3/02/2011

Caso Zapata: extrañas muestras de eficiencia



Josè Enrique Gonzàlez Ruiz

¿Dónde empieza el bien; dónde termina el mal?

Un asesinato entre miles

Podría ser un asalto más de los que a diario se dan en las carreteras del país: un convoy de dos o tres camionetas de lujo, tripuladas por hombres y mujeres que portaban armas de alto poder, detuvo un vehículo lujoso y trató de que los pasajeros entregaran las llaves y todas sus pertenencias. Pero al parecer se resistieron y los asaltantes asesinaron a una persona e hirieron a otra.

El asunto pudo ser de rutina: los bandidos se apoderarían de los bienes de los asaltados y se los llevarían rápidamente a los lugares donde sus jefes se encargarían de comercializarlos. Ellos, los ejecutores del ilícito, cobrarìan su salario y san se acabò. Pero algo no funcionó con “normalidad” y hubo otras consecuencias.

Las cosas se enredaron más cuando se supo que las víctimas eran agentes norteamericanos. No se informó què hacían exactamente en México: pudieron andar de vacaciones o cumpliendo algunas de las “tareas conjuntas” que el gobierno espurio de Calderón acordó realizar con las autoridades estadounidenses. La reacción de la secretaria norteamericana del interior (similar a gobernación), Janeth Napolitano, pareció convalidar la segunda hipótesis: dijo que una tormenta de fuego (o algo parecido) caería sobre los asesinos de Jaime Zapata, que aun cuando tenía nombre latino, era policía del imperio.

Algunas extrañas reacciones

Las amenazas de Napolitano fueron escuchadas en Los Pinos y en la SEDENA. Porque no pasó ni una semana y ya el ejército había detenido a los autores del delito, a quienes encabezó- según dijeron los soldados- otro Zapata, pero de nombre Julián y apodado “El Piolín”. Milagro de la eficiencia de las autoridades mexicanas que lamentablemente no se muestra en los otros (más 35 mil casos de asesinados) de la guerra de Calderón.

Malpensados como somos, muchos creemos que se trata de un montaje de los que acostumbra Genaro García Luna. O que tal vez se trata de matarifes de segunda que cometieron el error de no elegir a la víctima, pero a quienes se tenìa bien ubicados. Como sea, Calderón podrá rendir buenas cuentas a su jefe Obama ahora que viaje a USA.

Del lado de allá también hubo sorpresas: las agencias policíacas del imperio realizaron operativos contra narcotraficantes mexicanos y sus familiares que colaboran con ellos. Detuvieron en un día a más de 400 individuos en 14 Estados de la Unión Norteamericana. O sea que los tenían bien ubicados y sólo fueron por ellos. Lo misterioso es que en esa gran redada no haya caído un solo narco “anglo” (como allá llaman a los blancos). Y ya no hablemos de banqueros lavadòlares, sino de los capos que allá operan, porque no es creíble que los narcos mexicanos actúen con independencia de las estructuras estadounidenses de poder.

Vimos entonces, en el caso Zapata, que cuando quieren las autoridades son eficientes… a su manera. Al menos responden rápido y presentan “resultados”.

Las lecciones del caso Zapata

Lo primero que queda claro es que hay agentes norteamericanos operando en México. Lo facilita el hecho de que en USA hay millones de mexicanos de origen, muchos de los cuales tienen nacionalidad estadounidense. Esta es una de las indudables consecuencias de la “Iniciativa Mérida”. ¿Cuáles son las otras y quiénes de aquí y de allá las conocen?

Lo segundo es que los gobiernos tienen localizados a los delincuentes, pues en cuanto necesitan encontrarlos, los encuentran ¿O será que los inventan?

En tercer lugar, es obvio que el problema alcanzó dimensiones descomunales, pues los homicidas actúan en carreteras como la federal 57, cuyo tráfico vehicular es parecido al de una avenida de cualquiera de nuestras grandes ciudades. Además, los grupos delincuenciales se atreven a asesinar agentes estadounidenses, a riesgo de reacciones contundentes.

La pregunta que queda es: ¿de que manera las y los mexicanos podemos acabar con este problema?

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