Nuevamente estamos atestiguando
acusaciones por presuntos actos de corrupción contra funcionarias y
funcionarios que ocupan u ocuparon cargos públicos en el gobierno
mexicano, algunos de alto nivel. Y, por lo que parece, no dejaremos de
hacerlo. De ahí que, desde la perspectiva de los derechos humanos, el
análisis acerca del fenómeno de la corrupción y la búsqueda de
soluciones son tareas, digámoslo así, de carácter permanente y
obligatorio.
A este respecto la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (en
adelante CIDH o Comisión), organismo que promueve y defiende los
derechos humanos en el continente americano, recientemente publicó un
informe temático titulado Corrupción y derechos humanos: Estándares
interamericanos (https://bit.ly/2NiuMDR).
En términos generales, la Comisión analiza en el informe los avances y
desafíos en torno a la corrupción, y propone iniciativas regionales,
nacionales y locales que articulen estrategias efectivas para
enfrentarla y erradicarla.
En este mismo espacio hemos señalado en otras ocasiones que la
corrupción, vista desde el prisma de la complejidad, es uno de los
grandes problemas estructurales de nuestro país, el cual afecta la vida,
la dignidad y los derechos humanos de personas y colectivos.
Igualmente, la corrupción es un fenómeno sistémico y sistemático, lo que
implica que un acto corrupto puede convertirse en una espiral de
magnitudes indeseables que deviene, como en un cáncer, en una metástasis
que invade y perjudica otros órganos vitales mediante distintos
sistemas, como el circulatorio.
Considerando lo anterior, y retomando la resolución 1/18 sobre Corrupción y Derechos Humanos realizada por la Comisión (https://bit.ly/36RHRM8),
digamos que la corrupción, en tanto fenómeno complejo, genera numerosos
impactos negativos. Por ejemplo, sobre la democracia, el Estado de
derecho y la libertad de prensa. Ello no obstante, nuestro objeto de
reflexión afecta sobre todo integralmente los derechos humanos; es
decir, los derechos políticos, civiles, económicos, sociales, culturales
y ambientales.
De este modo, la corrupción agrede sobre todo a los grupos que
histórica y estructuralmente, y por diferentes causas, se encuentran en
mayor situación de vulnerabilidad, discriminación u opresión. Los que,
en palabras del jurista argentino Roberto Saba han sufrido tratos
desiguales y sostenidos, provocando su sometimiento, marginación,
exclusión y segregación. En nuestro país entre ellos se encuentran las
niñas y los niños, las juventudes, las mujeres, los pueblos y
comunidades indígenas y las personas LGBTI, que habitan o transitan por
el territorio mexicano, por mencionar algunos.
Por tanto, un acto corrupto perjudica directa o indirectamente, y de
manera proporcional, el goce y ejercicio de los derechos humanos de
personas y grupos, debido al abuso o desviación del poder público o
privado. Lo cual, en consonancia con la CIDH, es perpetrado por actores
que establecen estructuras que capturan instituciones mediante diversos
esquemas criminales. Unos de ellos, los sobornos o prebendas indebidas
solicitadas por funcionarias y funcionarios a cambio de servicios
públicos. Esto, además del especial debilitamiento de las instituciones
responsables de impartir justicia, provoca necesariamente el
desplazamiento de intereses públicos o generales, como es el caso de la
seguridad, la educación o la salud, los cuales son indebidamente
sustituidos por beneficios privados personales o de terceros.
Aparte del valioso análisis sobre los efectos de la corrupción, el
informe de la Comisión también advierte sobre quiénes son las personas y
los grupos que, en función de su rol en la lucha contra ella, merecen
una atención especializada. Así, la CIDH identifica principalmente a los
defensores y defensoras de derechos humanos, los y las luchadoras
medioambientalistas, las y los periodistas, ciertos funcionarios y
funcionarias, testigos y denunciantes, frente a quienes el Estado, en
nuestro caso el mexicano, tiene la especial obligación de protegerles de
cara a las posibles violaciones graves a derechos humanos que pudieran
sufrir, y a los riesgos a que están expuestos.
Finalmente, si el Gobierno mexicano pretende erradicar la corrupción,
tal como lo establece en el Plan Nacional de Desarrollo 2019-2024, es
absolutamente necesario que adopte políticas públicas con enfoque de
derechos humanos, y que implemente estrategias de lucha anticorrupción,
donde efectivamente se incluya a periodistas, académicos, organizaciones
de la sociedad civil, defensoras y defensoras de derechos humanos,
iniciativa privada y a la sociedad en general. Resulta igualmente
fundamental que considere los análisis en la materia elaborados por
organismos internacionales como la CIDH, y ponga en marcha acciones que
la Comisión, en el contexto de su mandato y atribuciones, puede llevar a
cabo, mediante mecanismos, como el monitoreo, las medidas cautelares,
el conocimiento de peticiones, la cooperación técnica y la tramitación
de casos individuales.
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