Luis Hernández Navarro
Cada día, la situación
en la UNAM se complica más. La primera semana de clases en esa
institución resultó agitada y enredada. Concluyó con nueve escuelas con
labores suspendidas, cerca de 70 mil alumnos sin clases y dos amenazas
de bomba. En el horizonte se vislumbra una huelga indefinida.
La fuerza que anima las protestas son jóvenes estudiantes
universitarias. En el centro de su inconformidad se encuentran multitud
de casos documentados de acoso y violencia de género (algunos hechos
públicos en las redes), la inseguridad en los planteles y la negligencia
de las autoridades. Acusan a los funcionarios universitarios de ser
omisos a las necesidades de las alumnas y encubrir acosadores y
violadores. Señalan que la UNAM no es un espacio seguro para las
mujeres.
Están convencidas de que el protocolo universitario para atender los
casos de hostigamiento y acoso las deja solas. Hacer la denuncia formal
–aseguran– es un proceso ineficaz. La universidad no les brinda
protección ni las acompaña a ponerla. Además, la denuncia formal no
garantiza consecuencias legales.
Las autoridades universitarias parecen no enterarse de lo que tienen
enfrente. Menos del rumbo que toma la confrontación. Lejos de solucionar
el conflicto, los manotazos en la mesa del secretario general de la
UNAM, Leonardo Lomelí Vanegas, exigiendo a las paristas que entreguen
las instalaciones, o la decisión de que en la Preparatoria número 9 se
den en las clases extramuros, van a exacerbar los ánimos.
En lugar de escuchar los anuncios de la tormenta que se avecinaba, el
equipo del rector Enrique Graue se concentró en sacar adelante su
relección. Menospreció a las estudiantes e ignoró el calado de su
inconformidad. En los hechos, hoy están rebasados. Y ni siquiera se dan
cuenta de que lo están. Su operación política ha sido fatal.
Las señales del tsunami que se les venía encima estaban a la vista.
Las movilizaciones con que la comunidad universitaria respondió a las
salvajes agresiones de porros a una marcha estudiantil, el 3 de septiembre de 2018, anticiparon lo que se avecinaba.
En esas jornadas de lucha, afloraron denuncias de acoso sexual y
comportamiento indebido contra maestros universitarios, y el hartazgo de
las alumnas con la impunidad de los acosadores. Así quedó plasmado en
el punto 4 de la minuta de la asamblea interuniversitaria del 7 de
septiembre de ese año, titulado
Violencia de género y contra la mujer. Entre sus demandas se incluyeron puntos como la resolución de los casos de violencia de género, agresiones, feminicidios y desapariciones de miembros de la comunidad universitaria.
Era evidente en ese momento, que los funcionarios universitarios
habían respondido a esas violencias con dejadez e indolencia, como si no
pudieran remediarlas. En cambio, los jóvenes las consideraban
inadmisibles y exigían acciones eficaces (punto 5 del pliego petitorio).
Para ellas, las autoridades eran omisas e insensibles con la
problemática.
Glitter y rabia. Señales adicionales del clima que afloraba se mostraron con el surgimiento del #MeToo
mexicano en marzo de 2018: las marchas de mujeres del 12 y 16 de
agosto, 19 de septiembre y 25 de noviembre de 2019, en que se
grafitearon monumentos históricos, se rompió mobiliario urbano, y se le
prendió fuego a la puerta de la Cámara de Comercio y a una estación de
policía; y el performance masivo de El violador eres tú
en el Zócalo de la Ciudad de México y en multitud de plazas públicas.
Evidencia adicional fue la masiva participación en los dos encuentros
internacionales de mujeres que luchan, convocados por el EZLN en
Chiapas.
En el país (y en toda América Latina), hay un movimiento feminista
emergente, que va más allá de la UNAM pero, por lo pronto, se ha
concentrado en ese espacio. Se alimenta de una nueva sensibilidad social
(especialmente entre las mujeres más jóvenes) y nuevos baremos. Sus
reivindicaciones son difíciles de atender. La radicalidad de sus
acciones no está acordada por los colectivos escolares. Sus
participantes las justifican en nombre de los agravios que han padecido y
la legitimidad de sus demandas.
Sin ser el núcleo del conflicto, genera turbulencias adicionales el
que la 4T quiera controlar el presupuesto de las universidades. Como ha
quedado claro en el caso de varias instituciones públicas de educación
superior, no le gusta la autonomía
realmente existentede éstas, y busca controlar los recursos que hoy administra la nomenclatura universitaria. En ese marco, aprovechará los conflictos internos para debilitarla, o negociar con ella cuando esté contra la pared. No le interesa defender a ningún rector.
En un país como México, en el que cada día se asesina a 10 mujeres,
la protesta de las jóvenes universitarias de la UNAM es una severa
llamada de atención de que esa violencia ha llegado a un punto límite.
Todo parece indicar, que va en ascenso. Si las autoridades de la UNAM
mantienen su ceguera ante lo que están viviendo y se empecinan en tratar
de deslegitimarlo o doblegarlo, el conflicto entrará a un nivel de
complejidad de muy difícil solución.
Twitter: @lhan55
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