría de tez blanca. Acusaron de racista y en redes sociales usaron el insulto antes de establecer cualquier posibilidad de dialogo.
Aun así, a uno de estos inconformes le explique que a las marchas que he asistido como reportero siempre hago una descripción de los participantes ya sean indígenas, campesinos, familiares de víctimas de la violencia, estudiantes, obreros, etc. Pero de nada sirvió el argumento: “moreno”, “mierda”, “chayotero”, siguieron los insultos.
Solo una señora de padres migrantes españoles estableció un dialogo en redes sociales y pidió que se dijera que muchos de los que marcharon el domingo al mediodía eran empresarios a los que les están clausurando sus proyectos de inversión, profesionales que generan empleos, no fifís, sino mexicanos. Eso no fue lo que escuché ni leí en sus pancartas, sino las descalificaciones y los insultos, le dije.
La reacción violenta en la marcha y en redes sociales en contra de quienes los describimos y entrevistamos –véase las entrevistas de Hernán Gómez en El Universal—es muestra no solo de la polarización social, sino del clasismo y racismo que persiste en el país y que es expresión de un subdesarrollo cultural sobre el que hay que reflexionar seriamente si queremos avanzar como sociedad.
Es evidente que en cinco meses de gobierno López Obrador ha lastimado los intereses de algunos sectores sociales como a los burócratas que rescindieron, los médicos residentes que ya ni fueron contratados, los grandes empresarios que se llevaban todos los contratos de obra gubernamental, entre muchos otros que están inconformes.
Pero su enojo y resentimiento social expresado en la marcha del domingo no justifica las descalificaciones que han expresado esta y otras veces que han protestado en contra de quienes votaron por López Obrador. “Tienen el cerebro chiquito”; “son ignorantes”; “los compraron con una lavadora” descartando que la mayoría de quienes votaron en la elección presidencial del año pasado fue una expresión del cansancio y hartazgo en contra de la violencia, la corrupción, la impunidad y la injusticia de los últimos sexenios en los que han gobernado el PAN y el PRI. Los mismos males de los que se quejaron en la marcha y de los que hoy culpan a López Obrador.
Por cierto… La maestra Beatriz Urías, del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, escribió un artículo en el que menciona que la discriminación racial en México rebasa la cuestión indígena ya que “en la vida social ordinaria circulan y se articulan estereotipos que atañen un abanico de posibilidades fenotípicas asociadas a fenómenos de marginación, pobreza y carencia de oportunidades”. Recuerda que, en 1966 la Asamblea General de las Organización de las Naciones Unidas (ONU) proclamó como el Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial el 21 de marzo de cada año. En esa fecha de 1960, fueron asesinadas 69 personas en una manifestación pacífica contra las leyes de pases del apartheid en Sharpeville, Sudáfrica. “Desde entonces, se ha construido un marco internacional para luchar contra el racismo, guiado por la Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación Racial” señaló la investigadora.