Carlos Bonfil
Sólo soy Judy Garland una hora cada noche; el resto del tiempo, sólo quiero lo que todo mundo quiere. Esta declaración –lacónica, exasperada– la profiere la célebre cantante, bailarina, actriz y memorable intérprete de El mago de Oz (Victor Fleming, 1939), ante el asedio inquisidor de un presentador de televisión. Y lo que la película Judy (2019), del británico Rupert Goold (True Story, 2015), refiere, a partir de la obra teatral End of the Rainbow, de Peter Quilter, es la amarga ironía y el catastrófico saldo físico y moral que significó para la estrella haberse visto obligada a ser, desde la infancia hasta el final de sus días, a los 47 años, el producto mercantil que Hollywood siempre quiso que fuera: la talentosa niña precoz sin una vida propia fuera del estudio de cine o la figura frágil pronto convertida en ídolo popular e icono gay, y objeto de tiránicas rutinas laborales sobrellevadas con el alcohol y las anfetaminas.
El frenético ritmo en una carrera artística de apenas tres décadas y
el peso de las exigencias, tanto propias como de los productores, tuvo
como primera consecuencia la fuerte inestabilidad emocional de Judy
Garland: cinco matrimonios fallidos y un número apenas menor de
tentativas de suicidio. En el tramo final de su vida, el esplendor
inicial se volvió un desastre previsible, y el fervor de las mayorías,
antes incondicionales, devino el culto campo que una minoría sexual y un
puñado de nostálgicos admiradores le siguieron tributando con
benevolencia compasiva. La reivindicación póstuma tardaría en llegar,
con una biografía generosa, Get Happy: The Life of Judy Garland (Gerald Clarke, 2000); una miniserie televisiva, Life With Judy Garland: Me and my Shadows
(Ackerman, Freedman, 2001), protagonizada por Judy Davis, y con esta
versión fílmica de la mencionada pieza teatral de Quilter. A muchos
jóvenes espectadores, sin embargo, la película Judy no les
brindará hoy, de modo alguno, un acercamiento coherente y justo de la
versatilidad y poderío artístico que Garland desplegó a lo largo de toda
su carrera.
No habrán de enterarse, ni por alusión lejana, de que la actriz
estuvo casada seis años con un maestro de la comedia musical y el
melodrama estadunidense, el director Vincente Minnelli, tampoco de su
histórico concierto en Carnegie Hall en 1961, ni del estupendo dúo
artístico que formaron Judy y su hija, Liza Minnelli (presencia fugaz en
esta cinta), en el London Palladium Theatre en 1964, por sólo señalar
algunos momentos emblemáticos.
Al apostar por concentrarse en el propósito melodramático de la obra
teatral y sólo capturar el drama crepuscular de la estrella, con sus
últimos días en Londres y sus tristes y emotivas presentaciones ante un
público primero implacable, luego conmovido, el realizador desperdicia
la oportunidad de ampliar el panorama del registro biográfico y
aprovechar al máximo el formidable talento que despliega la actriz Renée
Zellweger al personificar a Garland, y de paso revelar a nuevos
públicos la variedad histriónica y la complejidad real del personaje
estrella. Ya sólo queda la reiterativa referencia a una Judy muy joven,
mimada y maltratada por el Hollywood caníbal que encarna aquí el
productor Louis B. Mayer, o la meteórica presencia de un Mickey Rooney
(con quien Judy estelarizó múltiples cintas juveniles), y la insinuación
de un acoso físico por parte del viejo Mayer como ingrediente ideal
para conferirle actualidad a la cinta en estos tiempos de persistentes
denuncias de abusos sexuales. Saltarse así casi tres décadas de
trayectoria artística en la muy breve vida de Judy Garland para
privilegiar, de modo esquemático, bajo la sombra virtual del
sicoanálisis y de la corrección política, el desastre final de una
carrera explicado por los estragos perdurables de una infancia
lamentablemente vapuleada, es hacerle una magra justicia al personaje
que se pretende evocar. Por fortuna, Renée Zellweger se coloca muy por
encima de esas limitaciones narrativas para conferir una vitalidad
renovada a la estrella prematuramente envejecida. Queda a cargo de los
jóvenes cinéfilos interesados completar hoy, con sus exploraciones en
las redes y en video, el vasto paisaje emocional y artístico que reveló
en el cine y en los escenarios musicales, la proteica figura de Judy
Garland.
Judy se exhibe en la Cineteca Nacional y en salas comerciales.
Twitter: CarlosBonfil1
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